El colectivo estaba demorado. No era extraño, ya que ese dia había protesta en el centro, por lo que el tráfico pesado era un paisaje cotidiano. Por suerte Tomas podía llevar a Thiago a la escuela, cosa que aliviaba mucho a la mujer que iba apretada como sardina a su trabajo. Sabía que con un mensajito de “ma ya llegue” iba a estar resuelto su dia, por lo menos hasta las 3 de la tarde.

Un semáforo en rojo. Un pensamiento.

Catalina miró por la rendija de un brazo estirado que buscaba evitar una caída, un parque que siempre admiraba cada vez que el colectivo pasaba por allí. Se reía de los chicos que jugaban con sus mascotas, ensuciándose la ropa y gritando con alegría. Las que no estaban muy contentas eran sus madres, quienes regañaban a los chicos por la picardía. Más lejos avistó varios deportistas, quienes trotaban alrededor de la plaza con gesto importante, decididos a perder calorías. El sol acariciaba las copas de los grandes robles que custodiaban el parque. Era un dia radiante. Ese día estaría más cerca de alcanzar una de sus metas más deseadas. La mujer se sonrió.

-Chofer, ¿puedo bajarme?- preguntó un señor de traje, quien no paraba de mirar el semáforo y su reloj.

Un ruido chillón hizo que se abrieran las puertas del medio, y sacó a Catalina de sus pensamientos.

-Buenos días señor Gutierrez- saludó la joven al llegar a su espacio laboral.

El hombre, quien hablaba por celular mientras pasaba a su lado, asintió con la cabeza y siguió su camino. El aire acondicionado estaba en todo su esplendor. Ana y Gretel, las chicas de recepción le devolvieron la sonrisa cuando pasó. Tenían la expresión tan naturalizada y rutinaria que uno no sabía si era un saludo afectuoso o falso.

-Buenos días Catalina- saludó amablemente un hombre muy correcto con un gracioso bigote. Era el señor Fusi.

-Buenos días señor Fusi- saludó Catalina, tímida, ya que encontraba bastante interesante a ese señor.

-¿Cómo estas hoy?- siempre, desde que conocía al señor Fusi, éste le hacia las mismas preguntas a Catalina.- ¿Mucho trabajo?

-Muy bien, gracias. La verdad es que si, hoy toca limpieza de exteriores- y se detuvo a analizar para ver si era apropiado o no contarle de sus actividades fuera del trabajo.- ¿Usted se encuentra bien?

-De maravilla- contestaba siempre el hombre, y sonreía, balanceándose de atrás hacia adelante-Bueno, que tengas una linda jornada, Catalina, luego nos vemos.- y haciendo una pequeña, pero detallista reverencia se retiró del lugar.

La verdad era que a Catalina le agradaba mucho el señor Fusi, tanto que a veces se quedaba unos diez minutos más para “encontrarse” de súbito con él nuevamente a la salida. Sabía a qué hora llegaba todos los días y le encantaba compartir esos minutos de conversación con él, aunque todos los días fuesen más o menos parecidos. En el fumadero lo veía, a veces, solitario y pensativo, pero no se animaba a acercarse a él, por lo que escribía mensajes de texto imaginarios para hacerse la desinteresada. Sabía que de vez en mes se juntaba con los muchachos de la oficina a jugar al golf, y que disfrutaba mucho irse de vacaciones con sus hijos a EEUU. Estaba divorciado, eso se lo había contado Rosita, la señora de la cocina.

Miró su celular antes de poner manos a la obra y allí estaba, el mensaje de Tomas de todos los días.

-¿Le permiten usar el celular aquí?- preguntó una voz que hizo sobresaltar a Catalina. Era la señora Hamilton, jefa de producción de la planta.- Por lo que tengo entendido es solo en horarios de descanso.

-Sí, así es- contestó Catalina, algo nerviosa- Solo que siempre espero que mi hijo me avise que llegó bien a la escuela, junto con su hermano.

-Mejor así- la señora Hamilton le echo una mirada fría y severa a la mujer- Mas tarde debes limpiar mi oficina, ¿recuerdas? Es un desastre, hace mucho que no pasas.

-Sí, el señor Gutierrez me dijo que le diera prioridad a la sala de reuniones y al vestíbulo, por eso no llegué a limpiarlo ayer- se excusó Catalina, con una voz cada vez más débil.

-No es mi problema, quiero que hoy esté limpia para las tres de la tarde porque espero un cliente muy importante, ¿entendido?

Algo triste, Catalina asintió y la mujer gruñona se retiró del mini despacho de limpieza que le habían dado a la pobre.

El dia de Catalina siempre era igual. Limpiaba un poco de esto, un poco de aquello. Lo bueno era que le permitían ponerse auriculares y podía soñar despierta junto a Los Beatles y Coldplay que le encantaban. Mientras pensaba en todo lo que le deparaba ese día o cosas que habían pasado que ponían su corazón un poco más alegre:

“Que bien que a Tomas le había ido bien en su examen de Geografía, ¡había estudiado tanto el pobre!”

“Hoy si llego temprano le voy a preparar esa tartita de choclo que a Thiago tanto le gusta”

“No veo la hora de usar mi cuaderno nuevo que compre para el curso de cocina, estoy tan emocionada”

“¿Debí haberle dicho al señor Fusi sobre esta tarde?”

Así se hicieron las 12, y Catalina decidió que iba a ir a almorzar así comenzaba con exteriores. El comedor, el cual era de uso exclusivo para empleados de la empresa, quedaba en el tercer piso. Catalina sabía que si llegaba temprano Rosita le guardaría algo rico y comería con ella en la cocina, antes de servir a todo el clan fabril.

-Cata, ¿te enteraste lo que le pasó a Claudia Funes?- Rosita, quien estaba la mayoría del tiempo sola, le gustaba mucho conversar con Catalina. Sin que pudiera ésta hablar, Rosita ya le estaba contestando- Se separó del esposo porque éste la encontró con el jardinero en una posición no muy profesional, ¿sabes?

Catalina adoraba a Rosita. Era una persona mayor, que había enviudado hace poco, y admiraba su entereza y fuerza para seguir adelante. Tenía tres hermosos hijos grandes, quienes a su vez la habían llenado de nietos, por lo que siempre tenía un tema divertido de charla, cuando no los tenía del ambiente laboral.

-Se le cayó el primer diente a Toby, ¡vieras la cara de sorpresa cuando le dije que había pasado el ratón por casa! – Sin que Cata pudiera comentar, Rosita se quedó mirando el vacío, como si recordara algo – ¡Hoy comienzas tu curso!

-Estoy muy entusiasmada, casi que le cuento al señor Fusi- una risita tímida y un sonrojo, le dieron a Rosita motivo de chistes y maquinaciones por el resto de la hora.

-Rosita, ya está por entrar el personal – indicó Esteban, apurado entrando a la cocina- Hola Cata, ¿Cómo estás?

Rosita se despidió de su amiga con un cálido abrazo, no sin antes desearle todo el éxito para su curso. Cata decidió limpiar primero la oficina de la señora Hamilton antes de hacer exteriores a fin de no tener ningún inconveniente.

Al llegar allí, para suerte de la mujer, estaba vacía. Un poco de brillo aquí, un escobillazo por acá, retirar la basura. Impecable hasta para los ojos más exigentes. No una, tres personas contó Cata que atinaban a ir a la oficina de la señora Hamilton para dejar algún recado, pero se retiraban. “Debe ser una persona muy ocupada” pensaba la muchacha de limpieza, al son de “Let it be”.

Al salir con su baldecito semi vacío de agua, chocó con un señor bastante corpulento, quién no se disculpó. Mientras recogía sus cepillos pasó una muchacha con unos tacos bastante altos y otra cuya voz reconoció como la de la señora Hamilton.

-Las proyecciones de este mes ya están listas, ¿quiere que se las deje en el escritorio? – preguntó la joven secretaria, con voz ansiosa y nerviosa.

-Por supuesto, niña, ¿qué pregunta es esa? ¡Tráelos ya!- y sin decir más, la chica se retiró casi corriendo, pisando el trapo de piso de Cata. – Ya estaba por llamar a tu supervisor, ¿recién vas a comenzar? – preguntó a la mujer con cara de pocos amigos, quién aún no podía levantar todas sus cosas.

-Ya está todo listo, señora Hamilton, con permiso- y sin ningún tipo de ayuda, hizo equilibrio con sus artículos. Vio que el ascensor estaba aún abierto, con algunas personas dentro, pero al llegar justo cerró sus puertas. “Piensa en el curso, Catalina” se consolaba a sí misma.

El sol en lo alto. Brisa fresca. Esplendido para hacer exteriores. Lo que más le gustaba a Cata era ver los grupos escolares que venían a visitar las instalaciones. Pasaban por su lado, divertidos, festejando que salían de la rutina. Les recordaban a Tomi y a Thiagui, y se le llenaba el corazón de ánimos para atravesar un nuevo día.

Hora de fumar un cigarrillo. Fumadero, a esa hora, repleto. Los mensajes de Tomas, todo bien. Sacó su caja de diez y quiso prender uno, pero había olvidado su encendedor. Sabía que si les pedía fuego a los chicos de marketing iban a darle una excusa poco creíble como hacía un par de semanas, así que evitó esa opción. Vio que en un rincón estaba Julieta Rivetto, quién nunca la saludaba cuando limpiaba su oficina, por lo que no consideró esa alternativa. Más allá visualizó al ocupado señor Gutierrez, quien no dejaba su celular ni por un segundo. No era prudente importunarlo.

Cuando estaba por perder todas las esperanzas, visualizó a un hombre mayor acercarse. Creía que era el nuevo jefe de contabilidad. Pero al verla rápidamente se dirigió al lado contrario del fumadero, temiendo por el que dirán si se pone a fumar con la muchacha que limpia.

Cata ni se ofendió, ya estaba acostumbrada a ese tipo de prejuicios. Tomo aire y se levantó para ir a buscar su encendedor cuando, al girar por la máquina de café, se encontró cara a cara con un rostro amigo.

-¿A dónde va con tanta prisa, Catalina?- era el señor Fusi.

Con una mirada perpleja y risueña, Cata contestó:

-Iba a buscar mi encendedor, lo olvidé.

-La vi un par de veces en el fumadero, pero estaba tan concentrada con su celular que no quise molestarla- el señor Fusi buscó en uno de sus bolsillos y sacó un encendedor, de esos tipo zippo, antiguos, y con un delicado relieve.- Vamos, yo la invito y me cuenta como estuvo su día.

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