Estaban desapareciendo las cosas de mi tocador. Era un mal presagio porque a quienes les había sucedido lo mismo, habían sido víctimas de la más horrible violencia. Estuve a punto de orinarme en la silla cuando busqué mi peine de marfil y no lo encontré. Por más que intenté tranquilizarme, fue imposible. No había un ladrón, pues en las otras ocasiones los objetos habían sido devueltos, lo malo era que habían regresado en calidad de adornos alrededor de un cadáver. Eso le pasó a Lana, una rubia ucraniana que se arriesgaba con los clientes para ganar más. Se confió, le dijeron que tuviera mucho cuidado, pero ella solo decía que estaba urgida y tenía que mandarle dinero a su hijo en Kiev. No es la única. Casi todas nosotras estamos en la misma condición. Nos alquilamos por dinero. Aquí, al menos, tenemos ciertos derechos porque en nuestros países de origen somos explotadas, desechables como un objeto o consumidas como fast food.

“Cuídense y alerten a los Proxis—nos había dicho el Gitano—. No se confíen. La policía no es infalible, ya ha dejado pasar dos asesinatos. Además, ya conocen el modus operandi del hijoeputa”. Sí, era verdad. Lo sabíamos muy bien y teníamos manías. Todas nosotras nos poníamos a contar y recontar nuestras pertenencias. Que aparecieran objetos no era un motivo de alarma, se les preguntaba a las otras y si les pertenecían, la cosa quedaba solucionada. Si lo hallado no era de nadie. Se tiraba, así de simple. El problema era que se desapareciera algo como un perfume, un lápiz labial o ropa interior. Esa mañana no estaba mi amuleto, una piedra de color verde oscuro empotrada en un peine de cuerno de elefante que me había dado Amara, una chica de marruecos que se casó con uno de sus clientes. Fue como un cuento de Hadas, hasta fuimos a la boda. Sabemos que ha formado su familia y que es feliz.

Ya le he dicho a los tíos que nos cuidan que no lo encuentro por ningún lado. Le hemos preguntado a las chicas y hemos repasado la lista de clientes que vinieron ayer. Todos son conocidos y, creo, de confianza. Vienen a menudo los fines de semana, el sábado es su día preferido. No me parece que entre ellos esté el psicópata. ¿Y los nuevos u ocasionales? No son muchos y la policía ya ha investigado si tienen antecedentes. Todos están limpios, ¿entonces? ¿quién demonios se ha llevado mis cosas? Necesito que aparezcan en el transcurso de dos días porque al tercero… sí, creo que ya lo han leído en las noticias y no es recomendable contarlo de nuevo. Eso no ayuda en nada. Bueno el caso es que no me puedo imaginar a mí misma tumbada boca arriba en mi cama con el cuerpo abierto por la mitad y ese maldito peine incrustado en la entrepierna. ¿Qué tipo de bestia podría hacer esas cosas? Eso, se supone, pasa en las novelas policíacas, pero ¿en la vida real? Acaso, ¿no dicen por allí que la realidad rebasa a la ficción? De quién demonios es esa maldita frase, por favor ¿Para qué la inventó?

Nunca había sido supersticiosa hasta que comenzaron estos malditos crímenes. Antes ni siquiera creía en Dios y ahora mírenme. Rezando día y noche, orando con las piernas abiertas, esperando que los ángeles me protejan y que el bruto que me monta no sea el asesino. Creo que me estoy volviendo loca.

Han pasado los tres días de plazo. Me he despertado oyendo una voz extraña. Sí, no es una alucinación. La voz era mía, pero las palabras no me pertenecían, luego al abrir los ojos me he encontrado con el rostro de piedra de un policía. “Ha aparecido su peine, señora Diana, pero le tenemos malas noticias”. Dígame quién fue, por favor. ¿Dice que yo? Pero si estoy viva, ¿me está tomando el pelo? ¿Que fue Dolores? ¿Qué le han metido ese peine hasta la médula? Pero ¿por qué a ella? ¡Explíquemelo!

Es horrible. El inspector me ha mostrado las fotografías de mis huellas. Están por toda la habitación. Dice que no se trataba de un cliente, que era alguien de dentro y si se demuestra que no tengo problemas mentales, me mandarán a cadena perpetua, pero si algo falla, hasta la pena de muerte me caerá encima. Podría ser juzgada y extraditada por petición de los familiares de las víctimas. Será fatídico. Solo tengo una puerta de escape, tendré que usarla…

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