Blaze! Capítulo 22

Capítulo 22 – Juego de espadas.

Yo que tú ni reclamaría por el relleno, mira esos grabados tan detallados en las grebas y avambrazos, sin mencionar que el casco que te entregaron está hermoso, aunque fuera fabricado para un niño –comentó Blaze, admirando las piezas metálicas que le entregaron como pago por la gigante roca llena de hierro que encontraron, burlándose del diminuto yelmo que más parecía sombrero para el frío que otra cosa–. La otra opción que nos ofrecieron era buena también, pero esperar más de cuatro meses por solo esas protecciones no vale la pena.

A pesar del relleno y del calor que produce, se sienten muy bien, son ligeras, aunque me gustaría haber conservado la espada que me regalaron –protestó Albert, desenvainando un poco la katana que tiempo atrás obtuvo la maga, observando la pulida hoja–. Se ve que es filosa.

Sin reclamos, dije. Además, nunca logré acostumbrarme a esa espada extranjera, me gustan las hojas rectas y con doble filo, como esta –describió Blaze, desenfundando su nueva arma blanca, fabricada también con los mejores materiales y técnicas–. Ya te infundiré más tarde con mi Inner Explotion, querida.

Los camaradas siguieron su travesía hacia las montañas que flanquean al reino del dios Sol, caminando animosamente por el interior de un bosque con un piso cubierto de coloridas hojas, las cuales ocultaban los baches del virgen sendero. Cuando los pies de Blaze se hundían más de la cuenta en el camino, saltaba hacia lugares más elevados y firmes, como por ejemplo troncos o rocas que sobresalían de entre el follaje caído; pero en el caso de Albert, ocurría lo contrario, quedándose atrapado en los hoyos, doblándose las articulaciones de las piernas, resintiéndose su transitar.

Ahora no se sienten tan ligeras –comentó Albert, apuntando las grebas con sus labios, impulsándose para avanzar entre las plantas del bosque.

Ya te acostumbrarás, imagínate, cargo con mucho más peso que tú y me muevo como una gacela –animó Blaze, al menos eso intentó hacer antes de destacar sus animales habilidades.

Eso explica mucho –comentó el oráculo, sin malicia alguna.

¿Me podrías decir qué cosa explica?, ¿ah? –requirió la maga, malentendiendo las palabras del escudero.

¡La costumbre, sólo eso! No pienses que dije que te comportabas como un animal o algo parecido… –respondió con premura, diciendo lo que no debía decir.

¿¡Qué!? –gritó Blaze.

Desde el interior del bosque huyeron volando unos pocos pájaros asustados por un golpe seco asestado en el rostro del pobre Albert.

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Después de un tiempo de viaje, Albert y Blaze llegaron a los pies de la montaña tras la cual se encontraba el reino del dios Sol, marcha que se sintió eterna para el joven oráculo, que de sólo caminar sudaba vistiendo las piezas de su armadura, teniendo terminantemente prohibido el quitárselas, debiendo acostumbrarse a ellas lo más prontamente posible.

¡Ya no puedo más! Tengo que sacarme ropa o moriré de deshidratación, ¿puedo, cierto? –requirió Albert, con la camisa y pantalón exudando humedad.

Puedes desnudarte casi completamente, sólo tienes que mantener tu… cosa, como decirlo… oculta, por favor –demandó Blaze, recordando el incidente del rey Bod.

Albert se comenzó a sacar la ropa inmediatamente, desesperado por el calor, quedando vestido sólo con el casco, los avambrazos, las grebas y un taparrabos blanco y corto.

¿Y las piernas de esa cosa? Es un calzón cortísimo, ponte de vuelta el pantalón y arremángatelo –ordenó la maga, mirando en otra dirección, tapándose además los ojos.

Pero si los arremango, seguiré acalorado –reclamó el oráculo.

¡Hazlo! –mandó Blaze.

Espera –replicó el joven escuetamente.

Blaze escuchó unos ruidos raros, como si Albert azotara algo contra el blando piso próximo a las típicas rocas que ruedan desde las escarpadas laderas de las cordilleras.

¿Qué haces?, ¿te vestiste ya? –consultó la joven, queriendo seguir con lo planeado.

Sí, terminé, pero no quedó como había pensado –contestó Albert, mostrando su trabajo, habiendo cortado las piernas de su pantalón con la katana, quedando por sobre sus rodillas, aunque uno de los cortes quedó un poco más largo que el otro.

Pjjjjj –carcajeó Blaze con la boca cerrada–. No me digas que cortaste las piernas por separado, con un solo corte habrían quedado parejas.

Lo sé, me di cuenta después de cortar la primera… Aún así, no quedaron tan mal y así puedo ventilarme –evidenció el muchacho, mirándose las piernas.

Calla, no sigas, mucha información –pidió, para que no especificara lo que necesitaba ventilar–. Hoy nos quedaremos acá y mañana temprano comenzaremos con tu entrenamiento en combate, eso te ayudará a sobrevivir al paso por la montaña.

Albert tragó saliva, mirando hacia la imponente estructura pétrea que tenía en frente, imaginando estar en la cima y observar toda la región desde la inmensa altura, siendo empujado por un arremolinado viento, lanzándolo por los aires hasta las punzantes rocas.

¿Puedo subir esto reptando? –preguntó el muchacho, sentado en el fresco suelo, atemorizado por la futura escalada.

No temas, la subirás de pie y la bajarás rodando –bromeó la maga, alertando al oráculo, a quien le cambió el color del rostro, palideciendo–. Hablando en serio, en realidad, es una montañita, se puede cruzar en no más de dos días, solamente hay que tener cuidado de no resbalar y caer en ciertos lugares.

Para mí es altísima, la verdad es que nunca había visto una montaña así de cerca, por no decir que nunca vi una antes –comentó Albert, avergonzado por no conocer casi nada del mundo.

No te preocupes, Echleón me hizo subir una cuando tenía como ocho años, también estaba asustada, era una niña pequeña y… bueno, tú estuviste encerrado en ese monasterio casi toda tu vida y creo que las historias son muy dispares, así que mejor me callo –finalizó Blaze, notando que la comparación no venía al caso–. Subiremos lento, aunque nos demoremos el doble, no te preocupes.

Te lo agradezco, Blaze –dijo el muchacho, calmándose.

Ya que pasaremos algún tiempo acá abajo, creo que debemos ordenar nuestras pertenencias, allá hay un árbol bajo el cual guarecernos –indicó la maga, dirigiéndose hacia el lugar.

Los viajeros dispusieron sus cosas en torno al sitio donde estaría la fogata que los calentaría en las noches, dejando sus capas en el suelo a modo de colchones. Blaze hurgó entre su armadura, sacando algunos objetos, ocultándolos de la vista de Albert.

Te preguntaré antes de hacerlo, para no incomodarte, ¿te gusta la música? –requirió la maga, con las cosas agarradas, una en cada mano, todo detrás de su espalda.

¡Claro! ¿a quién no le gustaría? –respondió animosamente el joven– ¿tocarás un instrumento?

No sabía si te gustaba, puede que en el convento no acostumbraran a armar jolgorios y solamente tocaban y escuchaban música sacra –aclaró la joven–. Y no, no tocaré un instrumento, de hecho, no sé tocar ninguno.

¿Cantarás, entonces? –curioseó el oráculo, sin dejar de intentar mirar las manos ocultas de su señora.

No, pero te mostraré dos de mis más preciadas posesiones, mira –dijo, mostrando dos caracolas de mar, ambas de forma globosa y enrollada, con prominentes aberturas del tamaño de una herradura de caballo.

¿Conchas de mar? –preguntó extrañado–. Son bonitas, parecen espirales.

Sí, y tienen que ser de esa forma, mira aquí, esta es la entrada natural del molusco, pero en este extremo le abrí un pequeño orificio –comentó emocionada Blaze, atando con un hilo las conchas, colgándolas en una rama del árbol.

Albert la miraba sin entender nada, sentándose bajo la sombra del árbol, con las piernas cruzadas.

Ahora, un poco de viento –dijo Blaze, aplaudiendo frente a la abertura natural de la caracola–. Continuous Blowing.

Repentinamente comenzaron a sonar los acordes de un laúd, acompañados posteriormente de una armoniosa voz masculina. Blaze se apoyó cómodamente en el tronco del árbol, escuchando la música con los ojos cerrados y una sonrisa en el rostro. Después de unos minutos, la canción terminó, cesando el soplido en la concha.

¿Capturaste la voz de alguien en el interior de la caracola? –preguntó sorprendido Albert, levantándose para examinar la concha colgada de la rama.

Capturar, así como robar o raptar, no, es más que eso, mira dentro, encontrarás unas ininteligibles escrituras, esa es la canción que escuchaste –explicó Blaze, invitando a su escudero a revisar–. Digamos que copié la canción mientras la estaba cantando mi… digo, el juglar. Es una copia, no hay robo.

¡Increíble! Que raras escrituras, ¿las hiciste a mano? Mmmm, no lo creo, no tienes como seguir escribiendo tan profundamente… –denotó Albert, mirando como los trazos se extendían e introducían por las paredes interiores de la caracola.

Así es, es parte del hechizo que tienen las conchas, el sonido que pasó por su interior quedó grabado y se puede escuchar si se le hace resonar con aire, podrías hacerlo soplándola, pero no creo que aguantes tanto rato sin perder el aliento –continuó explicando la maga–. ¿Quieres escuchar la otra?

Claro, por qué no –asintió Albert, preparando sus oídos para la grata experiencia.

Los jóvenes muchachos se tendieron en sus respectivas mantas, oyendo repetidamente las dos canciones, esperando a que se disipara el calor de la tarde, tomando una refrescante siesta bajo la sombra del frondoso árbol. Se despertaron cuando el sol estaba posándose sobre el horizonte, dirigiéndose a un pequeño arroyo proveniente de la montaña, cazando un par de conejos y recolectando agua para beber. A pesar de haber descansado aquella tarde, se recostaron a temprana hora, despertando al otro día con los primeros rayos del astro rey.

Albert, a despertar, debemos buscar nuestro desayuno –dijo Blaze, moviendo el hombro del dormido escudero, instándolo a levantarse de inmediato.

¿Qué? Pero si acaba de salir el sol, no podemos levantarnos tan temprano –rezongó Albert, acostándose de lado, siendo jalado desde el cuello de su camisa, como si se tratase de un animal domesticado.

Despierta o te echo al arroyo, debe estar muy frío a esta hora, ¿no crees? –amenazó Blaze, logrando abrir de par en par los ojos del somnoliento muchacho.

Sí, señora, lo que usted diga –respondió respetuosamente, siendo depositado en el piso.

Carga tu espada, la usaremos –ordenó la maga, colgando su arma en su cintura.

Albert y Blaze comenzaron a trotar por los senderos, aparentemente sin rumbo fijo, parando para recoger unos frutos caídos de un arbusto copado de estos. La maga sacó la espada de su cintura, tomándola con sus dos manos y extendiendo sus brazos, aguantando el peso por varios segundos, para luego retraer sus extremidades hacia su pecho, repitiendo la secuencia nuevamente. Albert intuyó correctamente que debía imitar los ejercicios de su entrenadora, aguantando el mayor tiempo posible, sin lograr acercarse al esfuerzo ejercido por la fuerte mujer.

Podemos considerar terminado el desayuno –declaró Blaze, después de trotar 50 vueltas con subidas y bajadas, o al menos eso contabilizó Albert–. Ahora a buscar el almuerzo.

Albert estaba extenuado, incapaz de responder a las palabras de la maga, con las piernas temblorosas y completamente sudado. Esta vez el entrenamiento fue más suave, contando con la suerte de encontrarse un gran venado en el camino, que lamentablemente murió a manos de una inspirada Blaze, quien le ahorcó para no hacerlo sufrir de forma innecesaria.

Con toda esta carne tenemos para varios días. Independiente de eso, todos los días desayunaremos de la misma manera –destacó y decretó Blaze, esperando una respuesta de Albert, al menos un suspiro para saber que seguía en este mundo–. ¿Algo que decir, Albert?

No, no –espiró Albert, a duras penas, tirándose al piso como un saco de papas.

No te permití echarte –informó la maga al oráculo, obligándolo con su mirada a levantarse.

Faenaron juntos al animal, formando una especie de choza con sus mantas, cocinando los cortes de carne con el humo de la hoguera, guardando todo dentro de las previamente aseadas tripas del animal, colgando la improvisada bolsa al lado de las caracolas musicales. Procedieron entonces con el estudio de la espada, donde Albert fue instruido en las poses y ataques básicos realizables con armas blancas, utilizando la katana que le proporcionó Blaze, mientras que la maga usó una de las cornamentas del pobre venado.

Atácame, Albert –ordenó Blaze, poniéndose en guardia, pidiéndole al joven que pusiera en práctica todo lo que le enseñó hasta ese momento.

Albert se encontraba más repuesto con el último entrenamiento, ya que constó principalmente de poses, debiendo ahora realizar efectivamente los movimientos con su katana.

Aquí voy –declaró el muchacho, abalanzándose de golpe contra Blaze, doblándosele el tobillo izquierdo, lanzando un corte descontrolado que fue desviado por la maga con los cuernos, hundiendo el filo de la katana en la hombrera derecha de su señora, dejando atrapada el arma dentro de la zanja creada.

¡Maldito idiota, no puedes lanzarte así de repente en una pelea, puedes matarte sin que tu enemigo haga nada! –reprochó Blaze, tomando la katana desde detrás del filo, desenganchándola de su hombrera, examinando el corte recibido–. Tiempo fuera, tengo que reparar esto.

Albert se sentó en el piso, enfundando su espada, viendo como la maga se quitaba las hombreras unidas por la espalda, notando por primera vez el grabado que lucía en el torso.

¿Ese es un…? –consultó Albert, olvidando momentáneamente el nombre del ave mitológica.

Es un fénix, lo mandé a grabar después de que me fabricaran las hombreras, son parte de un hechizo –contó la maga.

Blaze posó su mano en la pieza dañada, lo que hizo que el grabado del ave de fuego se encendiera con ígneo color, animándose, soltando flamas con un aleteo del fénix, las que volaron en dirección al corte que Albert causó, fundiendo localmente el metal, juntando nuevamente las partes separadas, reparando la hombrera. El joven pensó alucinar por cansancio ante tal espectáculo de renacimiento.

Genial, ¿cierto? Estas hombreras adosadas a un torso las mandé a hacer en el pueblo de los herreros que visitamos, pero no sólo están fabricadas con metal, también cuentan con un ingrediente secreto extra: cenizas de un fénix recién fallecido –esclareció Blaze, dejando atónito a Albert, quién caminó en cuatro patas para observar de cerca la encendida figura grabada antes de que se apagara completamente.

¿Son reales entonces? –preguntó el muchacho, revisando el lugar donde debería estar el corte, encontrando la zona indemne.

¿Eres capaz de predecir el futuro de la gente y dudas de la existencia de los fénix? –ironizó la maga–. Son reales y dificilísimos de encontrar, supieras las travesías que tuve que realizar para encontrar ese maldito y candente polvo de pájaro muerto.

¡Guau! No puedes comparar, esto es otra cosa, nací con esta capacidad, para mí es normal, pero ver un ave mitológica es distinto, es como ver un dios a la cara u otra cosa parecida –manifestó el muchacho, sorprendido como un niño pequeño.

No son gran cosa. En realidad, son bastante feos, sobre todo al final de sus días, son como gallinas desplumadas listas para hacer sopa –describió Blaze, desilusionando al maravillado Albert–. Dejando esta preciosidad de lado, debes seguir con tu entrenamiento.

Después de enfrentarse con las armas, pasaron a luchar cuerpo a cuerpo, enseñándole como asestar y detener golpes, además de algunas llaves para reducir oponentes. El primer día de entrenamiento culminó, y los sudados jóvenes tomaron turnos para lavar sus cuerpos en el fresco arroyo, juntándose nuevamente a cenar bajo el árbol que los cobijaría todas las noches mientras estuvieran a los pies de la montaña.

Muero de hambre, me duele todo, pero no me importa, quiero comer nada más –declaró Albert, tomando la tripa rellena, sacando desde su interior un trozo de carne ahumada, comiendo sin ningún decoro.

Parece que comienzas a entender como funciona el mundo –comentó Blaze, comiendo pausadamente, ya que para ella el día estuvo tranquilo.

Lo único que entiendo es que después de llenarme, dormiré como nunca –respondió Albert, con la boca llena de carne, bebiendo agua para no atorarse.

Eso espero, porque así serán todos los días, por lo menos un mes o hasta que vea que aprendiste algo, lo que se cumpla primero –dijo la maga, mascando una de las pantorrillas del venado.

Y durmieron saciados. Los días pasaron y pasaron, Albert comenzó a ganar peso, viéndose cada vez menos como un enclenque, normalizando su figura. Con cada jornada de entrenamiento, el joven ganaba experiencia y confianza en sí mismo, demostrándolo con el ahínco que ponía en cada una de las actividades que realizaba, lo que conformó a su instructora. Así fue como estuvieron 38 días a los pies de la montaña.

Este será nuestro enfrentamiento final, Albert, quiero que des lo mejor de ti o de verdad bajarás la montaña rodando –animó Blaze, desenfundando su espada por primera vez en todo el tiempo que pasaron entrenando.

Lo haré, Blaze –respondió Albert, con una sonrisa inquieta, sin dejar de mirar todo el cuerpo de su contendiente–. Por cierto…

¿Qué? –preguntó la maga, tomando la palabra al ver que el muchacho se había callado.

Gracias –dijo Albert, lanzándose al ataque.

Los jóvenes blandieron al mismo tiempo sus espadas, produciendo múltiples estridencias y destellos cada vez que se encontraban, luchando por encontrar una apertura en la defensa de su contendiente.

¿Quién ganará este combate mortal?, ¿habrá valido la pena entrenar al ahora normalmente constituido Albert?, ¿bajará rodando la montaña?, ¿qué les espera en el reino del dios Sol? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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