Dalila- El crisantemo irresistible (cuento apócrifo)

Dalila- El crisantemo irresistible (cuento apócrifo)

Dalila- El crisantemo irresistible. (Cuento apócrifo)

Mi historia debería comenzar con una de esas célebres frases que se quedan incrustadas en la memoria, por desgracia, a nadie le ha interesado hacer una referencia real de lo que sucedió en mi vida, a lo sumo habrá por ahí una ópera con mi nombre y alguno que otro cuentito barato muy alejado de mi realidad. A quién todo mundo conoce es al que fue mi amante por un tiempo, aunque decir amante es mucho, en realidad solo fui el anzuelo para que mis extorsionadores pudieran cobrarse una venganza. Para nadie es un secreto que desde que el hombre y la mujer comenzaron a relacionarse surgió la necesidad de solventar y satisfacer los placeres prohibidos. ¿Quién mejor que yo para hablar de la masculinidad?
No iré directamente al grano y, lo siento mucho, tendréis que ir descubriendo mi vida poco a poco. Por error y omisión, nunca se me ha dado un lugar digno, ni en la historia ni en el arte ni en ningún otro lugar. Nací en tierra de Moab y fui educada para atender tareas domésticas como los hilados, la elaboración de quesos, el limpiado del trigo y la preparación de la comida. Habría, sin duda, sido una esposa ideal. Incluso, lo fui, pero por un tiempo tan breve que ni siquiera lo considero real en mi existencia. Cuando tenía trece años comprendí que la fertilidad de mi tierra se había aposentado en mí, puesto que mis proporciones eran las de una chica mayor. En comparación con mis hermanas yo parecía su madre porque mis pechos eran bastante prominentes para mi edad y mis caderas se desarrollaron a velocidad extrema. Por fortuna o por desgracia, la ropa que usaba dejaba entrever las bondades con que me había agraciado Dios. Yo no me esmeraba en arreglarme y lo único que hacía era acomodarme bien el pelo y mantenerme limpia, quizás en exceso, puesto que me hice de una colección de perfumes y ungüentos aromáticos que atraían mucho la atención.
Dicen que las mujeres somos tontas y no sabemos razonar, pero tal vez eso no dependa de ser hembra o macho, quizá solo sea cuestión de hacerse preguntas y buscarle las respuestas. Recuerdo que, en cuanto me hice la primera pregunta, me apareció la regla. Ya había visto eso en otras mujeres y mi madre constantemente se quejaba de los fuertes cólicos que la atormentaban durante sus periodos. A mí no me pasó nada grave, ni la primera ni la última vez que tuve la menstruación. Muchas veces me detenía a observar los cambios que aparecían en mi cuerpo. Un día que estaba sola en casa descubrí en el pequeño espejo, que mi madre escondía con celo, que con la aparición del vello púbico se habían engrosado mis labios y se habían coloreado de un tono carmesí muy bonito, hasta me imaginé que eran pétalos de rosa. Otra cosa que me asombró fue el hecho de que siempre me ponía una faja enrollada en la cintura para evitar tener alguna hernia al cargar los objetos pesados, como el trabajo era mucho, había ocasiones en que no me la quitaba durante semanas porque era un problemón estarla enrollando y desenrollando, pues con el tiempo mis caderas se fueron redondeando y la cintura se me quedó pequeña, a mi me pareció natural, pero cuando veía a otras mujeres desnudas notaba la enorme diferencia.
Esa característica sería la que me traería muchas desgracias. La primera de ellas fue un día en que me estaba cambiando de ropa cuando entró mi padre acompañado de unos jóvenes y dejó en la cocina unas cubas de vino y costales de trigo molido. Uno de los jóvenes me miró y se quedó anonadado, su hermano Zohet le dio un empujón para que reaccionara. El joven se llamaba Zair, no era muy guapo y tenía la nariz muy curvada, era delgado y lo único bueno que tenía era un padre con una condición económica mejor que la nuestra. A partir de ese día Zair no pudo dejar de pensar en mí. Al final, cuando sus sueños se inundaron de placer por mi culpa, vino con su padre a pedirme por esposa. La unión le convenía mucho a mi padre porque de esa manera ganaba un socio y, en el futuro, unos nietos bien acomodados. Así que de buenas a primeras me vi casada con un hombre soso, celoso, poco inteligente, mal agraciado por Dios, pero persistente en la cama y burdo en sus maneras. En las calientes noches de verano era imposible contener sus envistes, padecía de excitación y durante la noche me poseía, si es así como se puede describir su ineptitud, tres o cuatro veces, sin resultados. Los encuentros eran fastidiosos porque ni gozaba él y, mucho menos, yo. Me harté muy pronto de esa vida y decidí escaparme. Eso, bien lo sabía, sería para mi familia la peor de las ofensas, pero no me importó porque ya no estaba dispuesta a soportar a semejante animal. En estas tierras de Moab, Siquén, Efraín y demás aledañas, jamás las mujeres hemos tenido reconocimiento, con excepción de algunas cuantas, el resto hemos pasado desapercibidas en la historia y yo quería ser una excepción. Me dejé guiar por mi intuición y me fui a esconder de mi marido. El lugar más seguro era la tierra de los filisteos porque los israelitas les temían, a pesar de que ya los habían derrotado con la ayuda de Dios, seguían temerosos de la guerra con esos salvajes. De esa forma me vi errando por el desierto, sola pero satisfecha de no tener que soportar por las noches a un patán que no me respetaba ni siquiera en mis periodos menstruales.
Para que nadie pudiera reconocerme, cambié mi nombre Betsabé, que significa hija de juramento, y efectivamente, había sido un juramento de amor que le hizo mi madre a mi progenitor, por el de Dalila que se interpreta como languidecimiento. Esa palabra es terrible porque conlleva una prueba, una derrota mutua, tanto mía como la de mis enemigos, el único caso en que podría languidecer sería si encontrara un amor de verdad, pensé por aquella época, quizás el señor me escuchó o, tal vez, era mi sino el que lo había determinado porque sí encontré el amor. Se llamaba Josué, era un joven alegre con mirada tierna y manos talentosas, podía arreglar cualquier cosa, incluso a una mujer en desgracia. Sabía hablar con calma, sus enseñanzas eran parábolas con un mensaje metafórico. Decía cosas que parecían de otro mundo. Era muy convincente y sus argumentos eran tan férreos que nadie le podía vencer en una discusión. No hablaré de eso ahora.
Para salir de mi ciudad me uní a una caravana que iba guiada por un hombre despreciable, le ofrecí veinte monedas de plata, una fortuna, por llevarme hasta la tierra de los manases o hasta Berseeba en el Sudoeste, de ser posible. El maldito cerdo estuvo cada noche tratando de violarme, era gorrino y asqueroso, se me acercaba cuando dormía y trataba de montarme como jabalí desaforado. Hay muchas historias del desierto donde se cuenta lo mismo, y siempre llega al auxilio un joven que libera de la tortura a la mujer, pero en mi caso no había un alma misericordiosa que se compadeciera de mi, así que tuve que ingeniármelas para que el cuino se calmara. Lo incitaba durante el día y en la noche lo acariciaba hasta que perdía la calma y se derramaba en sí mismo. Por fortuna, la tortura duró una semana y después, al llegar a la tierra de los manases, me separé de la caravana. Estuve cerca de la fuente de la ciudad durante tres horas y nadie se apiadó de mí, hasta que apareció Josué. Venía con una caja de madera y unos fierros, llevaba un poco de prisa pero al verme se detuvo y me pidió que lo siguiera sin preguntar mi opinión. Hice lo que me pidió y llegamos a una pequeña casa muy vieja dónde habitaba el modesto carpintero. Le pregunté que si vivía solo y me contestó con un gesto rápido, luego se fue y volvió dos horas más tarde. –Perdona que te haya dejado aquí, es que tenía un trabajo urgente y debía terminarlo, ¿de dónde vienes? No pareces de estos rumbos.
Le conté mi historia y los duros días que había pasado en el desierto a merced del mercader. Se compadeció de mí y me trajo una palangana con agua para que me lavara y preparó la cena. Pasó una semana y me fui acoplando a él. En realidad me intimidaba un poco porque era muy guapo y sencillo, hablaba como un profeta y me contaba historias increíbles que me humedecían los ojos, ya fuera por lo triste o lo romántico. Una tarde en que el sol era avasallador, llené la palangana de agua, me desnudé y comencé a refrescarme. Estaba completamente desnuda, me excité con el contacto fresco del agua, que se entibiaba con mi piel. Sentí de pronto la presencia de Josué, estaba detrás de mí y me miraba con curiosidad y deseo, se había acercado como un gato y al mirarlo me pareció un tigre desconcertado. Me le arrojé y él me cogió entre sus brazos e hizo lo que nunca me había esperado. Tomó mis manos y las besó, fue seduciéndome muy lentamente y con mucha ternura, no lo pude resistir y quedé vencida ante él. Podría decir sin temor alguno que me enamoré locamente. Me cambió el carácter y no perdía ni un minuto en vano cuando me encontraba con Josué. Los pocos meses que pasé con él han llenado mi vida de alegría y su imagen ha servido para superar todas las pruebas que me ha puesto la vida. El día más importante de nuestra relación fue cuando llegó con un montón de vasijas de arcilla y un juego de finas agujas egipcias. Ya lo tengo, sé cómo hacerlo,- ¿A qué te refieres?- Le inquirí. Pues, a los dibujos. Era verdad, Josué me había pintado en trozo de cuero liso unas flores. Me había preguntado cuál me gustaba más, le dije que el crisantemo porque era azul con algunos pétalos rojos, porque era muy suave y aterciopelado. Él me prometió que un día me dibujaría el cuerpo para que yo fuera como un jardín del paraíso. Serás una flor de oro toda tú, fuente de juventud y remedio para la felicidad, rica en aroma y dadivosa en carnes, pétalos y semilla. Te adoraré hasta el fin de mis días.
Me embelesó, cogió una bebida que preparó con mucha paciencia, me la dio e inmediatamente me dormí. Al despertar, me sentí mareada, pero se me pasó muy pronto. –Has dormido dos días seguidos, me tenías preocupado. ¿Quieres tomar un té?- Me levanté del lecho y la luz me iluminó por completo el dorso y la cadera, no podía creerlo, estaba enredada en un tallo de mil flores y destacaba un crisantemo de color azul y algunos pétalos rojos. – ¿Te gusta?-. Es increíble. No los quería tocar y tenía miedo de que se me borraran, pero él me cogió la mano y la deslizó por mi piel. Seguían allí -serán tuyas para siempre-. Me desbordé de alegría, estreché su cara contra mi pecho y me dejé llevar por la ruta del deseo. Sentí su ternura, sus manos firmes y su piel caliente, me sentí, de pronto, inundada de besos, palabras y resoplos, nunca había sentido tal placer. Era como si Josué siguiera una ruta conocida por mis sentimientos y me provocaba estímulos, contracciones y llegó a convulsionar mi cuerpo. Me agité desesperada, jadeando de satisfacción.
Ese día nació el jardín de mi deseo, el cual Josué cultivó y cuidó con esmero.-Tienes un cuerpo hermoso,- Me decía todas las noches mientras besaba mi crisantemo y los pétalos de mi rosa vaginal, antes de ungirme y consagrarme con aceite de pasión. Me acostumbré al rito del amor nocturno, pero pasó sólo medio año cuando la desgracia cayó sobre nosotros. Un día llegaron unos hombres y entraron con violencia en mi alcoba, me sacaron en vilo y me llevaron ante un mercader que se iba a cobrar una deuda con Josué. –Este hombre me debe mucho dinero, así que te voy a expropiar. Desde este momento eres mía y me servirás hasta el fin de tus días -miré desconcertada a Josué que permanecía mudo ante mí. Sus ojos estaban rojos y llenos de lágrimas. Una voz dijo: “Te dejó en prenda y no pudo pagar sus deudas de juego” No hubo más palabras y me condujeron a un aposento donde se encontraban unas prostitutas. La mujer mayor habló conmigo, me explicó que mi amante se había metido en un problema muy gordo y que había pedido prestadas doscientas monedas de plata y no las había regresado. Me desconcerté mucho y sentí tanto odio que me desmayé. Cuando recobré el conocimiento me vi al servicio de una casa que recibía infinidad de hombres durante las tardes. Me obligaron a acostarme con muchos y el mercader cada noche me poseía con violencia insultándome y arañándome el tatuaje, decía que yo estaba profanada, que esas flores de mi cuerpo estaban malditas y que encantaban a los hombres. Me advirtió que si un día trataba de escapar, me mataría sin misericordia.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que tuve la oportunidad de salir junto con la matrona a hacer algunas compras. Un día, en una tienda entró un hombre muy corpulento, con un aura diferente de los otros hombres. Parecía tan fuerte de espíritu que no pude retirar mi mirada de él. Sentí que algo se estremecía en mi vientre, sudé un poco y mis piernas flaquearon. El hombre al salir me observó con atención, como si quisiera guardar mi imagen para siempre. No sentí esos ojos que desnudan, al contrario fue algo dulce, suave y provocador. Varias noches me imaginé que me revolcaba en el lecho con ese titán formidable, su fuerza de toro indomable me hacía volar por toda La Tierra. Siempre que lo veía en sueños amanecía con una contusión en la vulva, lo interpreté como un signo, una señal.
Seguí mi vida cotidiana, día y noche bailaba con las mujeres, servía a los hombres más ricos e influyentes que llegaban de todos lados para deleitarse con mi cuerpo que había embarnecido y se encontraba en plena madurez. Para entonces, había aprendido a manejar a las personas, el mercader se había acostumbrado a mí y ya no me molestaba, muchos clientes me habían hecho revelaciones de sus negocios cuando bebían demasiado. Como había entendido el concepto del erotismo en su máxima expresión, comencé a dominar a los hombres con un juego de seducción, una forma de atraer y rechazar que despertaba un deseo salvaje, era tan efectivo que podía pedir la suma que quisiera a sabiendas de que se pagaría sin recato. El negocio prosperó mucho y la abundancia de placer, junto con el abuso de la riqueza, mataron a Jared que ya no podía andar y sus pensamientos eran lentos, la grasa y el vino lo habían precipitado en una estruendosa caída que no pudo resistir. Me quedé a cargo de las mujeres que vendían su cuerpo, comencé a administrar el dinero y pensé en ampliar la casa para que hubiera más comodidad.
En una ocasión un cliente me propuso un negocio. Consistía en engañar a un hombre para que me desvelara el secreto de su fuerza. Al principio estuve de acuerdo en hacerlo por unas doscientas monedas de plata, pero cuando oí el nombre de Sansón, perdí el aliento. Sabía perfectamente que no sería una tarea fácil y que conllevaba el riesgo de perecer bajo la fuerza arrolladora de su miembro, pues corrían historias y rumores de que las prometidas con quien se había intentado casar se habían quejado y lo habían embaucado prometiéndole casarse con él, si lograba engañar a los filisteos. Todos saben cómo terminó el primer intento y la ofensa que le produjo Sansón a los filisteos haciéndoles la broma del panal de miel en el vientre del león, luego el intento por casarse con la hermana menor de la frustrada primer esposa, que cuando el padre estuvo de acuerdo en entregar a la hija menor, Sansón fue a matar a treinta hombres, los desnudó y llevó las ropas para librarse de una deuda que tenía con los filisteos que acudieron a la fiesta. El caso es que no solo sus proporciones físicas causaban temor, estaba el problema de poder entenderlo porque era un hombre muy raro y difícil de engañar. Por último, estaba el problema del amor, pues en mi oficio está prohibido enamorarse porque en caso de entregar el corazón, se entrega uno a la perdición y el final es trágico. Si él se enamoraba de mi podría obtener de él cualquier información y lo vencería con facilidad, pero si fuera al contrario no podría superarlo. Por un lado, la imagen de Josué no había desaparecido de mi mente y a menudo gozaba con algunos hombres imaginándomelo a él. Con Sansón era muy diferente, me atraía por su potencia, por su aspecto animal, era más la intriga de saber si podría gozar y recibir lo que ningún hombre me había dado nunca. Llegué a pensar en un orgasmo múltiple e interminable que me hiciera conocer la felicidad eterna.
Para asegurarme de que podría escapar, sucediera lo que sucediera, le pedí al influyente hombre que me pedía descubrir el secreto de Sansón, la suma de mil doscientas monedas de plata. La negociación fue larga y tuve que escuchar mil veces las explicaciones del político filisteo, hasta que le dije que si no las pagaba, ya podía irse olvidando de mi colaboración. Se despidió con la promesa de volver con una respuesta y a la semana vino a verme.
-Querida, Dalila, vengo a comunicarte que los filisteos estamos dispuestos a pagarte la cantidad que nos pides, pero con la condición de que lo que nos reveles sea verdad porque en caso de que nos engañes, te mataremos sin piedad.
Acepté, el plan era que en cuanto supiera el secreto de la fuerza de Sansón se la revelara a los hombres que estarían custodiando mi casa y ellos lo matarían. Una vez ejecutado el toro, yo podría gozar del dinero y hacer lo que se me pegara la gana.
No fue difícil atraer a mi lecho a Sansón puesto que a sus oídos ya habían llegado las historias relacionadas con mi crisantemo y mis labios de rosa, incluso, ya me había buscado él en varias ocasiones pero algún imprevisto le había impedido encontrarse conmigo.
-¿Eres tú Dalila la del crisantemo?
Me descubrí el cuerpo para que pudiera ver los bellos dibujos en mi piel y enseguida le propuse acostarnos para que lo tocara. Estuvo acariciándome sin fuerza y comencé a desnudarlo, pero sólo llevaba la túnica sin nada debajo. Sentí su corpulencia y su carne ardiente, a parte de sus músculos su sable destacaba más de lo acostumbrado. Se me estremeció el vientre y sentí miedo. Comencé a acariciarlo y su arma creció aun más, traté de montarlo con la esperanza de que no me fuera a matar atravesándome de lado a lado, pero el permaneció tranquilo y se negó a unirse a mí.
-¿Qué te pasa? ¿Es que no te gusto?
-No, no es eso. ¿Sabes lo que es un nazir?
-Lo ignoro.
-Un nazir es un hombre que se consagra a Dios y debe ser puro. Es un designio divino y se basa en la fe y la voluntad, así que te será imposible lograr que me una contigo en la cama. Siento mucha atracción por ti, pero no logro vencer yo mismo esa fuerza que me mantiene puro e indiferente a las mujeres. Es verdad que estoy muy bien dotado pero no puedo hacer el amor con ninguna mujer.
Estuve empleando mi arte de seducción, aplicándole todo tipo de caricias, por más de una hora sin resultado alguno. No logré que me montara. Estaba agotada y un poco desesperada e inquieta, pues con el juego del amor me había excitado tanto que me dolía el vientre y necesitaba alivio.
-¿De qué forma tengo que incitarte para que decidas follarme?
-Con el esfuerzo que has hecho he sentido deseo, pero creo que para lograrlo tendrías que intensificar el juego del amor unas siete veces.
Entendí rápidamente lo que trataba de decirme y mandé llamar a siete de las mozas más jóvenes y frescas de la casa. Esperé a que llegara el momento en que Sansón desistiera y me llamara para por fin unirnos, pero fue inútil. Las muchachas se agotaron y no lograron absolutamente nada. Entonces hice venir a la guardia y pedí que lo sacaran de mi aposento.
Al día siguiente volvió, lo conduje a mi lecho y le pedí que me dijera cuál era su secreto y por qué tenía tanta voluntad.
-Sí haces que siete mozas vírgenes pulan mi instrumento, podré eyacular y toda mi fuerza me abandonará porque habré traicionado mí sino, caeré rendido a tus pies.
Mandé buscar a las jóvenes más bellas de la ciudad, las engalané y perfume y se las puse a sansón para que le sirvieran con esmero. Pasaron dos horas y no obtuvieron ningún resultado, a pesar de que habían estado bajo mi dirección. Despedí nuevamente a Sansón, está vez vinieron los filisteos y me dijeron que si no lograba descubrir el secreto la siguiente vez, no sólo me echarían de aquí, sino que antes me caería una lluvia de piedras por mi intento de estafarlos con doce kilos de plata por cada conspirador.
No me quedó más remedio que acudir a las hechiceras y brujas para que me dieran alguna solución. Priscila, la anciana más astuta de todas, me pidió trescientas monedas de plata por darle solución a mi problema.
-He oído por ahí, querida Dalila, que te van a pagar mucho dinero por esto. Deberías ser condescendiente y darme aparte de lo que te pido, una propina por ser buena gente contigo-. La maldita anciana quería cuatrocientas monedas de plata. Y me preguntó que si valoraba mi vida, en cuánto aproximadamente. Recordé que me la estaba jugando y que mi última salida era esta decrépita mujer ambiciosa. Accedí a darle el dinero pero con la condición de que me dejara pagar después de emplear su remedio.
-No te preocupes hija, yo he visto todo en este mundo y sé cuál es el origen de las cosas. Un hombre siempre es víctima de sus deseos, pero primero hay que dominar su mente, luego su miembro y al final su corazón, así su voluntad queda en nuestras manos. Haz lo que te digo y no fallarás. Por otro lado, te comento que si alguien viniera a buscar, por ejemplo, un veneno para matarte, le diría a quien me lo pidiera que ni por todo el oro del mundo lo haría, ya que estoy en deuda contigo por ser tan generosa. Diría: “Eh, ignorante, ¿No sabe que la bella Dalila me ha pagado cuatrocientas monedas de plata? Entonces se iría o pensaría que no vale la pena asesinarte. Piénsalo, hija mía.
Después de tan clara amenaza, no me quedó más remedio que aceptar. La vieja me dijo que había una sustancia que se podía obtener de las adormideras verdes y que atontaba a los hombres al grado de convertirlos en muñecos andantes. Chocolate- decía con alegría-, lo único que tenía que hacer era ir a raspar los capullos de la flor fucsia o papaver somniferum y luego hacer una pócima para fumarla en una pipa de vapor. Hice todo como me lo indicó la decrépita mujer y cuando llegó Sansón me recosté con él en unos almohadones y pedí dos jarras de vino. Comencé a acariciarlo y a decirle que no tuviera miedo, que si lograba relajarse lo suficiente está vez lo lograría.
Le pregunté cuál era el secreto de su fuerza de voluntad y él se negó a decírmelo, entonces mandé traer la pipa y le di dos bocanadas. Prueba esto, es lo último en relajantes, ya verás que resultado da. Fumamos un poco, luego dejé que se apoderara de la boquilla y que no dejara de aspirar. Tenía una excitación descomunal, me subí sobre él y comencé una danza desde el interior del vientre. ¡No dejes de chupar el humo! Me movía contrayéndome por dentro, el respiraba cada vez más fuerte y entre jadeos confesó. -Mi secreto es la fe y mi predisposición hacía los mandatos de Dios, pero ahora me siento libre, como si estuviera en el paraíso. ¿Es posible que ya me encuentre al lado del Señor? Ha terminado mi martirio, ahora puedo gozar-. Se desparramó con todos los líquidos que había guardado toda su vida, su desagüe fue tal que toda la casa quedó inundada, luego se quedó profundamente dormido. Entonces mandé llamar a los filisteos y se lo llevaron ante el hombre que me había pedido entregarle al coloso. Ese mismo día recibí un enorme cargamento de monedas de plata. Cogí cuatrocientas y se las fui a dejar a la hechicera que me felicitó y me prometió silencio eterno sobre el caso.

Pasaron unos días y supe que Sansón había sido arrestado, condenado y que vivía en un calabozo. Por la falta de luz se había quedado ciego. Lo mostraban ante las mujeres y hacían un espectáculo usándolo como a un perro. Un día Sansón recuperó sus fuerzas y al sentir de nuevo renacer su fe, se liberó de las mujeres que se divertían con él, cogió unas sogas y tiró el templo del amor en el que se encontraba. Fue tanto el esfuerzo que hizo que sufrió un paro al corazón. Las últimas palabras que mencionó estaban dirigidas a Dios. Parece que imploraba perdón cuando lo sorprendió la muerte.

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