Un relato no convencional de amor.

Un relato no convencional de amor.

Damian L. Vera

14/02/2018

Prólogo.

¿Qué es lo que debería comentar sobre una obra que expresa por sí misma la idea del autor? Comprendo mis intenciones, ustedes deben saberlo, más yo tengo que recordarmelo cada vez que lo escribo. ¿Qué es lo que estoy escribiendo?

«UN RELATO NO CONVENCIONAL DE AMOR».

Por Damian L. Vera

Podrías relatar mi historia en 3 fragmentos, inicio, medio y final, pero se volvería aburrido a los pocos minutos de hacerlo, porque todas las historias de vida son diabolicamente similares. Naces, tomas del pecho de tu madre o de cualquier mandríl, creces, desarrollan su personalidad, y mueren, dejando detrás de sus existencias un historial de éxitos y fracasos.

Me temo no soy una mujer como para poder expresar mis sentimientos de una manera más creíble, ellas son fantásticas, muy perceptivas y coquetas, todas ellas saben cómo tratar a alguien. Pues yo he crecido tomado de la mano con mi mamá desde hace unos 30 años, edad en la que ella comenzaría a perder lentamente su vida.

¿Para qué, Dios? Ella era mi madre, la necesitaba fervientemente. ¿Por qué no me escuchas? ¿Qué hice mal? ¿Fue cuando desenterré los secretos de mi abusivo padre? Él se merecía la soledad, lo dejé en su merecido lugar; no se volvería a acercanos. Lo odié sinceramente.

Las relatos de mi madre eran perspicaces, de un carácter extrañamente cariñoso, suavizados por su delicada voz, que tan cálida y tan relajante, proporcionaba calma a mis músculos estresados, los cuales se volvían a atrofiar cada vez que acudía al trabajo. Necesitaba de mi fuerza, mis músculos, para cumplir con sus requisitos, los cuales me brindaban dinero y un lugar al cual llamar «hogar» como recompensa.

No más cumplidos los 60 años, pereció. Acostada junto a mí en su dormitorio, con sus rizos doblados, canosos, secos, sin vida, aún vestida con su suéter de tela cocido por sus propias manos, anaranjada, una larga falda que cubría sus rodillas, ennegrecidas por sus propios talentos de madre cosedora, unas medias blancas simples, apoyando su cabeza en una almohada rellena de plumas.

Recuerdo haberla mirado a sus ojos, había girado los suyos hacia mí, a su derecha, mientras que yo jadeaba de dolor y desespero, sin atreverme a relatarle mis actividades del día; cómo mi jefe me volvió a faltar el respeto, o el momento en que una mujer me había confesado su amor; necesitaba su apoyo, necesitaba su opinión, su visión. ¡Dios, cómo la extraño! Miró a traves de mí, y sin mucho esfuerzo sólo alcanzó a pronunciar «mi Vida». El apodo que siempre había empleado para referirse a mí de manera chistosa, sarcástica, cariñosa, burlona, amable, única. Jamás la volví a escuchar, con sus ojos puestos en mí, clavados en mí, su mirada serena y liberada; enorgulleció mi espíritu, levantó mi alma, conmovió mis ojos. Llore, y llore, sin remedio. «Mi madre ha muerto, mi madre ha muerto», es lo que pensaba en mi mente, hasta que le tomé la mano, aclarándo mis dudas. Ya no es mi madre, es sólo un cascarón vacío, ella misma me lo enseño. Mi madre, no esa mujer recostada. Llamé al hospital, por supuesto, pero no acudí al entierro oficial. Yo ya había ofrecido mis penas a su cuerpo posado en su colchón, donde juré por Dios que no volvería a amar a una mujer por más increíbles que fueran, porque ninguna superaría a mi madre en lo absoluto. Pero claro, no era la única razón.

Me había despertado finalmente, luego de otros 5 años adormitado en mis sueños y en mis pesadillas, tomándo a ambas por igual; a las 2 y a las cuales comencé a sentirme enamorado por una de ellas. Celeste y Maria, bellísimas mujeres tan transgresoras como mi madre, capaces de estar a la altura de ella, quien fue la única cuya alma logró encariñarse con la mía.

A Celeste la conocí bien, era una mujer bien cuidada y muy organizada, tan hermosa como perspicaz en explicar sus motivaciones, delirios y hechos de la vida. Sonreía cada vez que lograba encontrar un buen chiste en mi memoria para su disfrute, la primer mujer aparte de mi madre que me hacía ejercitar el cerebro, tanto que sentía que estallaría si no podía complacerla de esta manera. Pasaron los días y se apegó a mí, revelándome su lado más positivo, constructivo y optimista; un gran ser humano. Llegamos a algo más íntimo, luego de haber pasado un par de años juntos.

Tan solo bastaba en recordar cómo la había conocido en aquel ridículo juego de la botella; donde como todo hombre de 32 años lograba ruborizarla con uno de mis besos, para reflexionar sobre qué tan rápida y qué tan dócil habia sido Celeste conmigo. Se dejó llevar por esos momentos tan candentes; donde ni siquiera yo tenía experiencia, en plan de no ridiculizar a su linaje. Descubrí entonces de ella, que era una salvaje. Celeste, aunque fuera una persona y un ser humano excepcional, se hundía en las profundidades de la pasión para querer gozar del mejor sexo.

Yo, lamentablemente, jamás fui tan dócil ni tan exhaustivo como Celi, solo quería amor, un buen romance del que pudiera sostenerme y sentirme seguro al creerle, que me amara sin prejuicios. Aquella noche del 29 de Septiembre, a las 22 y pico, exprese mis sentimientos con respecto a su persona.

Celeste eres inteligente, perspicaz como mi madre, ágil y bastante dócil, pero yo no soy lo que seguramente quisieras en la cama con un hombre. Soy todo un galán, claro está, pero al momento de que nos consumamos en el placer, perderé la movilidad, dejando que solo tú tomes el control absoluto. Es embarazoso, por si te lo preguntas.

— Adrián, por favor, no es para tanto. Bueno, es cierto que me encantaría que fueras un poco más resistente; te mueres a mitad de que lo hacemos, tonto. ¿Pero realmente es un problema? Yo creo que solo tienes que enfocarte en los puntos más sencillos de una relación.

¿Y esos serían…?

Por favor, Adri. Estamos estables, ¿no?, somos felices, ¿no?, no necesitamos cupones de novios, ¿verdad?— Ella ríe un poco y acomoda suavemente su largo cabello, atado con un elástico turquesa, para dejarlo por sobre su hombro. ¿No te gusto, Adri, entonces?

No es así, Celi. Aparta su visión de los brillantes ojos de Celeste, para luego tragar saliva y volver a mirarla rápidamente.— Más bien, temo que ello sea tu única diversión por mí. Tus suaves palabras, tu carácter tan encantador e inteligente, te vuelven una persona maravillosa, ¿entendés? Pero creo que te sentirás decepcionada por no darte el mejor placer. Lo siento.

Adrián, ¿me consideras una prostituta? Eso no me lo esperaba. Creo que, como nos hemos conocido mucho mejor, nos volvimos muy sinceros el uno al otro, ¿no te parece? Esto de repente creo que es demasiado explícito. Celeste se empieza a reír humildemente. Así mismo lo hace Adrián.

Somos demasiado maduros, supongo. Celeste… Ella lo mira con sus enormes y brillantes ojos azules. Vestía un hermoso vestido gris amarronado, sandalías que hacían lucir sus pies, y un simpático pañuelo blanco alrededor su suave cuello. El contacto visual entre ellos es solemnemente innenarrable Te amo. Pero espero que puedas encontrar un hombre con mejores cualidades que yo. Porque no creo estar listo para una relación más seria, como lo es el matrimonio, resultados como los hijos y la construcción de un hogar.

Creo que tienes razón, Adri. Espero estar lista tanto como tú (y espero que más) cuando me encuentre finalmente con una oportunidad de matrimonio semejante al potencial que ambos, tú y yo, teníamos. De repente, en su corazón, sintió cómo sus arterias, venas y todos órganos cardiomusculares se retorcían por su auto engaño. Se sintió verdaderamente horrible.

Salieron juntos hacia afuera del restaurante. Sin más que decir salvo lo propiamente dicho dentro del local, Celeste se despidió con un dulce beso; remarcándola con un trasfondo compasivo, con el cual Adrián compartiría un mutuo impulso y le devolvería su afecto. No pronunciaron palabra, bajaron los dos sus cabezas en señal de vergüenza, adelantándose Celi en irse primero. Pensativo, conmovido por la cariñosa respuesta de su anterior pareja, simplemente la observó unos segundos antes de darse la vuelta e irse.

Alrededor de su cabeza, comenzaron a detonar repentinas filosofías no tan abstractas, de carácter mundano y simple, como «No era yo, eras tú», «Todo es por tu culpa», «Te odiaba, por eso», «Te abondono por tu inquietante gusto». Así es, Adrián estaba pensando en cómo podría haberle dicho a Celeste palabras semejantes a las que un sin vergüenza desenamorado haría con su enamorada.

No se porqué decline ante una mujer tan espléndida como Celi. ¡No tiene ni el más mínimo puto sentido! Espero que no me odie por lo que acabo de hacer. Ojalá mi madre estuviera aquí. Ella… ella sabría como… ¿qué es lo que hice? De repente, comparo mi convicciones con basura.


Tras 2 años de mensajes y videos cortos, nuestro chat de conversación, el rastro de lo último de nuestros enamoramientos yacía en la improbabilidad. Era improbablemente lógico recordar porqué los vestigios de nuestro amor, se limitaba a patéticos mensajes sms ahora carentes de sentido. ¿Esto es lo que se siente abandonar a quien una vez amaste? ¿Acaso esto es lo que obtengo por dejarla así sin más? Todo es tan confuso ahora, incluso si me encuentro acostado en el colchón donde mamá murió; me tranquiliza porque la puedo sentir cálidamente cada vez que me recuesto en ella. Es un tanto extraño, lo reconozco… pero yo amaba a mi madre: la mejor señora que haya existido.

«Nadie después que nuestro Señor», solía decir ella, y víviamente retumba en mi mente las veces que lo pronuncio con su voz. Es tan relajante…


Pero siento una presencia más en esta casa, la mía, donde nací. Espero que no vuelva a ser ese maldito gato, que irrumpe siempre cuando duermo. Pero esta presencia, se siente mucho más humana, más imponente que la de un simple felino; me estaba por enfrentar a una criatura espantosa. Giro entonces mi cabeza hacia los costados, tan solo estoy en la cama matrimonial de mi padre, cuya residencia ahora me pertenece (gracias, papá). Está todo oscuro, no puedo diferenciar la penumbra con mis ojos cerrados, ¿por qué siento este escalofrío? ¿Me convierto a la par de la oscura capa de mis emociones, o tal vez, estoy demasiado cerca de aquella figura solemne?

¿Por qué te mueves tanto, Adrián? Quiero dormir.

¿Pero qu-?

La conversación se precipitó súbitamente a terminarse, pues la voz ya no solo parecía reírse, sino que movería su cuerpo hasta la entrepierna de Adri, paseando su respectivo trasero alrededor de su miembro. Claramente, se trataba del cuerpo contenedor de aquella voz. Pero… ¿qué mierda? ¿De quién se trataba? Adrian sentía cómo lo estaba excitando aquel movimiento tan sensualmente femenino, cuyo contacto con su desnudo miembro lo sacó de sus casillas. La noche, como ya la había percibido, transcurrió en un parpadeo. Los muslos de Adrián se habían cansado de balancearse hacia adelante y atrás directamente conectádonse con una mujer desconocida que se encontraba en su mismo lecho conyugal. Al día siguiente, Adri sintió pavor, desconfió de su integridad al despertarse de un día para otro en su cama junto a una mujer que supuestamente no conocía. Pero la vio al levantarse, él no pudo dormir.

La misteriosa mujer levantó su desnudo cuerpo, cicatricado en la espalda por eventos no recientes, aquellas heridas vencidas no lucían especialmente dolorosas, sino más bien intrigantes; posiblemente con una historia de trasfondo cada una. Las cicatrices se limitaban a cortes y quemadoras no tan graves a simple vista. Aquello incomodó levemente a Adrián.

La mujer, encorvó rectamente su cuerpo, estirando hacia los costados sus pálidos brazos. Giro suavemente su mirada hacia los ojos de su amante en el otro extremo de la cama, podía representar en aquella mirada un contexto pervertido, romántico y de aceptación. Su cabello era corto, llegándole a sus hombros enrojecidos por las manos de Adrián puestas en ella con fuerza (él sentió pena por aquel rastro de su inmundicia). Se podía visualizar en su cuello un sangrante tatuaje, que recién hecho, parecía también estar dirigiendo su único ojo hacia los de él. Así mismo, cuando dejaron de verse tan curiosamente, ella se levantaría de un salto preguntándole cariñosamente si deseaba comer «lo mismo de ayer». Sonrió y esperó su respuesta, mientras lucía sus relucientes nalgas, que aunque fueran increíblemente blancas, no podía percibirse por un ojo recien despierto la diferencia de color en sus piernas; desde las rodillas hasta las pies era de un color moreno.

¿Y bien, Adri? Podrías perderte la comida, cariño.Estúpidamente, ella relució sus dientes en una sonrisa y levantó amigable las cejas varias veces.

No… nena. No te molestes, cariño. Esta todo bien, ¿mi amor?Hizo una mueca de estar confundido.

Bueno, bueno, Adrián, parece que no dormiste nada. Come algo, por favor. Salgo a trabajar y te veo después, nene. Me voy a cambiar.

Ella sale corriendo mientras le rebotaban sus nalgas, Adrián se quedo fijado en ellas hasta que desaparecieron cuando la chica entró en el baño; la morbosidad de sus pensamientos tomó forma, y recordó quién había sido el dueño anterior del toilette. Una corta sucesión de imágenes confundieron su percepción, jugaron con su mente, obligándolo a encarnar su propio cuerpo; uno más joven, en el que volvía a inmutarse frente a él, mientras que su compostura entraba en crisis al no creer tener las fuerzas suficientes para matarle. Estaba maltratándola, escupiéndole insultos, tomándola del cabello, lograba que rompiese en llanto una y otra vez; el promotor de la histeria e impotencia. En aquel momento, Adrián no pudo hacer más que llorar su inutilidad, descuidadamente durmió con una mujer cualquiera, cuyo nombre no conoce ni espera recordar. Él estaba tan confundido, inerte a la lógica, el común denominador de las situaciones incomodas no se encontraba: el narrador o aquel que explica qué sucedió, qué sucedería a continuación.

Adrián se viste de las ropas tiradas por el piso. No tuvo ganas de comenzar a idear una hipotética solución a un trasfondo tan anti climático como el que estaba viviendo. La idea de estar viviendo solo, acostarse con una mujer cualquiera, comer todo tipo de comida barata, lo hacía revolver su estómago brutalmente. Iban y volvían, los vómitos no se dieron a esperar.

No había nada qué hacer, tan solo recriminarse, culparse por haberle fallado a su madre, cuyo corazón pudo complementar el de Adrián, el que actualmente yacía enceguecido por la impotencia y la necedad. Penso, que ningún momento de su vida le bastaría para comprender la naturaleza humana. Su propia naturaleza, le jugaba en contra de sus sentimientos. ¿Por qué? Era tan injusto. Por su espalda, de pronto, mientras él continuaba sollozando fijando su atención a la nada, surgieron dos brazos que rodearon su cuello y lo llenaron con calidez, a la vez que un toque de amor, tranquilidad suporponiendo el dolor, lo consolaba hermosamente. Era una sensación imposible de definir, incapaz de expresar porque tu alma se encuentra en manos de unas cálidas intenciones que demuestra su amor hacia tí. Aquellos brazos, aquel gesto, brazos femeninos, pudieron controlarlo, limitándolo a echar su cabeza hacia atrás para deleitarse con la piedosa expresión de la mujer con quien se había acostado recién. Al pensar eso, Adrián…

¿Por qué lloras, mi amor? Si quieres, puedo llorar contigo.

Si. Por favor, quiero… se corta su habla.quiero detener este dolor. Siento que… me ahogo. Lloro porque mi mamá ha muerto, Kari. Mi mamá murió hace muchos años… yo la extraño muchísimo. La extraño. Abrázame.

— Ya me lo habías dicho, querido. Lloremos, entonces.

Tras haber sentido su cálido gesto de amor, ambos se dieron una ducha, por la cual Adrián recordó quién era hace unos momentos, quién fue él durante los últimos 3 años, y quién era esa mujer a la que llamó incondicionalmente Kari, apodo para reemplazar Karina en su defecto. Abrazados debajo de las pequeñas corrientes de agua chorreante, Adrián y Karina se besaron en un romantizado contexto en la que eran esposos, un hombre y una mujer, mudados hace un año, copuladores responsables, cariñosos el uno al otro, correpondiendo los mismos afectos en la mayoría de situaciones; aunque por más normal que fuera Adrián, a Karina socialmente no podían tomarla de la misma manera.

Ella era una incomprendida, pues sus motivaciones giraban en un contorno sumamente elitista, complejamente anti moderno, gótico. La tomaban por deprimente, una mujer que buscaba morirse cortando con tijeras rotas las arterias de su antebrazo. Karina, sin embargo, era una mujer maravillosa. Se había conocido con Adrián en un juego de bolos, un domíngo por la tarde. En un centro comercial de la ciudad llamado Boulevard Shop, platicaron como amigos del mismo equipo, pues habrían sentido una conexión mutua e incuestionable. Los dos tenían buen brazo, así como una perspectiva muy audaz, lúcida, precisa de los acontecimientos que surgían a través de los actos de alquien más. Adrián y Karina, las incomprendidas mentes en medio de la sociedad. Pero no podrías culparlos, casualmente habían cortado con sus respectivas parejas… era de esperarse una conexión pesimista.


Karina y Adrián se casaron un 25 de mayo, alrededor de las 20 hs dieron el beso definitivo, fueron marido y mujer, súbitamente, e impredeciblemente, la vida de los dos tomaron un rumbo en el que estarían atados hasta la eternidad. Estos conceptos asustaron presuntamente al sentido de responsabilidad tan noble del verdadero Adrián. Él despertaría en el lecho conyugal una vez que la noche anterior reflexionara sobre Celeste. «Una chica llamada Celeste, ¿por qué me suena su nombre?». Adrián había dormitado nuevamente en su ser profundo e intransigente.

Luego de haber liberado su carga de orina diaria, en medio de una cotidianidad descaradamente tibia pero agradable, Adrián descubrió, mientras tiraba la cadena, que una extraña partícula tecnológica surgía y volvía a esconderse en el hueco del retrete. Aquella minúscula partícula era un prácticamente visible Test de embarazo. A través de esta curiosa odisea de ensueño, que tan placentera había sido alrededor de su propia existencia, Adrián jamás había imaginado ser progenitor, dueño, ni siquiera causa de orígen por la procreación de un niño o una niña. Este era un secreto, el primer secreto que observaba le estarían ocultando por el resto de su vida. El acto romántico de ocultar, intentar olvidar, fingir comodidad… qué hermoso, ¿no?

Adrián, comenzó a colocarse una chaqueta sumamente pesada, de color café, debajo de ella poseía una camiseta roja marca Nike, sus zapatillas del color como el granate común, y su gorra de preferencia roja, vistieron su cuerpo tristemente amoldado por el tan descarado frío del invierno en Florida. Llegó justamente Karina al hogar, cargando pesadas bolsas de compras. Aunque sus ojos se entristecieron por la pena de abandonarla temporalmente, continuó su trayecto hasta bajar las escaleras del hotel, abrir la pequeña puerta cubierta de nieve, que cortaba la acera con las calles invadidas por el doloroso invierno. Karina salió rápidamente de la casa, gritándole por su repentio escape. Al llegar detrás de él, Adrián simplemente gritó a los ojos de su mujer, como nunca antes lo había hecho con ninguna otra persona:

¡NO ME SIGAS! ¡TÚ OCULTASTE AL BEBÉ!

No hubo necesidad de más palabras. El rostro de Karina pasó a deformarse a una expresión de irremediable tristeza, una inminente sorpresa por su parte, le había ocultado la verdad. Ocultarle su futuro hijo… ¿por qué? ¿De qué serviría evitar lo inevitable? ¿Un hijo era un error? ¿Esto era amor?

Pero el tiempo se detuvo allí. La monotonía cesó, la tristeza se detuvo, las trivialidades desaparecieron, y el mal abundante dentro de cada persona dejo de refugiarse en los cuerpos de las personas. La mismísima muerte se presentó ante Adrián, y caminó junto a él, previniéndole accidentes, malos consejos, incertidumbres, injurias, terribles hábitos, costumbres destructivas, pensamientos ajenos a la humanidad, reflexiones baratas, secretos innecesarios, pestes accidentales, hambre, soledad, inexistente moral. Caminó y caminó junto a la muerte, paseando por las calles de Florida, hasta llegar a Orlando, luego a México, luego a Cuba, luego a Costa Rica, y finalmente a Panamá. Los tiempos corrieron insaciables en busca de cordura, de una materia física a la cual aferrarse. Literalmente, Adrián comprendió los sentimientos de su madre, la estaba viendo ahora mismo, fijando sus ojos profundamente en los suyos. La conexión prevalecía incluso de muerta, habría muerto, pero la muerte no era nada para ella, e incluso pudo acariciar su joven brazo. La madre había rejuvenecido, parecía una chica normal de 20 a 30 años. Ahora mismo era hermosa, especialmente única, tierna con su hijo, incapaz de nada, poderosa al influenciar a todo el mundo

La muerte, cuyo único deseo persistía en la obtención del alma de Adrián, se dio por vencida. Él ya había visto todo. La muerte, junto a él, era un sinónimo de extrañeza no muy lejanda a sus inconvenientes de ensueño. Había dormitado durante largo tiempo, en un plazo de 3 años cada vez que conocía a alguien interesante. Adrián descubrió algo en común con esas personas a las que había conocido, a las que luego olvidaría por causa de vivir en una realidad de ensueño, a toda esa gente él las había amado con todo su corazón. Tantas personas en su vida, tantos corazones rotos, tanto dolor causado por su negligencia y necedad; todo por causa de la imprudente motivación de su madre al consumir su corazón y encerarlo de un odio interno hacia las mujeres, quienes tan viles pero tan hermosas, hacían retorcer el alma de un hombre hasta hacerlo pedazos. Así había sido, así lo había hecho hasta ahora, 38 años de vivir a la sombra de su madre, quien no habría tenido mala intención, pero perjudicó la ambición de su hijo y afectó estúpidamente su etapa al enamoramiento. Su cuerpo jamás había dejado de crecer, pero siempre había sido un niño estúpido e inconsciente de sus opiniones individuales.

Lo siento tanto, mi Vida.

No, ma. Yo me las arreglaré. Voy a seguir lamentando tu muerte, pero más lamentaré el no haberme convertido en una persona al estar siempre debajo de tu criterio, que implantaste en mi vida. Te ame tanto, mamá. Pero… necesito que te vayas y me dejes realizarme, como tu hijo, como un hombre.

Su madre desapareció, la muerte a su vez. Adrián revitalizó sus párpados, y pudo visualizar el cielo azul. Había pasado por un trance, o quizás fue una ilusión, posiblemente sufrido una contusión. No lo sé, fíjese qué tan científica y poco prudente es la mente de Adrián. Embobado por las enseñanzas tan tristes que su madre le había inculcado. «No hagas feliz a una mujer». Pero Adri levantó su mirada, su mujer estaba levantándolo. Qué gran mujer, qué gran esposa. Su amor, su todo. Es el complemento de una improbable mitad. Así como uno al otro se unen y diversifican los regalos incomprables que se entregan, el afecto tan puro y honesto que se deba, y la esencia que carguen les durará por la eternidad, pues las generaciones pasarán por ellos dos.

Karina. ¿Soy yo, o se congelaron nuestros corazones? Por favor, dame calor. Quiero TU calor. Amor. Dame amor, y te responderé igual. Te amo, de verdad.

Karina volvió a sentirse confundida, era como si fuera la primera vez que lo veía. A su esposo, a Adrián, que ahora más hermoso y más firme que nunca, se encontraba dispuesto a transformar el amor de ambos en un hijo. Se trataba del Fruto de un verdadero amor. Entonces sonrió y besó a su marido, y se alegraba a su vez, que recordó haber borrado los contactos del móvil de Adrián.

Nombres como Claudia, Sofía, Fátima S., Fátima G., Rocío, Celeste, Milena, María. Nombres cuyo valor emocional ya no tendrían sentido, porque Karina comprendió, como otras no pudieron, la verdadera forma del corazón de un hombre llamado Adrián, hijo producto de un amor completamente amargo.

El Fin.

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