Al trabajo en la agencia inmobiliaria se le suponía algo temporal. Increíblemente esporádico, pues las vísperas de festivos y fines de semana de los últimos cinco años acudía al centro comercial, ante la avalancha de clientes. Tampoco halló mejor opción para compaginar sus estudios de astronomía y doctorarse en la economía de las prioridades. Tenía una generosa beca de investigación, desviando su sueldo a sus caprichos, los telescopios. En breve empezaría su tesis doctoral y pese a tener acceso a los mejores medios compartidos, quería la mejor herramienta de observación en el lugar adecuado.

El camino del sistema solar trepaba por la colina universal, deteniéndose en lo alto, con vistas al crepúsculo y a un abismal acantilado cóncavo perfectamente erosionado. Pudo haber sido una ascendente gran avenida, quedándose en una tímida calle asfaltada, con exiguas aceras, arboles caducos y cruces planetarios diáfanos. Tras cada esquina adoquinada Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, albergaban a unos mínimos vecinos atraídos en su momento por la tranquilidad de unos terrenos meridianamente arbolados. La autopista marítima rasgo la base del cerro, dejando un solariego paso subterráneo desde la ciudad y una salida a todas las direcciones. El tráfico atropelló a mercurianos y venusianos, sobreviviendo los pocos terrícolas alunizados. El resto de gentilicios se desinteresaron tras ser desestimada la plaza de Plutón en la cúspide. Las fincas del nuevo barrio en vías de despoblación, pasaron a estar en liquidación.

“Oportunidad, en venta casa unifamiliar de madera nórdica, consultar condiciones”. Pese a tener palabras insinuantes e imagen maquillada, las visitas escaseaban debido a la letra pequeña, ubicación paseo de Marte. La foto real mostraría una casa pendiente de unas manos de lija y barniz, un terreno con vegetación selvática al final de una calle dividida en parcelas desiguales. Una valla rematada con espinos brotaba de la ladera, circuncidando parcialmente el terreno, para precipitarse con premura hasta el infinito oleaje. Desde el solar contiguo se vislumbraba mínimamente todo lo escriturable. Una edificación de planta única con buhardilla a dos aguas, con sendas balconadas en sus isósceles, bajo las cuales se dibujaban sendos porches. Tras ella, una extraordinaria repisa natural desafiaba a la gravedad, atreviéndose incluso a sostener un minarete acristalado. Los antiguos propietarios desaparecieron bruscamente tras autoconstruirse la vivienda, dejando adeudados varios plazos terrestres a la inmobiliaria, saldándose la deuda con lo existente. Lejos de quedarse en un cajón, su ficha ocupaba un lugar preeminente en el escaparate. Shorai tan sólo la había mostrado en una ocasión desde sus inicios a una familia. No pasaron de la verja, el aire les estremeció empujándoles a regresar con la curiosidad a su galaxia. Sus compañeros no contaban mejores episodios, bajo un orden estricto, clamando la vuelta de inquilinos, el polvo se presentaba como único residente, salvaguardando estancias infranqueables bajo el inquietante sonido del ventilador de un aire acondicionado, oculto en alguna parte. La escurridiza brisa marina justificaba la banda sonora. Malas vibraciones.

Shorai lamentaba la orfandad de la finca, proponiéndose hacer unas mejores fotos con la luz adecuada. Las malas hierbas guardaban los secretos del suelo, donde las raíces arbóreas, ampliaron su superficie para soportar un crecimiento desmesurado. Dos cipreses rompían afinidades con sus congéneres, manteniendo su uniforme impoluto, guardando la entrada. Se abrió paso sin dificultad, la oxidada puerta corredera se engraso para facilitar su intromisión. Cerrando tras de sí, surco la maleza creando su propia senda. Rodeo la casa, dejando constancia de su mejor rostro, necesitado de un lavado de cara. La joya de la corona carecía de una utilidad lógica, pese a tener la prestancia de un faro venido abajo desde la cumbre. Sin invitación, se animó a subir sus peldaños espiralados, al descubrir el acceso extrovertido. En lo alto, una trampilla giró sobre sus ejes con incomodidad. El cielo se dibujaba con la claridez reclamada por los prismas. Era el lugar perfecto para la observación, afirmó con la certeza de una luna pasajera. Volvió sobre sus pasos avivados por un aire tormentoso. La buhardilla vista desde la parte trasera parecía estar iluminada, según imaginaba por el reflejo de los galopantes rayos en los cristales. Mientras corría hacia el lado opuesto, buscando el resguardo del porche donde un umbral guardaba el interior, se veía ahí dibujando las constelaciones en su mesa de estudio, dándoles vida con sus anotaciones. Sacó el juego de tres llaves, descartando la usada anteriormente. El primer intento fue desconcertante. El desabrigado cilindro se escondía madera adentro, tal y como se acercaba la talla metálica, reapareciendo al retroceder. Probó y reprobó inquiriendo mayor velocidad a sus movimientos, esprintando la cerradura de forma inalcanzable. No creía en la magia, pero sin descifrar el truco, apostó por usar el último recurso del llavero. ¿Por qué no iba a entrar como lo hicieron en su momento otros en las visitas comerciales? Procedió lentamente espiando el ilusionismo. A escasos milímetros del ojo oriental dentado, éste comenzó a girar antihorariamente, sugiriendo un paletón infinito. Al separarse se convertía en un tornillo sin fondo, deteniéndose al ocultar la errónea clave en su bolsillo. Un nuevo intentó adelanto sus dedos al saliente metálico en busca de la quietud, lijándose las yemas ante la misma representación. Un trueno sacudió la incertidumbre contenida en el porche. ¿Entrar o salir corriendo bajo un aguacero desbordante? Apostó por el cerebro. Colocó las dos llaves frente a su ojos, en forma de V buscando corresponder sus cifrados lineales y avellanados con los a hora pausados quiebros bidimensionales de la puerta. Ambas guardaban en una de sus caras, la mitad de la contraseña. Recorrió el abecedario para dibujar una I niquelada. El eclipse fue total. El reverso de la imagen dibujaba una brillante silueta, con propiedades magnéticas. Desarbolándose por unos polos contrarios, terminó introduciendo contra su voluntad, la interposición en el microcosmos del bombín, siendo expulsada su mano, por un inusual cambio de polaridad. Una fuerza concentrada dio vida horaria al cilindro, desapareciendo ante sus ojos sin mediar una chistera. La puerta permaneció impertérrita. Se colocó la capucha de su sudadera bajando la cabeza, rindiéndose con gesto negativo y un paso atrás, para volver al coche bajo la tormenta. Antes de girarse definitivamente, levantó la mirada, redondeando sus cuencas oculares ante la magnitud de un agujero negro, que ocupaba la totalidad de la pared. Cesaron bruscamente las adversidades meteorológicas, se hizo el silencio, roto ligeramente por el ventilador de la máquina de aire acondicionado, vigilante en el balcón sobre su cabeza. El paso a otra dimensión desprendía un aire caliente, hogareño. Tomó una instantánea, dos, tres, una ráfaga. La curiosidad cerró el telón del espectáculo. Esperó unos segundos, no podía huir ante tal descubrimiento, podía pasarse toda la vida a la caza de un fenómeno cósmico semejante y no estar tan cerca nunca. ´Volvió atrás caminando de espaldas, con el índice en el gatillo de la réflex. La fachada exterior desprendía olor a barniz, el pino de la fachada brillaba agradecido, la barandilla de la terraza superior ganaba robustez, camuflándose tras ella una unidad exterior convertida en muda. Un nuevo disparo bajo los vigilantes cipreses, atestiguo la nueva realidad. La verja a su espalda, se abrió sin demanda, para cerrarse por sí sola con sus pies en el exterior. La imagen habitacional cambio por completo, siendo desaliñada nuevamente, un último flash lo atestiguó.

La penúltima fotografía, sería un cebo muy apetecible para las visitas, del resto parte serían un despeinado pasado. La ráfaga debería esconderla en un archivo cifrado. Cuando iba a volcar las imágenes para imprimírselas, el director de la inmobiliaria sorprendió su tarea in-fraganti. Debía tejer una explicación dadas las diferencias entre las tomas y lo acaecido bajo los árboles espigados y como no, la entrada a otra dimensión.

-¿Qué viste en la puerta, Shorai, que tanto te impacto para tomar veintitrés instantáneas? – le preguntó con firmeza.

-El pulsador es muy sensible, quería dejar constancia del modelo de la cerradura, está bloqueada. Necesita un cerrajero –contestó.

-Esa casa no vale para nada. Necesita tiempo, lija, barniz, y dinero, además de una desbrozadora. Y lo más importante clientes huraños –se lamentó el propietario.

-Alquílemela y yo me encargo. El lugar es ideal para la observación, necesito tranquilidad para mi tesis –sugirió.

-Ocúpate de abrir esa puerta, mientras te compró los materiales. Si vuelves con resultados, acabarás ahí tu proyecto. ¿Trato hecho?.

Respondió afirmativamente mientras las fotos pasaban ante los ojos de ambos. La imagen más atractiva se quedaba en un inocente fogonazo al sol para uno y en una vivencia real solo visible para Shorai. Dos retinas, dos instantáneas.

Amaneció un domingo con el maletero cargado de trabajo, lo imprescindible, además de miedo e incredulidad a partes iguales. La verja colaboró por si sola antes de bajarse del coche. Las malas hierbas y la maleza hicieron de la senda camino, arrinconándose contra el perímetro a modo de tapia, abriéndose a su paso. Los cipreses bajaron sus copas al suelo tapiando la visión desde la calle como así le susurraron los retrovisores. Mal comienzo pensó, dando levemente marcha atrás, cerrándole el paso un amasijo de arbustos secos aparecidos en escena.

-Dichosas capitanas.

Consintió su hipotético secuestro, tal y como se le abría el paso hasta las escaleras del porche. Una vez detenido el vehículo, ni se planteó bajar la carga. Sobraban las alforjas para lo venidero. Al poner los pies en el entarimado, la única lámpara se iluminó a deshoras. Eclipsó las llaves como antaño pasando a repetirse los hechos. Desde el fondo del agujero negro, una voz metálica le daba la bienvenida.

-Alucinaciones -contestó.

La luz se enfocó al fondo del abismo donde pasaban intermitentemente las estancias de la casa. Con indecisión acercó la cabeza cayendo al abismo con la atracción de una fuerza centrifuga, apareciendo al otro lado de la puerta, todavía entreabierta. Trato de volver al otro lado, tomando el pomo. Salió sin impedimentos, cerrando tras de sí. Probó suerte entrando de nuevo, con la naturalidad propia del gesto. Sin agujero negro hizo el recorrido pertinente a por sus cosas. Todo estaba impoluto, acondicionado como la mejor habitación de hotel. La refrigeración funcionaba, incluso notaba frío, por algo estaba en la calle Marte, pero fue incapaz de encontrar el termostato. El sol despuntaba, abalanzándose hacia las ventanas. Se acercó a abrirlas de par en par. El despeinado jardín era un vergel. Por momentos olía a serrín, a barniz, apagados por el aroma a césped recién cortado. Varios frutales en flor escoltaban una fuente de inspiración griega, donde dos canes se refrescaban. Salió al porche trasero en dirección al minarete, acercándose el cariño perruno a sus pies, certificando la presencia de su líder. La repisa disponía de barandilla, rompiéndose el brutal oleaje antes de trepar hasta ella. Esa noche las Perseidas lloverían sobre la tierra. Las esperaría visionándolas sobre su flamante nuevo telescopio, con la videocámara mirando al cielo. Se acercó a la torre, convertida en un tubo vertical sin acceso a su cima. Una mirada al infinito, produjo una fuerte succión, aterrizando frente a un monocular de amplio espectro, muy avanzado para el siglo en curso. El bolsillo le pidió explicaciones, por el desembolso, dado el descubrimiento. La curiosidad llenaba la totalidad de la visión con el planeta rojo. Deseo una mayor amplitud, colándose en el Monte del Olimpo. Las lavas volcánicas emanaban vapores totalmente perceptibles. Si algún marciano surfeara sobre ellas lo descubriría. Con perplejidad, se replanteó su proyecto, orientaría su descubrimiento a otras galaxias. Se alió con la montura para cambiar la dirección. Un primer tacto, deparó una rápida consecuencia, una absorción dirección a la base acabó con el espionaje. Aprendió la lección dejando en el aire una disculpa retórica. La tesis debería ser marciana.

Volvió a la casa, donde seguía habitando la refrigeración. Oteó los posibles mensajes de su móvil. La cobertura debió quedarse tras el agujero negro. En su lugar disponía de una aplicación termostática. Cerró las ventanas y puso la temperatura a su gusto. Busco infructuosamente tareas de mantenimiento, hasta que subió a la buhardilla. La puerta acceso, si la había, estaba perfectamente camuflada. Golpeó con los nudillos todas las paredes hasta dar con el sonido más hueco. La palpó incansable sin encontrar su clave. Los paneles planos circundantes solo dibujaban nudos y vetas en un pino sin fisuras. Volvería con la contundencia necesaria, aunque tuviera que comprar una puerta nueva. Con todo el trabajo apalabrado hecho, las necesidades pasaron a ser alimenticias. Tras el oportuno descanso, preparó sus herramientas de investigación para la noche y la lluvia.

El cielo nocturno traía malos presagios con una gran manifestación de nubes. Confió en la conversión de alguna Perseida en una avezada aventurera colándose para su captura. Cruzó el umbral, recibiendo un escalofrío. Se abrigó y tomó su instrumental en busca de acontecimientos. Las esperanzas se desvanecían con el manto de vapor de agua ennegrecido y el aire guardando descanso. Lo instaló todo y se acercó al minarete cuyo umbral se había disipado. Dadas las circunstancias se conformó con sus medios, una videocámara y un telescopio por comparación utilitario. Se tumbó con la compañía de los dos Dóberman, cayendo en el sopor ante la falta de espectáculo. Un ruido dentado dio la alarma. La cabeza del minarete giraba por sí misma, emitiendo un pequeño haz de luz hacia el universo. Inesperado se abrió un claro entre los nubarrones, dando paso a una luna esplendorosa. Enfocó su telescopio al satélite, desapareciendo está al ser velada, mostrando su timidez. Volvió a su reposo con la recepción esta vez de las primeras gotas de una lluvia de estrellas. Entraban por el butrón atmosférico apagándose con premura. Se prestó a la observación de nuevo, poniéndose los canes en guardia. Poco a poco los meteoritos llegaban más lejos, pretendiendo difuminarse en el mar. Un trueno desató una granizada lumínica contra la repisa. Los perros huyeron a sus aposentos ante el ataque cósmico. Shorai se dejó arrastrar llevando únicamente consigo el telescopio, incapaz de asumir ningún riesgo por la videocámara. Olvido cualquier regla de huida. Entro en la casa, donde aun despojándose de su cazadora las rejillas de climatización propagaban un calor desmedido. Busco su móvil, donde la aplicación había desparecido, haciéndole imposible controlar la aerotermia. Llegada la calma regresó a por los restos de su tecnología, derrotada por el suelo. Puso en duda a su imaginación, la buhardilla estaba iluminada. Tras los cristales las líneas incoherentes de una silueta se movilizaban frente a frente.

Corrió de nuevo en busca esta vez de las llaves. Debía huir. Ejecutó los movimientos de apertura del agujero negro. Saltó a él, apareciendo en el porche donde los dientes afilados de las bestias, amenazaron sus planes. Ordenó “sit” con el peor de los resultados. La maltrecha vegetación se trago su coche, para adentrarse carnívora en la estancia. La huída fue hacia atrás, de vuelta a la otra dimensión. Literalmente el secuestro lo era en toda regla. Buscó entre sus cosas el hacha de otros menesteres, se desnudó para luchar contra el calor, y se acostó blindándose en una de las habitaciones.

Por la mañana, la temperatura seguía inalterable, el agua de la ducha surgió febril, un giro de cuarenta y cinco grados lo compensó. El exterior era de nuevo un vergel, estaría de más probar suerte. Con un café investigó lo filmado nocturnamente, en su impecable videocámara. Las imágenes no distaban de las tomadas en otras ocasiones, sin embargo de repente el aparato se desestabiliza enfocando hacia la balconada. La cámara lenta mostraba a algunas Perseidas rebotando en la repisa, para encaramarse a la barandilla trasera, entrando después en la estancia iluminándola. Tras ellas, una forma inconcreta entró desacelerada por las puertas abiertas de par en par, cerrándose seguidamente.

Tomó el hacha buscando franquear la puerta de la buhardilla. Ascendió por la escalera con la temperatura in crescendo. Localizó de nuevo el acceso. Antes de propinar el primer golpe los aplacados se intercambiaban como en un juego de trileros. Detenidos se abalanzaba contra el elegido. En pleno movimiento de violencia, el error daba comienzo a un nuevo juego. Un fallo después de otro, acabó por asumir otra derrota derrota. Dejó caer la herramienta, desarmándose a su vez con la coherencia. Llamó con los nudillos donde creyó acertaría. Desparecieron los obstáculos.

-Adelante –le sugirió una voz metálica, casi familiar.

-Soy Toshiba, la espera de los súbditos debe terminar, el pueblo necesita su regreso –pronunció una silueta transparente de formas indefinidas, con un solo ojo codificado en miles de colores.

-¿Para qué me esperan? –preguntó.

-Debemos irnos, urge su presencia en Marte –contestó. Debe comenzar su mandato.

Su memoria mudo parte de sus recuerdos, ante la presencia de quien consideraba su lugarteniente.

-Necesito tiempo no estoy en disposición para ello, tengo cuentas pendientes –contestó reconociéndose.

-Debemos regresar con la última tormenta de Perseidas, ¿lo estará entonces?, quedan dos días.

-Lo estaré.

El telescopio de minarete se convirtió en su mejor aliado, descubriendo nuevos secretos del planeta rojo, la vida de pequeñas colonias de bacterias no evolutivas, bajo la corteza marciana. Las condiciones atmosféricas anunciaban su inminente desaparición, un real cambio de turno con la muerte, omitido exprofeso. Shorai sabía de sobras que eran la guardia pretoriana de su planeta, la imagen ficticia de la vida real bajo capas de hielo y materiales férricos en oxidación. Bajo las lavas del Monte del Olimpo sus gentes se protegían del frío de la superficie. Tras un incansable día de trabajo completó un millar de páginas con las imágenes auto-impresas en su copiadora y su investigación, recuerdos alterados de su planeta. Depositó su trabajo en la universidad a la espera de una cita para una exposición que nunca se produciría. Devolvió las llaves con unas fotos que pronto enamorarían a propios y extraños, despidiéndose para tomarse unas merecidas vacaciones.

Llegada la noche tomó la avenida de los planetas, desviándose hacia su destino. Dejo su coche fuera desapareciendo éste cuesta abajo tras apearse. La verja le esperaba abierta. La valla circundante sin espinos, protegía unos setos considerables, rematados en pico, abrazados a los cipreses. El vergel mostraba su mejor cara, con una legión de gnomos marcando el camino al porche. Los árboles mostraban sus primeros frutos, la fuente tenía anaranjados residentes. La casa estaba lista para una revista. Toshiba le esperaba en la repisa.

-¿Nos vamos?.

-Sí.

El minarete mostraba una ruta sobre un cielo nuevamente nublado. Subieron a su transporte, nunca creyó en los platillos volantes, atestiguándolo en ese momento. Cuatro grandes reactores se acoplaban sobre una burbuja cristalina, totalmente transparente. Sería un viaje con vistas de un par de semanas. Un agujero negro se abrió sobre el rompeolas, despegando fugaces. Allá donde mirase, con solo pensarlo las imágenes se dimensionaban al gusto.

Quedaban pocas horas para llegar. El recibimiento sería exiguo como marcaban las costumbres. Debía mostrar sus indagaciones sobre una posible incursión terrícola y las medidas a tomar, como prueba de confianza para el cargo. El beneplácito tampoco se celebraría, la alegría se profesaba bajo la inteligencia artificial. Los años luz de distancia y la tecnología los mantendría a salvo, hasta el siguiente relevo.

Shorai miró atrás, buscando su última morada. Un cabeza de familia quitaba el cartel de “Se vende”. Unos niños ansiosos se abalanzaban sobre una casita de madera construida en un árbol. Los Dóberman eran dos Shiba Inu temerosos de un primer chapuzón en la piscina. En el minarete alguien limpiaba los cristales reflectantes. A sus pies se leía “Faro de los marcianos”. De los dos balcones se suspendían macetas de flores de temporada. Mercurio y Venus flanqueaban un gran zoo de especies en extinción. Tierra reverdecía sus fachadas. En Marte y calles arriba el trasiego de obreros hablaba por sí solo. Plutón tenía su plaza, donde los nostálgicos astrónomos se asomaban en busca de su rescate. Buscó la universidad donde una voz firme surgía de un rostro a su semejanza exponiendo su tesis, dejando su pasado entreabierto.

-En cinco minutos, entramos en nuestra atmósfera –informó Toshiba.

Su anterior forma humana pertenecía al pasado, transformándose lentamente durante el viaje, conforme se acercaban al planeta rojo. Al igual que su acompañante su silueta era inconcreta, con la única diferencia de mantener el color de sus dos ojos terrícolas. Los líderes marcianos gozaban de ese doble don diferenciador.

Volvió la vista por última vez, buscando un kiosko, un periódico. Shorai…. sobresaliente cum laude.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS