Historia de los dos perros guardianes y el labrador Lento.

Historia de los dos perros guardianes y el labrador Lento.

A los niños y niñas que lleváis dentro. Se lo merecen.

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En un remoto pueblito, del que se contaba que el que viajara sonriendo se le hacía más corto el camino, por largo que éste fuera; vivían en unas tierras de cultivo, detrás de una enorme montaña, el labrador Lento, y sus dos perros guardianes: Rígido y Sensata.

Eran unos preciosos animales que ayudaban a su dueño en la compleja tarea de proteger y cuidar el sembrado que daba de comer a la familia del labrador y a ellos mismos: la hierba esperanza.
Sensata era una perra blanca de enormes manchas azules, (¿o, era azul con enormes manchas blancas?). Bueno qué importancia tiene su color, si lo que hacía sorprendente a Sensata, era aquella sonrisa radiante donde asomaban graciosamente, unos dientes blanquísimos y una cascada rosa y húmeda en forma de lengua, que salía por su boca cuando estaba feliz y hasta cuando estaba cansada.

Para Sensata parecía que todo eran saltos y pescar las moscas que se posaban en su cola azul, (¿o … era blanca?). Siempre que tenía tiempo y no la vieran, jugaba con los conejos que se colaban en la siembra de vez en cuando.

Hacía caso a su dueño, en casi todo lo que le mandaba, y cuando hacía algo que no gustaba, miraba al señor Lento con una dulzura que curaba.

Ay¡, pero Rígido era otra cosa. Fuerte que daba miedo con aquella piel blanquííííísima de manchas negras, (¿o, era negrííííísima con manchas blancas …?). Bueno, de lo que sí estoy seguro, es, que tenía unos blancos y enormes colmillos que salían insultantes de entre unas opacas encías oscuras y burbujeantes, dándole un aspecto tan fiero, que aunque no estuviera enfadado; porque casi siempre lo estaba; paraba en el acto al que se aventurase atravesar, la enorme cerca que rodeaba los sembrados. Era más bravo que Sensata, jamás sonreía y aunque nunca me acerqué mucho a él, por el respeto que me causaba; sabía que en aquella mirada de Rígido, se encontraban, no muy escondidas, el orgullo y la certeza, de saber, que la tarea de cuidar, la hacía mejor que Sensata.

¿Y el señor Lento? Bueno, era un hombre del que no recuerdo nada especial. Pues … con canas, no muy alto y un poco encorvado; hacía las cosas de su casa y el campo tan despacio que le apodaron “EL Lento”, —»¡nunca llegarás a ninguna parte con esa lentitud!”—,  le gritaban algunos cuando pasaban, pero nunca se enfadaba por ello, sonreía y seguí haciendo lo que era menester en ese momento. Aunque a decir verdad, lo que sí no se me olvidará nunca es que no se cansaba de pasar su mano ancha y callosa, a sus dos perros guardianes, como un abuelo bueno, cada vez que hacían algo justo. 

Cuando les hablaba y les daba una orden, lo hacía en voz tan baja, que nunca entendí cómo lo llegaban a escuchar Sensata y Rígido; ah¡, y que se acostaba cada noche, cuando las estrellas comenzaban a cuchichearse todo lo que habían visto al otro lado del universo. Entonces, era cuando se marchaba a la cama. Bueno, y otra cosa más; —“ya lo sé Pocholo, lo voy a contar ahora…”
—; que después de acariciar con la mano izquierda, la del corazón, a sus perros guardianes, y mirar su pequeño campo de hierba esperanza como si fueran humanas. No, humanas no es la palabra…; o como cuándo quieres mucho a alguien que admiras y respetas, y no puedes dejar de demostrárselo cada día o cada tarde o cada noche; así. Entonces era cuando se iba por fin a la cama.

Que ¿qué era la hierba esperanza? Ay¡, esta cabeza mía que siempre piensa que todo lo que salta a la vista y al oído lo vemos y escuchamos de igual manera. Pues sí , es una hierba de hojas estrechas y largas, que se viste de varios tonos de verde brillante cada mañana. Pero, eso sí; dependía de como estuvieras de alegre o afligido para ver sus colores. Si estabas triste, el verde era oscuro, aburrido. Si estabas tranquilo, sereno, alegre, ah¡, entonces era cuando admirabas todos los tonos, e incluso; os lo prometo; veías como las esperanzas se movían sigilosamente, buscando la mirada clara y tibia del sol del amanecer, sin descubrir el secreto, de cómo sacaban de la luz dorada, todo lo que guardaba de bueno. ¡Y éso sí que era difícil de ver! Los pueblerinos decían que era una hierba mágica y que cuando se tomaba en infusión, limpiaban el corazón de todo lo triste que había pasado ese día, y que cuando el corazón estaba limpio, entonces se veían las cosas malas que habían pasado, de otra manera más tranquila y acertada. Por eso, cuando cuento lo que era capaz de hacer la esperanza, me acuerdo de un sueño que tuve hace unas noches, donde algo así como un Hada pequeñita, con unas alas muy grandes, y que sabía muy bien cómo se limpiaba el corazón de cosas tristes; me decía, revoloteando sobre mi cabeza y derramando rocío dorado, que si contaba esta historia, escribiera siempre Esperanza con la E grande. Y tenía razón.

Un buen día, como Rígido era tan perfecto y disciplinado con su trabajo, quiso dividir el campo en dos mitades; perfectas por supuesto; para que Sensata cuidara su parte y él cuidara la suya. No era un secreto para nadie que no le gustaba nada como Sensata dejaba entrar a los conejos cuando estaban tristes, para que comieran Esperanzas y alegraran el corazón.

—Eres muy blanda con el enemigo,—le dijo un día a Sensata. —Los conejos han de saber quien manda aquí, y eso se consigue con mano dura, (quiso decir, con pata dura); y mi lema de: ¡No entrará nadie sin pasar primero por mis colmillos!

Aunque Sensata temía a aquel enorme guardián; no quería que hicieran daño a las Esperanzas, ni tampoco permitiría que un conejo muriera de tristeza, ni desobedecer al labrador; (¡era agotadora aquella forma de cuidar¡), seguiría protegiéndolos como ella pensaba. Si necesitara que la ayudaran un día a ella o a algunos de sus cachorros, cuando los tuviera; quería que fuera así, de esa manera, no como lo hacía Rígido. Y éso le daba una inmensa fuerza que ni ella misma entendía. Cuando era sorprendida por el duro perro cuidando de aquella manera tan incomprensible para él, se enfrentaba, muerta de miedo; a sus encías oscuras, a los enormes colmillos afilados y hasta a aquellos ladridos infernales que tanto estremecían a las pobres Esperanzas, que, como no tenían piernas, ni la llave de la puerta del cercado, vivían atrapadas en el temor de que Rígido apareciera cerca de ellas y soltara aquel terrible rugido que estremecía todo el campo, sin que pudieran escapar, y que las hacía tan infelices. A todo ésto que os cuento, se enfrentaba, día tras días, Sensata, la perra guardiana.

Una mañana, un vecino del señor Lento se acercó a su casa y le dijo:

—Lento, estoy muy preocupado; mis siembras están cada vez más pobres y he pensado que lo que me hace falta es un buen perro guardián que espante a las alimañas del bosque.

—Seguramente es éso lo que está pasando; entran los animalillos y comen algo del sembrado. No es tan raro, —dijo sonriendo—, si fuera conejo, haría también lo mismo.

—Por eso vengo a ti para que me prestes uno de los dos perros guardianes que posees en tu granja. —Dijo con rostro serio.— Me han contado, que tienes uno muy fuerte y con mucho carácter. Te prometo que cuando recoja la primera cosecha compraré uno así de duro para que cuide de mis sembrados y te devolveré el tuyo.

—Cuenta conmigo vecino.— Dijo el señor Lento— Te daré el que dices, —apuntó—. Su nombre es Rígido, es magnífico, todos lo respetarán. Yo me quedo con Sensata, no es perfecta, no, pero su sonrisa y esas manchas azules, no sé …, me han robado el corazón.

—Trato hecho— dijo el vecino, que parecía tener mucha prisa, y no entendía muy bien éso de, robar el corazón. Lo saludó, estrechó su mano y partió con Rígido, que para sorpresa del señor Lento, marchó sin decir adiós. Era tanto el orgullo de saber que había sido elegido, que olvidó las otras cosas que yo pensaba que eran importantes para él: Sensata, el labrador, y hasta las mismas Esperanzas.

Sensata estuvo unos días triste; increíble, hasta tuvo que comer unas cuantas Esperanzas para recuperar su sonrisa cuajada de aquellos pequeños dientes y de la cascada rosa y húmeda, en forma de lengua, que salía por su boca y que tanto gustaba al señor Lento.

Una mañana, aconteció algo sorprendente. Días después de la marcha de Rígido, las Esperanzas empezaron a crecer mucho más brillantes, las que estaban enfermas se curaron; increíble; y sus melenas caían como nunca, como un torrente verde por el lado en que daba el sol, y por muchos conejos que Sensata dejaba entrar, crecían y crecían, y se apretaban más y más de tantas que eran; y desde lejos, parecía que se daban abrazos profundos y largos; de esos que dejan sentir por un momento el calor del otro, de los que dejan oír los latidos del corazón; de ésos mismos.

Y así fue como la fortuna y el respeto le llegaron al señor Lento, que dejó de preguntar por su antiguo perro Rígido, al que sabía que estaba tan entregado a no dejar respirar a lo que consideraba el enemigo, que había olvidado el resto de las sutilezas que llenan este mundo de cosas sencillas.

No me han sabido explicar bien, el por qué de aquella buena suerte; pero los mismos que dicen que la hierba Esperanza limpia los corazones de las cosas tristes, y que con un corazón limpio se ven las cosas con más cordura y sosiego; cuentan, que alguien sorprendió a las estrellas cuchicheando; claro, después de contarse todo lo que habían visto al otro lado del universo; en voz muy baja, que lo que había hecho que crecieran las Esperanzas de aquella misteriosa manera, fue el amor y la sonrisa con que cuidaba la perra casi azul de pequeñas manchas blancas, (las estrellas siempre ven las cosas más azules, no sé por qué); ah¡ y también la voz tranquila con que hablaba Lento a las Esperanzas, a las estrellas y a su guardiana Sensata. Y por ahí, aún, continúan las habladurías, ¿puedes creerlo?; de que no, de que fue Sensata enfrentándose al perro blanco y negro, lo que hizo el milagro; otros que fue la bondad y el respeto con que trataba Lento a las Esperanzas; y hasta alguien se aventuró y dijo que los conejos llevaban algo en sus patas saltarinas, … En fin, que no se ponen de acuerdo. Yo pienso que todas juntas, mira por dónde. Y si me apuras, hasta han pasado cosas que no vieron ni las mismísimas estrellas, pero que están ahí, invisibles para algunos, y que son de otra historia que no toca hoy contar.

Bueno, que se está haciendo muy tarde, y ya tengo sueño, me levantaré temprano. He de cuidar a las cosas que quiero, y claro, y a mí.

—Hasta mañana mis veteados potos. Buenas noches querido Pocholo. No ladres a nadie que suba por la escalera, ¿de acuerdo? Sí, ya sé que cuidas de esa manera; no me vengas por ahí, por favor, esta noche no. Que tengáis felices sueños y no olvidéis las palabras mágicas de este cuento: Esperanza, Respeto…, ¿y abrazo haz dicho?, bueno, y Abrazo, lo he puesto Pocholo, y Abrazo. Vale ya. Ve a tu cama. Que descanses.

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