Blaze! Capítulo 19

Capítulo 19 – Estaciones cambiantes.

Blaze abrió lentamente la puerta de la habitación de Albert, entrando a hurtadillas, vistiendo su percudida camisa blanca solamente. Caminó con ágiles pasos a la cama del muchacho, subiéndose sobre este, agarrándolo desde las muñecas para inmovilizarlo.

Desde que nos conocimos he notado como me observas… No niegues que te atraigo, por eso me pediste acompañarme en mi viaje –susurró Blaze al oído de Albert, rozándole el lóbulo de la oreja izquierda con los labios.

Albert se quedó petrificado, despertando de un profundo sueño, sintiendo el peso de la maga sobre su cuerpo.

¿Bla… Blaze? –preguntó, somnoliento.

Dime, si te dijera que puedes tenerme ahora mismo, toda para ti, pero que mañana te acribillaré con Fire Balls hasta que me canse, ¿aceptarías? –preguntó la casi desnuda hechicera, cargando su pelvis sobre la misma zona de Albert.

¿Yo?, ¿por qué? –preguntó Albert, mirando el cuerpo de Blaze a través del cuello abierto de su camisa, comenzando a emocionarse.

Decide, la oportunidad está a punto de finalizar –decretó Blaze, posando las manos del muchacho en sus caderas.

Desde el cuarto cerrado de Albert comenzaron a escucharse gemidos, los que no molestaron a los demás alojadores.

¡Oh, Blaze, sigue así! –gritó Albert, siguiendo con unos quejidos para nada varoniles.

Los gritos y gemidos subieron de tono, despertando a varios clientes, incluida Blaze entre ellos, quien se sentó en su cama, escuchando los ruidos provenientes del cuarto contiguo.

¿Qué mierda? Tenía razón, lo sabía, es un maldito depravado. Me las pagarás caro, Albert, utilizarme para tus… tus… ¡Qué asco! –vociferó la maga, cubriéndose con la capa, dirigiéndose a la habitación del repugnante hombrecito.

Blaze abrió la puerta con un golpe de la palma de su mano, disponiéndose a gritar al obsceno joven, pero la escena que divisó le dejó helada, recorriéndole un escalofrío desde los pies hasta la punta de los pelos de la cabeza. Albert se encontraba cubierto desde los pies hasta el cuello con una gruesa telaraña, la que fulguraba azarosamente con todos los colores del arcoíris, drenando su energía mágica, conectándose a Albert mediante el tejido saliente del extremo posterior de un arácnido abdomen, alimentando a la causante de tal envoltura: una Araneacubare.

A… la… mierda –dijo Blaze con palabras entrecortadas, caminando hacia atrás, apoyándose contra la pared, viendo como las hileras de ojos de la gigantesca araña se iluminaban en la oscuridad–. ¡Kyaaaa!

La Araneacubare era enorme, sus tres hileras de ojos rojos se movían velozmente en todas las direcciones, mientras sus penetrantes quelíceros aserrados se restregaban entre ellos, produciendo una aguda estridencia que retumbaba en los dientes de Blaze, produciéndole la sensación de que se iban a partir en cualquier momento. Sus patas y abdomen, ambos de un profundo y opaco negro, estaban cubiertos con unos móviles cabellos blanquecinos que brillaban en la oscuridad a voluntad, produciendo un espectral aspecto en esta, mientras que el constante movimiento de los pelos hacía pensar que estaba completamente cubierta de pequeñas patas de arañas caminando. La hechicera cedió completamente a su miedo a los arácnidos ante tal espectáculo, perdiendo toda compostura, gritando desconsolada y atacando todo lo presente en la habitación de Albert, incluyéndolo a él. El cuarto se encendió, saliendo humo por las aberturas de las paredes hacia el exterior e interior de la construcción, causando ahogo en los demás durmientes.

¡Muere, muere, muere, muere! –gritaba Blaze, lanzando Fire Balls cada vez más poderosas, reventando la pared que daba a la calle–. ¡Asquerosa cosa repugnante, no te atrevas a tocarme, aléjate de mí!

Blaze terminó su desquiciado ataque al ver el desastre que causó. Albert yacía inconsciente sobre los trozos sobrevivientes de la cama que utilizó para descansar, con el cuerpo tiznado y las puntas de su cabello achicharrado, siendo “rescatado” por la agitada joven. La muchacha volvió a su habitación, recogiendo rápidamente todas sus pertenencias, lanzándose por la ventana con el comatoso oráculo bajo el brazo, perdiéndose en la noche. El dueño de la pensión corrió al segundo piso, apagando las pequeñas llamas aún encendidas en el destruido cuarto con una manta, mientras que el ocupante del cuarto de al lado salió al pasillo.

¿Qué pasó aquí? –preguntó el locatario, agarrándose la cabeza ante tal destrucción de su propiedad, botando la chamuscada manta al piso.

No lo sé –respondió el arrendador–. Pero si hubiera escuchado el desempeño del hombre que estuvo aquí, también habría reaccionado de manera parecida.

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No lo puedo creer, dos semanas y media, ¿me escuchas? Llegar acá era un trayecto para una semana y media, nada más –reclamó Blaze, recorriendo las calles de la ciudad principal del reino de Libër, en compañía de su inseparable escudero Albert–. Si no te hubieras quejado tanto por lo de aquella noche, habríamos avanzado mucho más.

Pero nunca me explicaste bien por qué me atacaste esa noche, quedé todo machucado y quemado por tu lluvia de hechizos –respondió Albert, sobándose el cuello–. Tampoco mostraste compasión por esta extraña picadura que aún tengo aquí, te dije que me sentía más cansado de lo normal.

Ese no es mi problema, si tu habitación tenía insectos yo no sé, pero deberías haber revisado todo antes de acostarte –reprochó Blaze, sintiendo como si varias arañas le caminaran por el cuerpo al recordar lo sucedido esa noche, rascándose frenéticamente las extremidades y el torso–. Y te expliqué el problema: te escuché hablando de mí en tus sueños, lo que no me gustó para nada, deberías agradecer el seguir vivo y también el seguir viajando a mi lado.

La verdad es que no me acuerdo de nada… –comentó el muchacho, mirando hacia un lado, intentando ocultar el rubor en su rostro.

¿Sí? Pues más te vale que sea cierto, te lo perdoné sólo por, por… Bueno, por tu picadura, ¿viste? Soy completamente capaz de mostrarte un poco de misericordia –increpó la joven, complicándose posteriormente.

Entonces, ¿habías visto la picadura antes de que te la mostrara? Porque cuando te la mostré me miraste espantada, pidiéndome que la cubriera –preguntó, siendo detenido en su andar por la maga, posándole la palma de su mano en el pecho.

Llegamos –dijo, contemplando la gran construcción que tenían en frente.

Se encontraban por fin en el frontis de la gran biblioteca del reino de Libër, famosa entre todos los demás reinos por su acabada colección de escritos de diversas materias, siendo frecuentada por todos los eruditos, pensadores y estudiosos entusiastas por aumentar sus conocimientos, aportando también con los suyos al engrandecimiento del material documentado y almacenado allí.

Vamos, Albert, entremos –dijo Blaze, tomando la manija de una pequeña y sencilla puerta–. Los debiluchos primero.

La maga, que intentaba hacerse la graciosa con su escudero, tiró de la manija de la puerta, pero esta se encontraba cerrada, por lo que Albert se detuvo antes de chocar con la entrada.

¿Qué demonios, cerrada?, ¿por qué? –se preguntó Blaze, intentando abrir la puerta en vano, forcejeando con un pie en la cerradura.

Blaze, creo que no deberías hacer eso, la gente está mirándonos –susurró Albert a la concentrada muchacha, quien se giró con una sonrisa, mirando a los transeúntes que los observaban.

No pasa nada, está cerrada, nos vamos –comunicó la maga, agarrando de un brazo al enclenque Albert–. Vamos, tenemos que averiguar la razón de que esté cerrada.

¿A quién le preguntaremos? –preguntó el oráculo mientras era jalado.

No lo sé, pero la gente del pueblo debe saber algo, vamos a una taberna.

Luego de caminar unos minutos encontraron una taberna, allí pidieron lo que se estaban acostumbrando a pedir, lo más barato del menú, en su camino al reino de Libër no encontraron mucha gente, así que las finanzas del dueto no iban muy bien y debían ahorrar lo máximo posible hasta encontrar una fuente de dinero para abastecerse en su viaje. Después de acabar el paupérrimo almuerzo que les sirvieron, se dispusieron a consultar a los comensales si sabían por qué la biblioteca se encontraba cerrada.

Separémonos, tú por allá y yo por acá –mandó Blaze, dirigiéndose hacia donde se encontraban los hombres que parecían más rudos, dejándole al escudero la zona familiar del recinto.

Albert caminó por entre las mesas del local, preguntando respetuosamente a las personas que se encontraban comiendo, dejando en claro que tenía un gran problema para hablar con gente nueva, expresándose con palabras entrecortadas. Por su parte, Blaze abordaba a las mesas llena de confianza, casi como si estuviera buscando pelea, amenazándoles con robarles la comida si no le respondían. Después de unos minutos de interrogaciones, se juntaron nuevamente en la barra principal.

¿Tuviste suerte? –consultó Blaze, haciéndole señas al cantinero para que le sirviera una cerveza–. No encontré nada relevante.

No, casi todos eran viajeros de otras regiones, turistas mayormente, ninguno con predisposición a la lectura, en fin, no sabían nada de la biblioteca –respondió Albert, mirando al cantinero–. ¿tiene leche?

El cantinero salió de la barra por una puerta que daba al interior del local, volviendo unos minutos después con leche fresca, sirviéndosela en un vaso de madera.

Tienes suerte de que sea una taberna familiar –dijo el cantinero, pasándole la leche en el vaso a Albert–. Discúlpenme, supongo que sabrán que nosotros siempre escuchamos a nuestros clientes, si quieren saber sobre la biblioteca, deberían hablar con el señor Weiss.

¿Y el señor Weiss es…? –preguntó Blaze, acabándose la cerveza de un trago–. Agregue las bebidas a la cuenta del almuerzo.

El armarius de la biblioteca, el que dirige a los copistas y demás trabajadores –explicó el cantinero.

Yo fui ligator en mi convento –comentó Albert, al finalizar su bebida láctica–. Soy bueno en el trabajo manual.

No me traten como ignorante, fui scriptor librarius de mi maestro Echleón… Sólo preguntaba quién es el tal señor Weiss –aclaró Blaze, refunfuñando por la vana explicación, recordando los años de explotación sufrida bajo la tutela del viejo malhumorado que la tenía nuevamente buscando sus cosas–. ¿Dónde podemos encontrarlo?

¡Ah! Bueno, debería estar en el convento adjunto a la gran biblioteca, si no es así, tendrán que preguntar a monjes enclaustrados, la verdad es que no salgo mucho de la taberna y me entero de lo que pasa en las localidades gracias a los clientes–respondió el cantinero.

Vamos, muchas gracias, quédese con el cambio –agradeció Blaze, jalando la manga de la camisa de Albert, saliendo juntos de la taberna.

Ya en la calle, los viajeros pasaron directamente al convento adosado a la biblioteca, pequeñísimo en comparación con el almacén de escritos al que deseaban entrar, preguntando por el señor en cuestión, pero este no se encontraba en la residencia monacal, realizando actividades personales fuera del recinto.

¿Nos puede decir dónde se encuentra exactamente? –consultó Blaze, ante la acotada información que se les entregaba.

Aunque lo supiéramos, no podríamos darle ese tipo de información, va contra las normas de nuestra institución –respondió el religioso subordinado que atendía a los jóvenes.

¿Aunque su vida estuviera en peligro? –amenazó la maga, tapando su mano derecha con su capa, encendiendo una pequeña Fire Ball, mostrándosela al monje, siendo amonestada visualmente por Albert–. ¿Qué?

No creo que sea correcto desquitarse con él por nuestra búsqueda, además nos dijo que no sabía su paradero actual –opinó Albert, haciendo que la joven desestimara atacar.

Blaze miró con picardía a su escudero, sonriendo de oreja a oreja.

Te han hecho bien estas dos semanas –afirmó–. Ahora, sigamos buscando.

¿Qué?, ¿de qué me perdí ahora? –preguntó Albert, sin entender las palabras de su señora.

Después de algunos minutos de vocear consultándole a los habitantes si es que alguno conocía al señor Weiss y si sabían donde encontrarlo, un panadero que iba pasando les indicó una casa, comprándole dos hogazas de pan en agradecimiento por la información.

Cada vez nos queda menos dinero –indicó Albert, mirando la bolsa de ahorros de emergencia que Blaze le hizo guardar lejos de sus manos.

Buenos, que nos dure hasta el desayuno de mañana entonces, porque esta noche tendremos que dormir fuera si queremos almorzar mañana y si no… –planeó la maga, partiendo uno de los panes en dos, entregándole su mitad a Albert, casi llegando a la vivienda indicada.

A cazar –dijo el muchacho en un suspiro, completando la frase, sabiendo que le mandaría a realizar tal tarea como parte de su entrenamiento, debiendo ideárselas para conseguir algo que comer–. ¿Recolectar raíces cuenta cómo…?

¡Sí, el día en que los árboles huyan de tu gran presencia para evitar que te los comas, contará como una grandiosa y brutal cacería! –interrumpió Blaze, aplicándole un violento coscorrón al holgazán de Albert, golpeando con delicadeza la puerta para anunciarse–. ¿Hay alguien en casa?

La puerta se abrió parcialmente, dejando ver a un viejo de pelada cabeza y barbudo, revotándole en la calva la luz que iluminaba la calle.

¿Quiénes son? –preguntó Weiss ante la dupla dispareja.

Perdone, ella es Blaze y mi nombre es Albert –saludó el muchacho, adelantándose a la joven, antes de que reaccionara–. Le buscábamos a causa del cierre de la gran biblioteca de Libër.

Tendrá que ser en otro momento, ahora estoy atendiendo asuntos personales –respondió el director de la biblioteca, mirando para atrás de vez en cuando.

Desde el interior de la vivienda se escuchaban las palabras de jóvenes hablando, aunque parecía ser solamente un monólogo narrado con distintas entonaciones de la misma voz. Blaze se encargó de consultar por el ruido.

Perdone la intromisión, pero escucho mucha gente allá dentro, pero sólo siento una presencia –denotó la maga, haciendo relucir sus dotes de maga.

¿Es usted una maga, señorita? –consultó el viejo con esperanzas, tomando en cuenta sus vestiduras y actitud–. Si es así, podemos ayudarnos mutuamente, vea usted.

Weiss abrió completamente la puerta de la vivienda, dejando ver a una niña sentada y amarrada a una silla de madera, hablando como si se tratara de 3 personas a la vez, cambiando de individuo con las tonalidades de su joven voz. Su cabello café oscuro estaba desgreñado y de diversas partes de su piel brotaban delgados hilos de sangre.

¿Qué es lo que pasa? Blaze, este hombre está torturando a esta chica –comentó Albert, sobresaltado al ver reducida así a la niña.

¿Señor Weiss, nos puede explicar qué es lo que sucede aquí? –preguntó Blaze, empuñando fuertemente las manos, mirando seriamente al viejo monje.

Mi hija… en realidad no es mi hija, pero la considero como tal, en realidad es el amado retoño de mi fallecida hermana, su nombre es Dælilik y está poseída por tres distintos demonios que atormentan su joven y bella alma, acosada de día y de noche… la tengo atada para que no sea capaz de dañarse a si misma, pero cuando logra calmarse y darme un respiro, la libero momentáneamente para alimentarla y se escapa, volviendo nuevamente a su estado de frenesí y locura –explicó Weiss, sollozando, sintiéndose impotente ante la situación de su sobrina.

Pero… ella no está poseída –determinó Blaze, examinando a la joven desde la puerta.

¿Cómo que no? –preguntó Weiss, confundido.

Sí, ¿cómo lo sabes? –preguntó Albert, debiendo no hacerlo.

Tú también deberías saberlo, Albert. Si eres capaz de sentir energía mágica, eres capaz de sentir presencias demoniacas igualmente, y no siento nada proviniendo de ella –explicó la hechicera, entrando a la vivienda, sentándose en una silla en frente de la niña atada para observarla más a fondo.

Claro, es verdad, no se siente nada proveniente de ella –señaló Albert, concentrándose en la figura de la niña.

Entonces, ¿qué es lo que le pasa? –consultó Weiss, acercándose a la muchacha, acariciándole el desordenado cabello.

¿Se volvió loca? –preguntó Blaze a modo de respuesta–. No lo sé, pero puedo asegurarle que no está poseída. ¿Hace cuánto tiempo está así?

Con este son seis días –respondió Weiss, rememorando cuando comenzó todo.

Cuando se escapa, ¿va a algún lugar en particular? –requirió la maga.

No lo sé, he intentado seguirla, pero es muy veloz para mí –se lamentó Weiss, golpeándose las rodillas con los puños.

Le ofrezco un trato, si le ayudo a saber que sucede con su sobrina, ¿dejaría a Albert entrar a la gran biblioteca a buscar cierta información que necesitamos? –propuso Blaze a Weiss, mirando a su escudero para que se preparara.

Claro, una vez sepamos que hacer con ella… –contestó Weiss, siendo detenido por la maga.

No, no, no. Ahora, yo puedo encargarme completamente de su sobrina mientras Albert busca en la biblioteca, no deseo hacerle perder el tiempo a nadie, menos a mí misma –ordenó, asignando las tareas.

No tengo problema, pero tendrá que ir acompañado por otro monje bajo mis ordenes –dictaminó Weiss ante la petición de Blaze.

¿Te incomoda, Albert? –consultó la señora a su escudero.

Para nada, me gusta la compañía –respondió sonriente el oráculo, feliz de poder entrar al almacén de información.

Weiss dejó a Dælilik encargada con su vecino, quien conocía la situación por la que estaba pasando la muchacha y no diría nada sobre la manera en que la estaban protegiendo de sí misma, acompañando a la pareja de viajeros a la gran biblioteca, conversando sobre lo que deseaban informarse. Una vez dentro del convento, les presentó al monje que custodiaría a Albert.

Este es Abelard, ayudarás al joven Albert a encontrar información sobre míticas reliquias halladas en la época contemporánea –presentó Weiss a los viajeros, confiando en que la parte fuerte de la pareja iba con ella, además de que su súbdito contaba con más tamaño y fuerza que el delgado oráculo, por lo que difícilmente serían asaltados por Albert–. Volvamos a la casa, por favor.

Hola, soy Albert, un gusto conocerte –saludó el oráculo, extendiendo su mano, siguiendo al monje por un pasillo interno que comunicaba al convento con la biblioteca.

Es tan sociable con los de su clase, pero con el resto de los mortales… –pensó Blaze, perdiendo de vista a Albert detrás de la puerta en el fondo del pasillo–. Volvamos, señor Weiss.

Blaze volvió junto al anciano a la casa, Dælilik se había dormido atada en su silla mientras era resguardada por el vecino, por lo que no se percató cuando este se fue. Weiss la despertó cariñosamente después de soltar sus amarras, entregándole un plato de comida caliente, el que se zampó en menos de un minuto, corriendo a la puerta de la vivienda para escapar como acostumbraba, pasando al lado de la maga, quien no movió ninguno de sus músculos para intentar detenerla.

Ahora, a seguirla –dijo Blaze, tomando a Weiss de un brazo, obligándolo a avanzar lo más rápido posible.

La sobrina de Weiss corría por la ciudad golpeándose el rostro con cachetadas, forcejeando a veces con sus manos, tirando una contra la otra, como si empujara un objeto pesado. A ratos se detenía para recuperar el aliento, mirando en todas direcciones para ver si le seguían, sin percatarse de que su tío y la hechicera estaban todo el tiempo detrás de ella.

¡Oh, no! ¡Harriette se ha ido nuevamente! –gritó Dælilik, asumiendo una de sus distintas personalidades.

Claro, es tu culpa, Hermión. Si tan sólo la dejaras ser ella misma y no insistieras en instruirla –comentó la sobrina con otro tono de voz, cambiando de personaje.

Si no fuera por tus tontos halagos, los que siempre terminan mal, me apena decírtelo, ella sería quien está destinada a ser, Ron –respondió Hermión a través de Dælilik.

Blaze y el director de la biblioteca escuchaban los parlamentos escondidos detrás de una carreta estacionada en frente de un negocio de venta de granos de cereales, manteniendo la distancia para no ser detectados.

¿Y siempre es así? –consultó la maga, tratando de ocultar su sonrisa, mientras la joven comenzaba nuevamente a golpearse el rostro.

Sí, pero lo peor pasa cuando sale Harriette –explicó Weiss, esperando que la imaginaria muchacha se mantuviera oculta.

¡Ustedes dos, estúpidos! –gritó la sobrina–. Déjenme sola, no quiero verlos, no me importa mi supuesto destino o el ser amada por un maldito pelirrojo…

Dælilik hundió sus uñas en la piel de sus brazos, desgarrándosela, lanzándose al suelo a llorar. Mientras tanto, en la biblioteca, Albert y Abelard buscaban entre todos los libros la información deseada.

Tome estos libros, busquemos juntos para avanzar más aprisa –comentó Abelard, queriendo volver a sus actividades normales pronto.

Muchas gracias por la ayuda, leamos juntos, entonces –agradeció el oráculo, recibiendo los libros que le otorgó el joven monje.

Después de unos minutos de lectura, Albert levantó su mirada de las letras caligrafiadas en las hojas, presintiendo algo, quedándose en silencio e inmóvil, esperando a que sucediera alguna cosa, pero nada ocurrió. Miró a su acompañante, su rostro estaba pálido y sudoroso.

¿Estás bien, Abelard? –preguntó Albert, preocupado por su congénere.

Creo que me hizo mal algo que comí, iré al baño y volveré –respondió el descompuesto muchacho, levantándose del asiento.

El monje se alejó con premura, para volver a vigilar al visitante lo más rápido que pudiese, dejándolo solo por unos minutos. En el otro extremo de la ciudad seguía la escenificación de Dælilik, golpeándose, maldiciéndose y retándose.

Es la primera vez que habla tanto tiempo, se le ve exhausta –comentó Weiss, parapetado detrás de la carreta.

Sí, habla cada vez más pausado, como si saliera de un trance –aportó Blaze–. Le dije que no estaba endemoniada.

¿Qué? No, no puede terminar así, necesito más, ¡necesito más! – gritó Dælilik, mirándose las palmas de las manos, desconcertada, sin reconocer el lugar donde se encontraba.

Repentinamente, una presencia demoníaca invadió el lugar, disparando los sentidos de Blaze, que instintivamente encendió una Fire Ball en su mano izquierda, mientras agarraba con la otra el mango de su katana. Unos granos de maíz de la carreta explotaron por el sorpresivo aumento de temperatura, cayendo al enlodado piso, manchando su blanco exterior. Dælilik miró hacia una casa abandonada, desde la cual salió Abelard a recibirla, entregándole lo que parecía ser un manojo de hierbas.

¿Abelard?, ¿qué hace acá, habrá pasado algo con su acompañante? –preguntó Weiss a Blaze, estupefacto, sin saber como llegó en tan corto tiempo.

Señor Weiss, ese no era Abelard –aseveró la maga, viendo como Dælilik y el supuesto monje entraban en la vivienda deshabitada.

Blaze dejó atrás al viejo Weiss, precipitándose a la casa como una saeta, encontrando sólo a Dælilik, sentada en el piso, comiéndose las hojas que le fueron entregadas, comenzando nuevamente con su psicótico discurso. Albert seguía leyendo a solas, comenzando a sentir un leve olor a quemado, mirando a los pisos inferiores de la gran biblioteca, percatándose que el recinto se estaba quemando. Súbitamente apareció Abelard, portando una antorcha encendida, caminando con la mirada perdida y la mandíbula desencajada, con una sonrisa siniestra que dejo helado al oráculo.

¿Encontró lo que deseaba? –preguntó Abelard, intentando golpear a Albert con la antorcha, incendiando las páginas de los textos dispuestos en la mesa.

¿Abelard? –preguntó Albert, reculando para protegerse detrás de las estanterías.

¡Je, je, je, je…! No –respondió.

Blaze corrió de vuelta desesperadamente, dejando a Dælilik en su casa junto a Weiss, durmiéndola contra su voluntad gracias al hechizo Keeper Oniric. Cuando llegó a la gran biblioteca de Libër, se detuvo atónita, encontrando al edificio envuelto en llamas.

¡Albert! –gritó frente al devastador incendio, cuyas flamas elevaban una negra humareda en la fresca tarde.

¿Qué sucedió con Albert?, ¿a qué se refería Blaze con que ese no era Abelard?, ¿el monje será un traficante de drogas?, ¿se recuperará Dælilik de su adicción? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!

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