La casa de mi abuela, ya casi no lo era, todo estaba metido en cajas, y hace días que una nube de polvo inundaba las habitaciones. Todo ese desprendimiento de polvo se debía a los 41 anos que se removieron y fueron a parar en cajas de cartón y papel burbuja.

Dos días antes de la mudanza la pase a saludar, estaba triste de mas esta decir, hacia casi una ano de la muerte de mi abuelo y la mudanza significaba para ella dejarlo atrás, desprenderse de su pasado.

Me daba tristeza recorrer la casa, que se encontraba vacía, tratando de recordar los días en los que no había otra cosa que amor, pero se me hacia imposible recordarla de esa manera.

Nunca fue fácil estar en la casa de mis abuelos, sentía muchas cosas cuando ponía un pie en ella, no solo por sus siniestros pasillos, ni tampoco por el olor a naftalina o la cantidad de recuerdos y anos acumulados, mas bien porque había algo que siempre me llamo la atención y eso era el respeto, la precaución y la curiosidad que sentía hacia ella. Nunca me atreví a preguntar pero faltaba poco para que mi abuela se mudara lo que significaba dejar atras todo.

No me arrepiento de haber preguntado, gracias a mi pregunta, pude aclarar muchas cosas acerca de mi familia…

– Que paso en esta casa? Le pregunte a mi madre. Ella me miro, absorta por mi pregunta.

– Porque lo preguntas? – Me contesto.

– Siento que pasaron muchas cosas, pero hay algo que te paso a vos y de alguna manera me lo transmitís, quizás sea el miedo que expresan tus ojos, o la incesante búsqueda de comodidad que hasta el día de hoy seguis sin encontrar.

– Si, pasaron cosas, una puntual, fuerte, muy fuerte para mi.

– Quiero saberla. – le dije.

– Cuando nos mudamos a esta casa, en el ano 1974, yo tenia 9 anos. Los abuelos se la compraron a una pareja que tenia un hijo que desapareció en la época militar, se lo llevaron de esta casa y seguía desaparecido en aquel entonces. Nunca lograron encontrarlo. Una vez mudados, el cuarto de este chico paso a ser el mío. Y no fue mucho después que empece a sentir cosas, una presencia, si se le puede decir así. Al principio lo negaba, todos cuando somos chicos le tememos a la oscuridad o tendemos a imaginar en ella cosas que no existen, pero sabia que esto que estaba sintiendo era real. No decía nada, porque decirlo en voz alta lo iba a volver real. Lo veía, no solo sentía su presencia,veía su silueta. Una silueta alta y delgada. Llevaba puesto una capelina negra y en la mano sujetaba un paraguas, estaba mojado. El flotaba, no tenia pies, tampoco rostro. deambulaba por los pasillos, hasta llegar a mi cuarto – su cuarto -. Se paraba en la puerta y a los pocos minutos entraba, lo recorría vagamente y finalmente se acercaba a mi cama, no hacia otra cosa que mirarme, yo me tapaba los ojos, petrificada debajo de las sabanas. Después de un rato se iba. Así estuve cinco anos, lo veia casi todas las noches, fue una tortura, realmente lo fue. Me acuerdo entonces, pasados los cinco anos, que un día deje de verlo y a la semana de no verlo mas, me desperté, fui hacia la cocina y estaba tu abuelo, como de costumbre, leyendo el diario y tomando su infaltable y casi «vital» cafe de las mananas. Cuando entre, levanto su mirada y me dijo: «podes creer que encontraron el cuerpo de Lopez!? Pudieron enterrar sus restos la semana pasada». Cuando escuche esas palabras no pude hacer otra cosa que llorar, llore desconsoladamente hasta que tu abuelo coloco una mano sobre mi hombro y me dijo… «Vos también lo veías?».

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