Para hablar de los miedos, a veces se requiere un poco de drama melancólico en la tipografía y en el habla: así como en una carta suicida, donde abunda la prolijidad, las palabras cultas y el refinado conocimiento de la buena literatura. Siempre están escritas con una letra de la concha de la lora que pareciera ser que de un día para el otro todos nos convertimos en poetas y escritores, o por lo menos así es como lo muestran en las películas. Supongo que es una de las grandes desventajas de ser cinéfila y vivir mi vida como si fuese una película de género altamente dramático.

Pero, sin irme por las ramas, los miedos estarían formando una gran parte de mi vida en este momento, o mejor dicho, hace dos años. Cuales son los miedos que nos atormentan? Aquellos que no nos dejan dormir? Esos que nos hacen cuestionar todo acerca del mundo, desconfiando de lo que nos dicen y de sus fuentes.

Desconfío de todo, hasta de mi misma, eso intensifica y alimenta la autodestrucción del poco autoestima que me habita, no el necesario para el día a día, pero sí el necesario para anteponerse ante mis obstáculos. Esta incontrolable desconfianza hacia todo hace que cuando un obstáculo se me cruza en mi metafórico camino, me quede totalmente estática, viendo como mi vida -que adquiere una forma física, en mi infantil esquizofrenia- se me cruza por delante diciendo: «sos una pelotuda».

Tiendo a llenar los vacíos con cosas superficiales, cosas que al final del día, cuando me digno a verlas con una postura únicamente masoquista, me doy cuenta que no me aportan una mierda, solo me distraen de lo infeliz que me hace estar bajo la sombra de aquellas personas que hipnotizan lo que quiero -otra cosa que solo yo entiendo-.

Alimento mi lado oscuro, creyendo que es el único que me queda. El lado del odio, la avaricia, los celos, el amor enfermizo, el pesimismo, y así la lista continúa infinitamente, contradiciendo muchas de las tantas teorías del universo.

Mi imaginación no tiene límites cuando de colores oscuros se trata, mi imaginación es capaz de inventar nuevas tonalidades dentro de las paletas más tenues para seguir agregándole sombras a mi vida, tanto es así que termino convirtiéndome en una.

Cuando los grises me rodean, me convierto en una persona pelotuda e incoherente, una gila que le da de comer a su escaso ego con tal de posicionarlo un escalón más arriba, para no permanecer en un subsuelo de fantasmas…

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