CARAOQUE

En el barrio le llamábamos Caraoque, no solo porque le gustara cantar; sino porque era incapaz de hacer un amigo sin antes discutir y pelearse con él.

—¿Tengo monos en la cara o qué? —advertía amenazante a cualquiera cuando se sentía observado.

Era bravucón y muy guapote. No tenía éxito con las mujeres debido, tal vez, a ese carácter pendenciero. Era de una familia humilde —más que nosotros— y eso, al parecer, le marcaba negativamente para relacionarse con normalidad. De nada valía que le dijéramos que para nosotros no tenía la menor importancia el tener más o no tener nada; pero con Caraoque era mejor no discutir. En las peleas no parecía importarle los golpes que recibía, solo se mostraba un poco preocupado si se le iba la mano atizando al otro. Eso tampoco lo quería reconocer. Mejor dejarle.

Un día dando una vuelta por el barrio nos cruzamos en la calle con tres chavales mayores que nosotros y con muy malas pintas. Dijeron no sé qué al pasar. Caraoque se volvió y se enganchó con los tres.

—Vosotros no os metáis —nos dijo apartándonos mientras forcejeábamos y tratábamos de esquivar algunos golpe—. Se puso delante para protegernos y a puñetazos dos de ellos quedaron tumbados en el suelo. El que permanecía en pie metió la mano en el bolsillo y la sacó amenazante empalmando una navaja.

—Te voy a rajar, guapito de cara —dijo mostrando el bardeo con fiereza—. Caraoqué no retrocedió. Nosotros, acojonados, no nos movimos; permanecimos quietos, acobardados. Nadie reaccionó a tiempo para evitar aquella pelea.

—¡Déjalo, Caraoque, que te va a matar! —grité temiendo por su vida.

Aquel macarra confió en que se acobardaría. No pudo ver el puñetazo que recibió en toda la boca y la patada en los huevos que le hizo soltar la navaja. Cayó retorciéndose y una vez en el suelo Caraoque le pateó la cara.

De camino a casa se iba frotando los nudillos de las manos. Con el rostro serio y preocupado le oímos decir:

—Tal vez me he pasado; pero esos tres no nos volverán a molestar.

Era un amigo noble. Capaz de ofrecerse para cualquier cosa, eso nos lo demostró muchas veces. 

En ocasiones le notábamos ensimismado, parecía observar un lugar muy lejano; su rostro era entonces más hermoso… 

—¿Tengo monos en la cara o qué? —me advirtió amenazante un día al ver que le miraba.

Algunas tardes las pasábamos oyéndole cantar las rumbitas de Bambino.

Durante algún tiempo no supimos nada de Caraoque. Cuando nos fuimos a la mili le perdimos la pista. Pero fue hasta una noche de sábado, que entramos en el Berlín Cabaret, atraídos por la sorpresa que nos produjo el ver su cara en un cartel donde se anunciaba:

«LA NOCHE MÁS CALIENTE CON LA ACTUACIÓN DE LA DRAG QUEEN… ¡NOEL!»

¡Era Caraoque! ¡Él era ella! ¡Noel era él! En el cartel observamos su rostro con varias capas de maquillaje que ocultaba una máscara de hombre equivocado. Los labios pintados dejaban entrever una lengua insinuante entre los dientes manchados de carmín.

Entramos y le vimos aparecer ceñida a un rojo vestido de satén, cruzando las piernas perfectas al andar sobre el escenario. Con el vaivén del cuerpo mientras caminaba parecía gustarse, mostrarse, sentirse deseada. Los tacones de aguja los clavaba en el tablado con decisión. El ritmo de sus pasos hacía bailar un trasero perfecto. Su mano buscaba por su cuerpo unos senos postizos al lado del corazón. Aquella figura tan hermosa del escenario era él.

Nos sentamos y quedamos seducidos por su belleza. Caraoque, iluminado por varias luces tenues en un ambiente de humo y alcohol nos reconoció. Nos miró con unos ojos muy pintados, el muy cabrón… Seductor, nos envió un beso con su boca de mujer y una dedicatoria de su siguiente canción: Ancora, ancora, ancora …

Cuando Caraoque agradecía los aplausos, oímos entre el público un grito con la palabra ¡Julandrón¡, entonces él se revolvió y se abalanzó sobre aquel individuo alcanzándole con un puñetazo en la boca. Ese era el Caraoque que nosotros recordábamos.

© 2023 aure

#bocadillo

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS