Milena quiere ser escritora.

Le gusta más la idea de “ser escritora” que de escribir.

Mientras ordena las remeras en los estantes del negocio de ropa en el que trabaja, se imagina en distintas situaciones: completando un formulario poniendo “escritora” en ocupación, en un reportaje televisivo con el videograph “Milena Ruiz, escritora”, en alguna mesa-debate, de alguna feria del libro, de alguna ciudad, con el cartelito con su nombre.

Lo próximo es cambiar su bio en tuiter, de ser “una mujer que a veces escribe”, pondrá directamente “escritora”. Al menos, en algún lugar lo verá escrito en letras de molde, como se imagina todas las cosas importantes.

Milena sigue a muchas mujeres en tuiter, mujeres que hablan de política, libros, filosofía, tipos, feminismo. Muchas postean cosas que escriben. Imagina que entre ellas se conocen, que se encuentran en la vida real. Algunas publicitan charlas y talleres que dan en distintos lugares. Seguramente son de Puan, piensa.

En esas ocasiones viene a su cabeza el breve paso por el CBC de filosofía. Largó, no era lo de ella. Luego, el trabajo de 10 a 20 en el shopping le cortó toda posibilidad de estudiar. No es algo que le moleste, sólo a veces, cuando ve chapear con “Puan”. Ella se siente afuera de ese mundo que ama y odia por partes iguales.

  • No me quedó en M, tengo este S que podría irte bien, probalo, le dice a una clienta, que lleva varias bolsas de compras en ambas manos.

Mientras la espera apoyada en el espejo afuera del probador, piensa en los tuits que escribirá cuando tenga un rato de tiempo:

“Esta es la onda que tengo hoy”, acompañado de esa foto que se sacó luego de varios ensayos de poses mirando la nada. Sabe que eso garpa, le asombra que la imagen loser, antihéroe, melancolía y desazón siga garpando aún. Al menos en tuiter, le parece que en Instagram la cosa pasa por otro lado. Pero ella quiere ser escritora, y los escritores están en tuiter.

Si se animase, subiría una foto más jugada, sexy, acompañada de alguna cita de Pizarnik o Emily Dickinson, dos imbatibles en las redes. O alguna poesía de ella, de Milena. Eso, además, le daría la posibilidad de algún DM de ese tipo con el que se siguen-leen-favean-retuitean.

“Hoy a la noche le escribo a Juan”, piensa, mientras le paga su almuerzo al chico del delivery. Juan organiza talleres de escritura, es un tipo piola, que publicó algunos libros de poesías. Una poesía de ella aparece en un libro que entre todos los asistentes al taller publicaron. Lo tiene en el tercer estante de su biblioteca, al lado del de Benedetti.

Una vez leyó por ahí que lo importante no es lo que uno escribe sino lo que uno lee. Y ella lee, lee mucho. Tiene algunos pendientes, intentó muchas veces con Ulises, de James Joyce, y desistió a las pocas hojas. Pero también escuchó por ahí que cuando eso pasa, hay que dejar el libro, aún no es el momento.

El tema es que a Milena le gusta más ser escritora que escribir. Imaginar, tener muchas ideas, plasmarlas, darles forma, continuidad, ay, eso cuesta. Y no pasa siempre.

Ese es el problema con la escritura, hay que escribir, piensa Milena, mientras tipea eso mismo como título del cuento que piensa escribir.

Etiquetas: relato corto

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