Catarsis en contextos de pandemia

Catarsis en contextos de pandemia

Lilián

12/09/2020

Se me ha encomendado escribir una ponencia acerca de la catarsis en contextos de pandemia. Es poco lo que puedo agregar, ya que los anteriores expositores han hecho un recorrido histórico y otros, indagaron en la literatura universal sobre el tema. Muy interesantes por cierto, de los que aprendemos. El contexto ya está dicho.

En este caso, por lo tanto, no haré una tesis, sino, simplemente abonaré una hipótesis en torno al tema: la capacidad que todos tenemos (a veces, desconocida) sobre la posibilidad de sanar a través de las diferentes manifestaciones artísticas.

Los escritores contamos con la palabra para curarnos de tan diversas sensaciones que hemos ido experimentando ante este flagelo que nos sorprendió inesperada e ingratamente.

Hemos pasado por sentimientos variados desde el inicio hasta este presente. La adaptación obligada a nuevas formas de vivir, donde no hay lugar al consumismo exacerbado, para rodearnos de cosas materiales, a veces innecesarias. La introspección nos llevó a valorar a aquellas personas que teníamos cerca y no fuimos capaces de decirles un “te quiero”, y ahora extrañamos. Reconocer al hogar como un refugio seguro, así como la culpabilización por el daño que los humanos le hemos infrigido al planeta, sin justipreciar la belleza de nuestro entorno.

En el transcurrir, tuvimos esperanzas que después viraron a ilusiones vanas, porque descubrimos la manipulación, las dudas, las incertezas, la falta de libertad, para no poder planificar, siquiera, a corto plazo. Sobrevino entonces la bronca, las disputas de poder, y el incontrastable miedo a lo desconocido y la angustia.

El hartazgo posterior abrió paso a la rebeldía o a la depresión en muchísimos casos.

Pero, reitero, los escritores tenemos un arma de combate contra todos esos males: la palabra, la que nos hará sobrevivir y superar obstáculos. “Reinventarnos” o “Resiliencia” son dos términos que de tanto uso están perdiendo significado. Para devolverles valor, escribir y compartir entre escritores y lectores será la mejor manera, porque no hay escritor sin lector, ni viceversa.

Para finalizar, leeré dos breves textos que surgieron en esta etapa de pandemia:

Diálogus interruptus

-¡No puedo alcanzarte! –Una dendrita que lleva los brazos caídos grita.

-Elonga, estira, ya verás. –Responde la más optimista.

No llegan a tocarse, sin embargo, en la arborescencia de mi cerebro atormentado.

¿Cordura? ¿Eso me piden?

¿Locura? Y sí, es necesaria para crear ideas que nos sobrepongan de esta enajenación de enredos alienados, como rastas envejecidas en el tejado de las incongruencias.

Una de un lado; la otra, en el extremo opuesto de la hendidura; el endurecido cerebro, como una roca, en dialéctica conclusión de las neuronas, hará crecer ese cristal metálico, la mineral estructura de algas, de líquenes, o de moho, que pugnan por salir. Son los que finalmente nos rescatarán.

Aspiraciones

Me queda la palabra” Blas de Otero

Le tengo envidia a la aspiradora, porque aspira todo, hasta las palabras que andan merodeando por la casa, y en mi cabeza. También yo tengo aspiraciones, pero no logro aspirarlas, así que cuando la máquina se pone en marcha las absorbe. Se llena el cubículo de la basura y lo vacío afuera, sobre la nieve virgen. ¡Oh!, la ensucio y es ahí cuando las veo que salen al aire libre, desharrapadas con su traje de pelusas, despeinadas con mechones enredados, deshilachadas con sus atuendos color ratón.

Luego se refocilan hasta quedar limpitas; saltan, se ríen, se toman de la mano, hacen una ronda y cantan “Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva”. Salgo, porque no llueve aún, las corro, las atrapo a todas y las llevo adentro, conmigo, las acaricio, las seco y las pongo a levar junto al hogar. Ellas me lo agradecen.

Así, mis amigas, las palabras lavadas y alegres, se dejan amasar en mi mente y vienen a llenar la hoja blanca, impoluta, desde hace algún tiempo. Entonces salen mis emociones escondidas.

Recapacitan, sienten, sonríen e irradian luz, cantan como la calandria, se retuercen sobre el lomo de mi gata y retoman el canto de una canción de cuna. Unas reinician un debate ideológico; otras son irónicas y con humor; se desperezan la modorra de la hibernación; zapatean para quitarse la rabia que se aferra indefinidamente; elongan para recuperar energía y las estiro en sinónimos; otras, se esconden tras la cortina de la ficción.

Al final me enojo porque surgen versos nerudianos, como si fuera plagio. Decido juntarlas a todas y las guardo en el cajón de los juguetes, al lado de los soldaditos de plomo, alineados para la guerra. Paco Ibáñez me guiña una canción.

Tal vez, la próxima salga una prosa combativa. Dejo también mi pluma, recalculando.

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