La congregación de las tigresas blancas

¿Hace mucho que

conocías a Casandra? —le pregunté a Martín, quien era cliente distinguido en la
casa de citas de doña Leonor o la Emperatriz Dorada, como le decían en el
barrio. Bueno, a decir verdad—contestó con su aspecto apacible de siempre—,
llevaba visitándola más de dos años. Pero, ¿cómo la conociste? —le interrumpí
precipitado por la curiosidad—. Fue a través de José Hermilo, él fue quien me
llevó por primera vez. Todavía recuerdo cómo hice mi primera visita al Templo Plateado.
Eran más o menos las siete de la tarde y me recibió doña Leonor. Iba con una
bata de imitación seda de color rojo con unos dragones, no se veía mal y hasta
creí que ella era una de las chicas que prestaban los servicios allí. Cuando le
pregunté a Hermilo si era una de las trabajadoras, se rió como loco. Luego,
doña Leonor me dio las gracias por el cumplido, me clavó sus penetrantes ojos
verdes como si quisiera hipnotizarme o descubrir algo en mi cabeza y me pidió
que la esperara un momento. Me senté en un sofá y me quedé viendo la
decoración. Todo era de China. Los farolitos de papel, el incienso, los cuadros,
los jarrones y la vajilla. Había trajes de artes marciales y un montón de cosas
de oriente porque el salón era muy amplio. Bueno, tú conocías la casa por
fuera. Adentro había seis habitaciones y en el jardín de atrás descansan las
muchachas. Allí meditaban y recibían sus lecciones de la secta. Luego me
mostraron a seis chicas que llevaban un peinado sujetado con unos palillos como
se ve en los cuadros orientales. Tenían la apariencia de adolescentes y le
pregunté a la Emperatriz Dorada si no sería un delito acostarse con niñas, pero
ella me dijo que ya eran mayores y que gracias a la filosofía de Hsi Lai se
conservaban jóvenes. Les ordenó que se quitaran la bata de seda y quedaron
todas semi desnudas frente a mí. Ninguna de ellas me miró y se quedaron como
estatuas de piedra. La que me atrajo con una fuerza muy extraña fue Casandra.
Le dije a la dueña que quería estar con esa joven de color almendra y ojos de
color azabache. “¿Tendrás que pasar la prueba de iniciación —dijo doña Leonor—,
si no estás capacitado y cometes una imprudencia jamás volverás aquí, está
claro?”

Yo le dije que
estaba de acuerdo y entonces me dieron una cucharada de lo que decían, era
chocolate, después supe que era opio con azúcar. Mientras el narcótico me hacía
efecto, la Emperatriz Dorada me dijo que las chicas estaban dedicadas a la
iniciación espiritual, que la energía sexual del acto era muy importante para
ellas, que era la fuerza que las integraba al universo y que las hacía
rejuvenecer. Le creí todo lo que me dijo, aunque en mi interior la voz del
sentido común me decía que eran puras patrañas, sin embargo, estaba obsesionado
ya con la chica, incluso me la imaginé en la cama haciéndome el amor como una
geisha, pero doña Leonor me dijo que sólo podría estar con ella unido
sexualmente si era lo suficientemente adecuado para ello. Además, me advirtió
que si lo lograba tendría derecho a poseerla una vez por semana y que debía
cambiar mis hábitos y mi dieta. El sermón duró más de media hora y cuando lo
había comprendido todo me hicieron pasar a una habitación de la segunda planta.
Allí había una decoración con tonos azules, cigüeñas y había un olor dulce de
cuerpo lácteo, no se sentía el incienso y había una energía especial en el
aíre, era como una ola tibia de energía. Entró Casandra y me pidió que me
duchara. Cinco minutos después, salí y me recostó en una cama de madera que no
tenía colchón, sólo tenía una gruesa colchoneta. Esperé que ella empezara su
rito. Me cubrió la cara con una sábana para que no la viera, me ató las manos
con una cinta de seda y comenzó a acariciarme. No pude evitar una erección,
pensé que pronto se montaría encima de mí, pero se limitó a acariciarme y me
llevó a un grado extremo de excitación. Cuando finalmente terminé, ella entró
en trance y dándose un masaje en la cara y el cuerpo con mi leche se puso a
cantar una melodía en chino. Se vistió y se fue. Me quedé muy desconcertado
porque el placer había sido tanto que no lamenté el no haberla poseído, además
ella se transformó al recibir mi esperma, tuve la impresión de que había
rejuvenecido gracias a los impulsos de mi vientre. Antes de salir, le pagué por
los servicios a doña Leonor y esperé a Francisco que venía muy contento porque
había copulado con una chica con la que mantenía relaciones cuando Casandra
estaba ocupada. Desde ese día comencé a seguir las instrucciones que me daban
en el Templo Plateado. No tenía permiso de hablar sobre el sitio y si quería
llevar a alguien primero tenía que pedir la autorización de la dueña. Me fui
acostumbrando a las visitas y la compañía de Casandra se convirtió en el único
objetivo de mi vida. Ella sólo hablaba conmigo para darme instrucciones y me transmitía
todos sus mensajes a través de sus caricias y miradas previas. Me lo había
advertido doña Leonor, estaba prohibido hablarles porque eso entorpecía el buen
desarrollo de las chicas. Unos meses después de mi primera visita pude por fin unirme
a Casandra. Fue una experiencia muy rara. Primero, no me dejó terminar dentro
de ella, después se dedicó más a la felación que a follar y durante la
penetración no experimenté más que la tortura de una extrema provocación y la
espera, por último, su trance duró más de lo acostumbrado y esta vez sí noté
los cambios en su piel y su cara. ¿Cuántos años tiene? —le pregunté a doña
Leonor—. Cuarenta—contestó con orgullo—, es sorprendente, ¿verdad? —Me quedé
frío al saber que la joven adolescente con quien ya mantenía una relación
simbiótica, fuera una mujer madura. Estuve dándole vueltas a la cabeza todo un
mes y no pude comprender nada. Busqué especialistas en cultura china y un
acupunturista que había estado en Pekín me habló por primera vez de la secta de
las tigresas blancas de la antigüedad.

“Es una filosofía
muy antigua, ¿sabe? Se remonta al año 2500 a.c. y el objetivo es recobrar la
juventud a través de la energía sexual que les transmite el hombre en el
momento de eyacular, sólo que ellas provocan el flujo de energía con ayuda de
las felaciones. Según decían en la antigüedad la hembra de tigre blanca es
representante de yin, lo contrario o complementario del yan, y necesita más de
cien copulaciones para quedar preñada. Además, por su aspecto es muy sensual,
incita al hombre hasta volverlo loco de pasión. Se supone que las sectas de ese
tipo no existen y es imposible encontrar representantes que sean en realidad
tigresas blancas, sin embargo, hay quien ha intentado encontrarlas. ¿Conoce a
Valerie Tasso? ¿No? Pues, esa escritora de libros eróticos se hizo a la tarea
de encontrarlas y sólo pudo contactar a una escritora americana de origen
oriental de nombre Jade Lee que tiene unos libros con los títulos de tigresas
blancas y no sé qué más. Sin embargo, la representante que cuenta todo sobre la
primera tigresa blanca, es Hsi Lai, una cortesana de la antigua China que
conocía todos los secretos de la fuente de la juventud. Una de las técnicas de
sugestión que aplican es la de volver a sentirse adolescentes y experimentar la
curiosidad de la primera vez, eso las ayuda a retardar el envejecimiento, hay
quien dice que muchas ancianas de setenta años siguen reglando, pero se supone
que biológicamente es imposible. Las etapas son tres: la restauración, en la
que tienen durante tres años el mayor número de felaciones; luego la
conservación, en la que obtienen la energía vital chin; y, por último, el
refinamiento, que llega después de nueve años de constantes prácticas. Los
niveles superiores hablan de una relación más complicada porque la tigresa
puede tener un mecenas con el que puede tener relaciones sexuales una vez a la
semana, es llamado dragón de jade, éste hombre puede presenciar las relaciones
de la tigresa oculto para que no lo vean, la única condición es que no debe ni
masturbarse ni eyacular para mantener la energía suficiente en su próximo
encuentro sexual. ¿Pero por qué precisamente la felación? —le pregunté al
pequeño hombre con traje de seda, cara de ratón y larguísima coleta—. Mire, la
saliva lleva muchos nutrientes y al chupar, la mujer extrae el líquido seminal,
llamada lágrima de dragón, la cual lleva muchos nutrientes, luego con el semen
hay como una germinación de la mujer completa quien se convierte en un enorme
óvulo que espera que la preñe el esperma, sin embargo, eso es imposible, pero
la piel se restablece al cien por ciento porque queda inyectada de nueva
materia joven. ¿Entiende? Y, por último, está la conexión de la mujer excitada
con el momento de la eyaculación que sería el hilo que une a la mujer con el
origen de la vida. Lo que respecta a la preparación física, se requiere que la
tigresa sea elástica, que medite sobre su cuerpo y se pueda hacer un
cunnilingus si fuera necesario. Las prácticas sexuales de las tigresas están
reguladas por normas muy estrictas, pero se les permite tener orgías y
relaciones heterosexuales. Querido amigo—dijo para terminar su explicación—, si
usted ha encontrado una secta de tigresas blancas, disfrútela y goce hasta que
pueda hacerlo porque llegará el momento en que le chupen toda la energía y de
un día para otro se verá usted como una momia. ¿Qué significa, eso? —inquirí—.
Eso significa que, si no logra convertirse en el dragón de jade de su amada,
ella lo devorará. Le pagué por la consulta y me fui muy desconcertado”.

Pasaron unos meses
y seguí dependiendo de mis encuentros con Casandra, pero noté una mañana que mi
cuerpo había perdido vitalidad y que tenía menos peso que cuando era
adolescente. Traté de no aparecerme por el Templo Plateado, pero por las noches
una fuerza misteriosa me obligaba a volver una y otra vez. Empecé a buscar un
antídoto para contrarrestar la fuerza que me estaba arrastrando al precipicio.
Leí tratados de filosofía china, las teorías de Confucio y todo lo que caía en
mis manos que tuviera relación con la cultura china. De esa forma cayó en mis
manos un libro de Yashunari Kawabata, “La casa de las bellas durmientes”, en
ese escrito se hablaba de unos hombres ancianos que iban a dormir con mujeres
jóvenes vírgenes para rejuvenecerse y gozar de la tibieza de sus cuerpos
mientras estas dormían y de allí me surgió la idea de salvación. El principio
era muy sencillo, pues si por un lado Casandra me estaba exprimiendo toda la
energía sin concederme el papel de su dragón de jade, entonces yo podía recuperar
la fuerza vital perdida acostándome con pequeñas doncellas que me
proporcionaran la vitalidad que necesitaba. Fue por esa razón que comencé a
buscar chicas adolescentes a las que engatusaba y drogaba para que se durmieran
y yo pudiera sacar la energía que me salvaría. El sistema dio resultado, me
sentí con vitalidad, recobré peso y consistencia, pero Casandra lo notó y
agrandó el canal de succión, entonces tuve que buscar con desesperación la
clorofila vital, sin embargo, no fue posible. Me resigné al final irremediable
que me esperaba.

Un día Casandra me
dijo que ya no me necesitaba. Al principio me puse feliz y me juré a mí mismo
no volver a ver jamás a doña Leonor. Lo malo es que no lo pude soportar, me
había acostumbrado tanto a mi amante que ya no podía vivir sin ella y comprendí
que al final esa era la forma en que había decidido matarme. Con la abstinencia
el martirio me llevaría a la muerte. No podía dejar de pensar en ella y fui a
hablar con doña Leonor. Le dije que si no me permitía seguir con Casandra le
quemaría la casa. Ella se negó a escucharme y entonces para realizar mi plan
comencé a rondar todos los días el Templo Plateado para saber cuándo sería más
fácil actuar. Fui descubriendo algunas anomalías, pues salían de ahí muchos
hombres y nunca vi a ninguna mujer salir a la calle, ni siquiera doña Leonor
salía y se me hizo muy raro. Luego me di cuenta de que entraban muchos
travestis a la casa, también hombres maduros y hasta algunos con apariencia de
ricachones o sacerdotes. Tentado por la curiosidad y un poco de celos por culpa
de Casandra, me salté la barda del jardín y me subí con una escalera que estaba
por allí arrumbada para ver lo que hacían en la segunda planta. Por una rendija
que había entre las cortinas vi que un hombre estaba acostado en la misma cama
de madera en la que siempre me unía a Casandra. Una chica con apariencia de
hombre joven le puso una sábana para que no la viera acariciarlo y cuando se
suponía que debía empezar a hacerle la felación, apareció de un biombo dorado
un hombre de unos treinta años y empezó a acariciar al cliente, luego se subió
sobre él y comenzó a subir y bajar la cadera como si fuera una mujer, en el
momento de la eyaculación, la joven se acercó y puso la cara para que se le
chorreara de semen. Descubrió la cara del cliente y este hizo la tradicional
señal del dragón agradeciéndole el placer recibido. La chica pasó cerca de la
ventana y vi su rostro. ¡Era Casandra!!No te puedes imaginar la impresión que
me lleve! Estuve a punto de caerme de la escalera al darme cuenta de que era un
macho. Bajé muy enfadado y salté la barda decidido a quemar ese maldito lugar.
Mientras regaba la gasolina del bidón por todos lados pensaba en las veces que
había creído que quien me tocaba era una joven y resultó que esos dos años
había estado siendo masturbado, ultrajado y fornicado por travestis. No podía
contenerme, le encendí fuego a la casa y vi cómo salían del interior los
mustios disfrazados de geishas. Comencé a golpearlos y a la tal doña Leonor,
que era un tipo con operaciones de cirugía plástica, le rompí la cara a
puñetazos. Después cogí un palo que encontré tirado cerca de allí y cuando el
tal Casandra salió, le di un golpe en la cabeza tan fuerte que lo mandé al otro
mundo. Fue un arrebato de locura, estaba fuera de mí. No pude controlar mis
impulsos y seguí golpeándolos a todos. Cuando se me acabaron las fuerzas me
detuve y eché correr como loco.

Esa es señor juez,
la versión de los hechos que me contó el mismo Martín. No sé cuánto pueda
cambiar su destino, pero de lo que si estoy seguro es de que sufrió un engaño
que lo llevó a cometer los crímenes de los que se le acusa. Si mató fue por ese
ataque de furia que no pudo controlar y además el famoso Templo Plateado
siempre fue un sitio que funcionó de forma clandestina. Era una fuente de
contagio de enfermedades venéreas, de perversión y estafas. Habían inventado
ese cuento chino de las tigresas blancas para atraer a los clientes y usarlos
para su satisfacción. ¿Usted cómo habría reaccionado señor juez?

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS