La improvisación.

Oyó el ruido de la muchedumbre, subió por las estrechas escaleras de seis peldaños y salió a un escenario. Se desconcertó porque no sabía que estaba en un teatro, miró a su alrededor y vio que la sala estaba llena. Había mujeres de todas las edades
vestidas con hermosos vestidos y los hombres iban de traje, en su mayoría de
color negro. Al verlo, el público guardó silencio y dirigió su mirada hacía él,
cosa que desconcertó mucho a James porque de alguna forma esperaba aplausos o
chiflidos. Por la presión que sentía por parte de la gente tuvo que avanzar con
pasos lentos. En el piso había papel de china corrugado de color azul y unos
cartones que semejaban olas hechas de papel maché. Caminó por el entarimado
hacia el centro donde había un islote pequeño con dos palmas artificiales.
James observó con atención y descubrió una silla cubierta por una manta que
parecía, por el color, de tierra. Se sentó y miró a los espectadores, guardó
silencio unos segundos y luego preguntó: “¿Qué es lo que esperan de mí?
Díganmelo, por favor”. Los asistentes en lugar de responder, como esperaba
James, guardaron silencio porque creyeron que la obra había empezado y miraron
con más atención. “Yo no soy actor y no sé para qué me han traído aquí”—exclamó
con nerviosismo—. El público no reaccionó en absoluto, hubo quien dejó de
moverse y también quien se sumió un poco más en la butaca para estar más
relajado y cómodo. James pensó que si estaba en escena tendría que improvisar,
pero no sabía nada de actuación, por lo que decidió contar su propia vida.

“Nunca fui feliz en mi casa. Mi familia siempre me pareció formada por seres extraños a los cuales nunca les fié nada. Mi padre era bueno y siempre cumplió con sus responsabilidades, nos inculcó los principios morales y éticos para ser
personas de provecho, pero los únicos que los adoptaron fueron mis hermanos
porque yo siempre me caractericé por tener un espíritu rebelde e incorregible.
Estudié en la Universidad y terminé la carrera de contaduría. Gracias a mi
profesión encontré pronto un buen trabajo, me hice rico a costa de mis
empleadores. Estafé a quién pude y nunca me detuve a pensar en las
consecuencias de mis actos, ni siquiera cuando estaba consciente de que por mis
decisiones encarcelarían a alguien o se decomisaría algún bien. Lo mismo caracterizó mi vida social, utilicé a la gente para conseguir mis fines. Engañé a mis
amigos y nunca le confié ningún secreto a nadie, incluso a mi mujer. El tema
del matrimonio es otra cosa porque no fue como en las películas ni en los
cuentos de hadas. Conocí a Alice en una playa española, me habían contado que
estaría allí con su padre, un empresario bastante influyente en el mercado de
víveres. La vi con su bañador de color naranja y me pareció flacucha y con la
piel demasiado pálida, desabrida, no era muy guapa y a leguas se notaba su
origen judío. Eso, en general no me importó mucho porque sabía que en cuanto la
conquistara y me casara con ella, su padre me confiaría el negocio, me convertiría
en una pieza clave en el business y con el tiempo me convertiría en el dueño de
una fortuna. De hecho, así fue como sucedieron las cosas. Dispuse de mucho
dinero y tuve amantes, fueron mías las más hermosas mujeres. Un día supe que mi
estimado y respetado suegro tenía una fuente de dinero que ocultaba con celo,
pero era tan evidente que se dedicaba a negocios sucios que no pude evitar
darme cuenta de su secreto. Se trataba de tráfico humano. Ya saben lo que es
eso. Comerciaba explotando a gente del tercer mundo y tenía bares y burdeles”.

Hubo una pausa y James miró hacía la sala para ver la reacción de sus oyentes que ahora tenían una actitud completamente distinta. Vio que algunas de las personas de las últimas filas se habían retirado y que algunas salían a discreción. Quiso
pedirles una explicación, secretamente añoraba con que se quedaran a
escucharlo, pero la gente no volteaba cuando salía y él no se atrevía a
detenerlos porque nunca había sucedido que en un teatro los actores hablaran
con el público directamente. Tenía sed y volteó a ver si alguien estaba detrás
del telón de fondo para pedirle agua, sin embargo, no vio a nadie y decidió
seguir con su historia.

“Un buen día por la noche, no sé si sea correcto decirlo así, mi suegro murió. Se celebró el sepelio y mi vida siguió su ritmo normal. Descubrí las maquinaciones del padre de mi mujer y exploté aún más a las víctimas para perfeccionar el negocio. El
dinero comenzó a llegar con prontitud y en grandes cantidades. Decidí aislar a
mi mujer y conseguirme una amante. Me inventé viajes a países lejanos y comencé
a buscar a mi querida en los sitios de Internet, no encontré nada que valiera
la pena, pasé varias semanas en una casa que compré fuera del país. Un día
decidí hacer un viaje a Europa y en Ucrania encontré a una mujer muy guapa. La
conquisté y la hice mi amante, ella perfeccionó sus conocimientos de lenguas
extranjeras y llegó a comunicarse conmigo casi como una nativa. Era muy guapa y
no tenía límites su imaginación en la cama. No quisiera que esto tomara el
rumbo de historia erótica, por eso me limitaré a decir que era fenomenal e
incansable en el sexo”.

De nuevo la sensación seca de la garganta le recordó que necesitaba beber agua. Otra vez buscó, sin éxito, en el telón trasero, luego se decidió a pedirles a los
espectadores que le dieran algo para refrescarse la garganta la garganta, pero
nadie atendió su petición. Cuando miró la sala se dio cuenta de que en el
anfiteatro no había nadie, en los palcos había sólo personas de aspecto
magnánimo y la platea seguía llena, sin embargo, el patio se encontraba casi
vacío y sólo en la primera fila se encontraban diez personas que lo miraban con
atención. Se quedó inmóvil por un momento como si algo lo hubiera obligado a
abstraerse. Era un pequeño olvido, quería recordar algo, pero no sabía qué era
lo que debía evocar en su memoria exactamente. Se resignó a la espera y le dejó
la tarea a su cerebro para que fuera él quien se ocupara de eso. Caminó por el
escenario y descubrió que había un sendero marcado entre las olas de cartón y
los montones de papel corrugado azul, pensó que debía ser una trayectoria que
debía recorrer durante la interpretación de su papel. Comenzó a caminar y
comprendió pronto que la ruta marcada era el signo de la letra omega. ¿Qué
quería decir eso? —se preguntó a sí mismo y al público, pero el silencio
prevaleció, ningún espectador habló y James levantó la vista hacia los
reflectores para tratar de ver quién movía el chorro de luz que todo el tiempo
lo seguía.

“Bueno —continuó—, al parecer tendré que encontrar yo mismo la respuesta. La letra omega se usa en muchos sitios y en varias disciplinas. En electricidad, por ejemplo, en física y bioquímica; es el símbolo de los relojes suizos y significa también el todo.
Recordarán aquella frase que dice: “Yo soy el alfa y el omega”. O sea, el
principio y el fin. Además, hay muchos villanos denominados con esa letra. ¿Es
que acaso se me considera un criminal? ¿O se me relaciona con alguna ciencia
exacta? Caballeros, denme una pista porque no tengo los medios suficientes ni
siquiera para hacer una premisa. Tengo un público mudo, un escenario con un
pequeño islote de cartón, este mar falso y esta vereda. ¿Serían tan amables de
insinuarme algo, aunque sea una nimiedad? —no hubo respuesta y comenzó a andar
con las manos asidas por la espalda, empezó a mirar alrededor y después volteó
para ver de cerca a las personas de la primera fila que se le hacían muy
conocidos. Entrecerró los ojos para evitar que la luz lo cegara y distinguió a
un hombre—. Tú eres Slav, el psicópata que se encargaba de desaparecer a las
personas que ya no nos servían en la organización o intentaban escapar. ¿Qué
haces aquí? ¿A caso no estabas muerto? ¿Qué sucedió en el último encargo que te
dimos? ¿No puedes contestar? ¡Ah! Seguro que es a mí a quien le toca contarlo,
pues tú eres parte del público y en un teatro los actores viven en un mundo
dentro del escenario y la gente está en el mundo normal no debe hablar porque
se considera una violación a las normas. Sí, Slav, moriste de forma muy
trágica, no fue rápida tu muerte, te atraparon, más bien, te raptaron unos
hombres que estaban indignados por nuestros actos delictivos. No fue un ajuste
de cuentas con nuestros enemigos, sino una venganza. Lo supimos cuando te
encontramos, había una nota firmada por tu asesino con la foto de una chica
polaca. En realidad, eras muy cruel, pero con todo y eso nos dio lástima verte
así. Te habían torturado mucho, te golpearon y te rompieron los huesos con un
tubo metálico, te dieron cientos de descargas eléctricas y luego te arrancaron
algunas partes del cuerpo. No sé cuánto te odiaría quien lo hizo, pero se ensañó
mucho contigo, la verdad. No quisimos entrometernos en el asunto, tu misión
había terminado y decidimos no buscar a tu asesino. Eras realmente excepcional,
fue muy difícil encontrarte un sustituto, pero lo logramos, no obstante, el
negocio comenzó a empeorar y teníamos que andar con pies de plomo porque en
cada operación nos pisaba los talones la policía. Al final, tuvimos que ir
dejando secciones completas, los negocios en Europa se redujeron al máximo, nos
centramos en otros continentes y tuvimos que ser muy flexibles para vender
armas o drogas. Te moriste a buen tiempo, Slav, no te habría gustado ver cómo
finalizó el negocio. He notado, Slav, que la gente aquí no dice ni pío, ¿lo has
notado? Bueno, ya entendí que esto no es un teatro y el único que hace el
ridículo hablando solo soy yo —trató de acercarse a las butacas de la primera
fila y bajarse del escenario, pero no encontró la forma de bajarse y no se
decidió a saltar. Pensó que, por la proximidad con las personas, que estaban
inmóviles sentadas en silencio, podría verlas y distinguir quiénes eran, pero
le sorprendió que no tuvieran rostro. Se espantó un poco y les dio la espalda.
Al darse la vuelta de nuevo, notó que ya se encontraba casi solo en la sala.
Slav se había ido y quedaban, a lo más, unas cinco personas en todo el teatro—.
“Bien, creo que ha llegado el momento de confesar mis perversiones, las cosas crueles o de las que me arrepiento, pero como todo mundo se ha ido, seguro que es la hora del entreacto y tendré que seguir más tarde. Esperaré a que vuelva la
gente para seguir con la historia. La verdad—pensó—, no tengo ningún
remordimiento. No sé por dónde empezar. Tal vez, algunas personas consideren
algunos vicios como malos o perjudiciales, pero para el fumador, por dar un
ejemplo burdo, el consumo del tabaco es algo placentero, nocivo, tal vez, pero
sólo para quien lo realiza, así que a los demás no les incumbe. Lo mismo
pensará alguna persona que beba alcohol, aunque un briago sí afecta a los
demás, lo mismo el ludópata, el cleptómano o el pirómano.

Mis aficiones ocultas eran la zoofilia y algunas más, no muy bien aceptadas por la sociedad, por eso sólo les diré que terminaban también en filia. ¿Cómo explicarle a los que me escucharán en breve que era algo muy personal? ¡Jamás lo practiqué! Ni
siquiera obligué a alguien a que lo hiciera, pero esa condición de ver a las
mujeres personificando a una perra, me producía excitación. Cuando se quiere
ofender a una mujer se le dice así: “eres una perra”. Eso significa que es una
mujer fácil con quien cualquiera puede fornicar, pero convertirla realmente en
animal: en perra, yegua o burra es algo que realmente me produce placer. Para
mí las mujeres siempre han sido sólo un instrumento para preservar la especie humana y nada más. En cuanto a su conducta en la sociedad y en el matrimonio considero que son seres nocivos que traen sólo desgracias. Es por eso que toda la vida he abusado de ellas, las he engañado y las he sometido a que realicen cosas que no desean, tanto en el aspecto sentimental como en el laboral. Obligué a muchas a
engañar y traicionar a sus seres queridos. Todo lo hice gracias a mis recursos
económicos que no son pocos y me permiten dominar a la sociedad, puedo influir
en el mercado y de mí depende mucho la estabilidad del comercio. Eso es ser
influyente, pero si se quiere ir más allá, el hombre debe buscar cosas que
estimulen su imaginación y sus deseos, sólo de esa forma se logra llegar a tener
un pedestal en la sociedad moderna. Se puede ser un psicópata rico y nadie dirá
nada si un millonario comete pecados o realiza cosas inmorales. Nadie puede
luchar contra el poder del dinero. Si vendes tabaco y te empiezan a criticar o
meter demandas por provocarles el cáncer a tus clientes, puedes cambiar el giro
de tu negocio e invertir en sectores de farmacéutica y todos te agradecerán
infinitamente que empieces a combatir las enfermedades que habías provocado con
los cigarrillos. Así es el juego en el que nos divertimos moviendo nosotros las
piezas”.

James se inclinó y trató de ver su reloj para saber cuánto tiempo había pasado, pero no lo llevaba puesto y se desconcertó mucho. “No es posible que la gente se tarde tanto en volver de la pausa—murmuró—. Han pasado por lo menos unos treinta minutos desde que la sala se quedó completamente vacía y nadie ha vuelto. Bueno, ya vendrán.
Lo mejor que podría hacer, ahora que no me ve nadie, es ir anotando en algún
sitio los temas de los que hablaré en la segunda parte de esta absurda
actuación—empezó a dar vueltas en busca de un bolígrafo y un papel, escudriñó hasta el último rincón y lo que encontró fue un lápiz muy pequeño con la punta larga
pero achatada. Cogió un trozo de papel blanco que apareció en el piso y comenzó
a hacer la lista de temas que planeaba tratar en su monólogo. Fue recordando
uno por uno los sucesos más importantes de su vida. Los títulos de los libros
que más lo habían impresionado, los viajes, las experiencias buenas y malas, y
cuando ya tenía todo listo para empezar, volteó a ver si la gente ya estaba en
la sala; pero esta vez no sólo no vio a la gente, sino que algunas partes del
teatro habían desaparecido. “!Qué extraño es todo esto! No es posible que
durante el pequeño momento de abstracción que he tenido se hayan llevado las
butacas de aquí. No oí nada ni vi alma alguna rondando por la sala”.

James, muy enfadado, decidió abandonar el teatro y se salió a prisa del escenario, bajó las escaleras estrechas de los seis escalones y siguió por un corredor sin
puertas a los lados, pues no había ningún camerino, la iluminación era muy mala
y cuando vio el final del corredor comprendió que había llegado al otro extremo
de la escena sin haber subido ningún escalón. Miró hacía la sala y saltó, no
supo cuánto duró la caída, pero al tocar suelo se fue derecho a las puertas de
entrada. No encontró ninguna, sólo estaba un muro descascarado y muy grueso.
Estuvo buscando mucho tiempo alguna salida, golpeó con el puño buscando un
sonido hueco o sordo, pero no tuvo éxito.

“¿Qué tipo de broma es esta? —gritó echando espuma por la boca. No escuchó ni siquiera el eco de su voz y cayó de rodillas—. ¿Cómo es posible que pueda suceder algo tan absurdo? ¿Con qué intención me han puesto en este lugar? —entre más preguntaba más sentía el peso de la soledad. De pronto, le llegó una idea a la cabeza y se preguntó a sí mismo si no estaría en el infierno —. No, no puede ser. La
concepción del infierno es completamente otra. Se supone que debe haber un
sufrimiento eterno, diablos y fantasmas. Fuego y terror, pero aquí no hay nada.
No concuerda con nada de lo que conocemos como infierno. Sartre decía que el
infierno son los demás, pero aquí no hay nadie. ¿Dónde está el Demonio? ¿Dónde
están los jueces, Dios o San Pedro? ¿Con quién tengo que hablar? Por favor, que
alguien venga a sacarme de aquí”.

Notó que nada pasaba en aquel lugar, no se oía un solo ruido, incluso los que el producía iban perdiendo fuerza, sin embargo, su voz propia era cada vez más fuerte.
Empezó a recordar con detalles muchos sucesos de su vida y se preguntó si el mismo no sería su propio infierno.

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