El camino del Tahamí

La Creación del Mundo

Por Reinaldo Albeiro Rodas Torres

(Jonathan Birdwhisle Tahamí o Taita Samnang)

Jaibaná de las Letras

“Nosotros estamos para que la gente no pierda la fe. Y con la fe se puede hacer mucho. La fe es creerse y ascender. Saber que todo está muy feo y todo puede mejorar de la nada” – Ismael Montoya a través de médium en “SORTE: La montaña de los espíritus” (Vice, 2018).

La creación de las plantas 2

Hermano Jaguar y la Serpiente Emplumada 5

Hermano Tahamí 7

La Fonda del Porcí 8

La Creación del Tahamí 12

La primera guerra 16

Cómo se forman los chiky 19

Referencias 20

Parte Primera: Madre Tierra

La creación de las plantas

Si estoy en casa y necesitas algo, pregúntame.

Si no estoy en casa y necesitas algo, pregúntale al jardín.

Madre Tahamí a su hijo.

Al principio de los tiempos, Taita Dios no estaba en el tiempo y la Madre Tierra entera no tenía forma. Ni las aguas del río Porcí, ni las del río Nechí tenían forma, sino que todas discurrían sin rumbo, sin selva, sin montes, sin animales, sin plantas y sin los tahamíes ni todos sus hermanos. En aquellos tiempos Taita Dios no tenía ganas de crear nada y todo era la nada.

Los espíritus vagaban como las aguas del río Porcí y del Nechí, sin rumbo y todos sentían una gran nostalgia, porque había mucha oscuridad y caos y no había palabras ni música, ni orfebrería, ni cerámica y nada sonreía. Entonces los espíritus estaban siempre nostálgicos y Taita Dios escuchó su clamor.

Así pasó que en cierto momento, Taita Dios dejó caer una semilla de la primera planta y esta cayó sobre las aguas​ oscuras sin rumbo. Todos los espíritus sintieron la caída de la semilla y supieron que Taita Dios la había creado. Entonces trataron de buscar un lugar para que ésta se plantara, porque había agua por todas partes. Los espíritus crearon con su aliento y con la fuerza de su nostalgia, una isla pequeña de piedras de oro en donde la semilla encontró tierra firme.

Pero no había luz y entonces clamaron a Taita Dios que prendiera una fogata que permitiera a la semilla crecer y Taita Dios escuchó el clamor y puso a Sue sobre el vacío de la inmensidad, grande y fuerte, el cual llenó de luz todo a su alrededor. Por primera vez los espíritus vieron la inmensidad de las aguas caóticas con la luz de Sue.

La luz de Sue hizo que la semilla germinara sobre la isla de piedras de oro creada por los espíritus, pero las noches eran muy oscuras y los espíritus temían que muriera con el frío intenso de las noches tenebrosas y fue así como los espíritus invocaron a Taita Dios para que pusiera una hoguera más pequeña, de luz más tenue, sobre el espacio nocturno y Taita Dios escuchó el clamor de los espíritus y puso en el espacio a Chía, en la primera noche de luna llena de este universo. De esta manera, la Madre Tierra comenzó a girar a gran velocidad y se dieron los días y se crearon los meses y con estos los años y los milenios y se creó el tiempo… eso le cuento yo a usted.

La semilla creció mucho y pronto se convirtió en un árbol y generó frutos, flores y muchas hojas. Pero de pronto la isla de oro era muy pequeña y los espíritus temían que la isla pronto sucumbiría y fuera devorada por las aguas caóticas. Taita Dios escuchó su clamor y apartó las aguas de esta manera:

Al río Aburrá le hizo su cauce por el sur del mundo. Al río Porcí le hizo su cauce en el centro del mundo. Al río Nechí le hizo su cauce hacia el norte del mundo para que sus aguas cayeran al río Nyïa y más al norte llegaran las aguas hasta el reino de Sié. Para los cauces, Taita Dios juntó inmensas rocas y montes que elevó desde el corazón de Quyca. Al elevar las rocas para crear los montes que hicieran los cauces de los ríos, hubo un gran estruendo y el furor de gata, el fuego, dejó expeller bocanadas de humo de tabaco que llama hoska y del hayo que es la planta de la coca y por eso estas plantas se convirtieron en plantas de poder, porque había salido de las entrañas de la Madre Tierra y de gata que es el Padre Fuego y de la humareda de los estruendos del surgimiento de los montes. Por eso mismo la hoska y el hayo, surgieron de las laderas de los montes, eso le cuento yo a usted. Y de los montes surgieron otros ríos que derramaron sus aguas sobre el Aburrá, Porcí y Nechí, siendo los más grandes el Nus, que derrama sus aguas sobre el otro río grande de nombre Arli, al oriente del mundo y el río Matá y muchos otros.

Taita Dios hizo grandes extensiones de tierra para que pudieran crecer muchas plantas y se creara la Madreselva, la cual sale del fondo de las aguas, de los ríos y lagunas y desde el reino de Sié que está al norte, en donde termina el mundo, con sus aguas saladas. E hizo surgir también a Aba, que es la planta del maíz. También surgieron Iomy, la papa y muchas otras plantas de raíces dulces y amargas y todas las plantas sobre la piel de la Madre Tierra. En algunos lugares Taita Dios dejó espacios para los desiertos y también inmensas cavernas que son los caminos hacia los inframundos de Tina Quyca. Eso le cuento.

También en cada región hizo surgir de las profundidades de Quyca, que es la Madre Tierra, montes que sirvieran de trono físico para los espíritus protectores de cada región. Por eso tenemos el Monte Tetoná, el Cerro Niquía y muchos otros que fueron creados como tronos para los espíritus. También puso las montañas en forma de mesetas, una al occidente del río Porcí y otra al oriente y las montañas bien pronto se llenaron de árboles, arbustos y plantas medicinales, frutales y vegetales. Sobre los terrenos Taita Dios puso muchas clases de minerales y rocas, pero también a hoska que es el tabaco y a hayo que es la coca.

Los espíritus estaban muy felices y muchos tomaron morada en los terrenos y disfrutaron de la luz, del orden de las aguas y de la selva. Muchos espíritus fueron a habitar los mundos subterráneos a los que llamaban Tina Quyca. Otros se quedaron en las selvas, sobre Quyca, el mundo. Otros sobre las alturas, en los mundos llamados Guat Quyca. Pero los espíritus más puros, estaban aún más altos que Guat Quyca, sobre los mundos superiores y eran diferentes del resto de los espíritus de abajo, de los Jaí. En cuanto al sitio de Taita Dios, nadie lo sabe, porque Taita Dios lo creó todo, eso le cuento.

En cuanto a las plantas, estas crecieron y se multiplicaron en billones de especies. Estaban las plantas más diminutas y las que habitaban las cavernas para hacer respirar las entrañas de la montaña. Las plantas acuáticas eran incontables. Los arbustos, los árboles gigantes y las plantas aéreas formaron el follaje de las selvas que cubrían todo el cañón del Porcí y las mesetas de las montañas orientales y occidentales. Las plantas se organizaron en dos grupos: plantas medicinales y plantas de conocimiento. Todas las plantas estaban felices de haber sido creadas y de tener cada una su forma, aroma y misión.

Y las plantas vieron cómo pasaba la sucesión de los días, los años, los siglos y los milenios. Poco a poco descubrieron que producían flores que nadie visitaba, frutos que nadie consumía, medicina que nadie necesitaba. Las plantas comenzaron a sentirse solas y Taita Dios escuchó su clamor.

Hermano Jaguar y la Serpiente Emplumada

El jaguar habita en el corazón de la manigua.

No es ni bueno, ni es malo, porque es un cazador

Y quien se encuentra con un cazador tiene que tener suerte

de no parecer una presa.

Taita Tahamí


Una mañana Taita Dios puso un cachorro de jaguar entre la selva, cerca de la vera oriental del río Porcí y le dijo a las plantas y a los espíritus que cuidaran del cachorro de jaguar que se llama Komba, porque él sería el rey de la selva. También puso una serpiente alada para que cuidara del jaguar. Esta serpiente se llamaba Myso Bachue y era muy sabia y sabía cuidar del jaguar muy bien, porque sabía las plantas que podían alimentar al jaguar, especialmente de diferentes tipos de maíz y papa y las plantas que suministraban la medicina. Myso Bachue podía volar y nadar, entonces podía estar dentro del agua, dentro de la tierra y en el aire, siendo muy poderosa. Las plantas y los espíritus estaban muy ilusionados, porque por primera vez veían a animales. Komba era además muy hermoso: El color de su piel era amarrillo con puntos negros, sus ojos grandes y resplandecientes como Sue y además podía ver bajo la luz de Sue y bajo la luz de Chía. Komba quería mucho a las plantas, a Myso Bachue y a los espíritus de la Madreselva. Así fue como me lo contaron los abuelos y como se lo contaron a ellos los mayores.

Los espíritus lo llamaban Komba, Sue de la Noche, y el cachorro del jaguar crecía entre la selva y los ríos y los montes. Pero cuando se hizo grande y ágil, descubrió que era un cazador.

Una noche Kambo miraba el esplendor de Chía y suspiró lleno de nostalgia. Entonces Myso Bachue le preguntó por su aflicción. El jaguar le confesó que sentía en sí una gran energía de correr tras las sombras que se ocultaban entre los árboles, de atraparlos entre sus garras, pero eran tan solo sombras. Fue entonces cuando Myso Bachue le dijo esto:

“Esa ansiedad que sientes y esa gran fuerza que te quiere salir, querido Kambo, no es otra cosa que el llamado de tu misión. Eres un cazador”.

Kambo escuchó a la serpiente atónito, pero no podía entender sus palabras que se expresaban en silbidos en medio de la noche de la Madreselva.

¿Cómo podía ser un cazador sin nada qué cazar? Entonces Taita Dios escuchó su clamor.

Una noche, Komba vio a un taparo y no comprendió de dónde había venido. Los espíritus le dijeron que era un regalo de Taita Dios y que la selva estaba llena de miles de taparos y de millones de animales de muchas familias, cada uno con su espíritu tutelar. Komba comenzó a distinguir a los diferentes animales y descubrió que unos vivían dentro del agua, otros entre el agua y la tierra, otros en la tierra y dentro de la tierra y el resto entre la tierra y el aire. Komba estaba feliz porque ahora era un cazador y protector de la selva. Myso Bachue le dijo a Komba: Sigue el llamado de tu corazón a cazar, pero no te dejes llevar por la gula y la crueldad. Si matas a todos los animales, morirás y no te podrás reproducir. Komba respondió, así lo haré. Eso le cuento.

Komba salía siempre a conocer a los animales y muchos lo maravillaron. También descubrió que podía comunicarse con muchos. Uno que lo maravilló mucho fue Kuntor, porque volaba sobre los montes a gran altura y era inmenso. Myso Bauche le dijo que Kuntor era el rey de las nubes y que debía siempre respetarlo y rendirle honores si se aventuraba a subir los páramos. Myso Bauche le mostró también a Kaimán, el cual reina en las aguas de los ríos. Y así, en cada lugar, Komba conoció diferentes animales puestos por Taita Dios. “Cuando entres a un territorio, debes pedir permiso a los espíritus, a las plantas y a los animales que reinan en ese territorio”, le enseñó Myso Bauche a Komba, así como le digo.

Las plantas estaban felices porque después de millones de años, por fin podían ser útiles a otros seres sobre el mundo, al que llamaban Quyca. Ellas moldearon a todos los insectos y cuidaron de los pájaros y de los réptiles y de todo ser que no podía ser visto a simple vista. Pasaron los años, los milenios y millones de años y las plantas vieron a los descendientes de Komba y a otros cazadores de muchas familias y a muchos animales pequeños y gigantes que surgían del corazón de Quyca, pero ninguno hacía sacrificios en honor de Taita Dios y las plantas sintieron nostalgia. Entonces Taita Dios escuchó su clamor.

Hermano Tahamí

Los Mayores no saben el día exacto en que surgieron.

Sólo saben que Taita Dios los creó de la manigua,

De los cuatro vientos, del soplo del fuego,

Del rugido del agua sobre las rocas,

Del furor del rayo y del maíz…

De todo eso surgieron los Mayores.

Taita Tahamí.


La historia del hermano Tahamí comienza aquí. Los sucesos anteriores a la creación del hermano Tahamí son infinitos. Para relatar todo lo que sucedió con los Jaí, los espíritus puros, las plantas, Komba, Kundor, Caimán, Myso Bauche y todos los animales, se necesitan muchos rollos y millones de años para contarlo.

Toda la historia anterior a la creación del hermano Tahamí permanece en la memoria de Quyca, de Guat Quyca, de Tyna Quyca y de los mundos altísimos para ser consultados cuando emprendemos los caminos del Fuî (cazador), del Tyba (orfebre), del Pkwa (tejedor), del Chiegó (agricultor), del Wehezhá (guerrero), del Chyky (sacerdote), del Psihipkwá (cacique) y del Jaibaná (domador de espíritus).

La historia del hermano Tahamí y de todos sus hermanos sin número conocido, tienen que ver con los siete caminos descritos: Fuî, Tyba, Pkwa, Chiegó, Wehezhá, Cheeky, Psihipkwá y Jaibaná. Cuando alguno escoge uno de estos caminos, puede consultar la historia antigua anterior a la creación del hermano Tahamí y después de este. Quienes conservan esa historia son las plantas, que son más antiguas y todos los espíritus que son aún más antiguos, pero nadie es más antiguo que Taita Dios, quien lo sabe todo y vive más allá de los mundos y del tiempo.

La Fonda del Porcí

Mi señora rosario muy buenas noches

ábrame usted su tienda solo un momento

Porque vengo cansado desde muy lejos

Y traigo el alma enferma de sufrimientos.

No la demoro mucho doña rosario

Mientras me bebo apenas un aguardiente

Y me fumo un tabaco de esos baratos

Y le cuento un poquito sobre mi suerte.

Muchas gracias señora por darme albergue

Y dejar que le cuente mi triste historia

Pero deme otro trago doña rosario

Pero deme otro trago doña rosario

Que el primer aguardiente me supo a gloria.

Desde entonces señora voy por el mundo

Bendiciendo a los seres que no han querido

Porque aquellos no saben cómo es la vida

Cuando se lleva plena de odio y olvido

Ya le conté mi historia y sigo mi marcha

Pero deme otro trago y con él la cuenta

Porque he de volver pronto doña rosario

Y quiero que usted siempre me abra su puerta.

Pasillo de José Alejandro Morales


Mamita ¿cómo creó Taita Dios al hermano Tahamí? Le pregunté a mi abuela.

Ya está bien por esta noche, mijo. Ahora a dormir, mañana a levantarnos temprano que es día de fiesta y pasan muchos pasajeros por la Fonda.

Esa noche soñé con las plantas y los espíritus e imaginé mil maneras en las cuales Taita Dios había creado a nuestros ancestros o, a modo universal, a toda la humanidad. Teníamos el relato de la Biblia y allí parecía todo simple. Taita Dios había tomado arcilla y había moldeado al primer hombre al que había llamado Adán. Pero fascinaba el saber cómo nuestros ancestros tahamíes y otros pueblos de nuestro continente, habían recibido la inspiración de antiguo. Como decía mi abuela, los recuerdos antiguos estaban en las plantas y en los jaí.

Como siempre, mamita nos dejaba en ascuas, a la espera de la siguiente noche. Era nuestra Biblia oral, de la cual aprendíamos las historias de los mayores que nos susurraban a través de su boca.

La Fonda de las Partidas de Porce era un lugar simple, una tienda en el camino que quedaba en donde la carretera polvorienta se dividía hacia dos regiones del Nordeste Antioqueño: Hacia Puerto Berrío y hacia Amalfi. Pasaban entonces centenares de buses de escalera, camiones y carros y muchos se detenían en la Fonda a recoger o dejar pasajeros. La Fonda de mi abuela era como una estación rural. Construida con palos de madera muy viejos, sobre cuatro zancos, como todas las malocas antiguas de los tahamíes, con un espacio por debajo de la casa que representa la piel de la Madre Tierra y debajo de ella el mundo de Tina Quyca, los mundos subterráneos, en donde habitan los jaí de abajo. Pero todo el rancho no era tan alto y el espacio inferior no tenía un metro de altura, por lo que era el refugio perfecto de las gallinas, culebras, ratones y demás seres de estatura menor. El piso era en tablas viejas que rechinaban al caminar y con hoyos que dejaban ver los mundos inferiores durante el día. Tenía el rancho cuatro estancias: La primera era la fonda dicha, con una barra de la misma madera vieja en donde estaba mi mamita como la tendera, unos butacos para los clientes. Detrás de la barra había una amalgama de cosas de venta, licores, cigarrillos, chucherías, parva, papeles, tornillos, cajas y mil cosas para la venta. Un cuadro del Corazón de Jesús que vivía empolvado, otro cuadro de la Virgen del Carmén que sacaba ánimas en pena con la camándula, la herradura en lo más alto, una penca sábila muy grande y hermosa que vivía del aire y frascos con cosas adentro, ya sea partes de animales, partes de plantas, aguas medicinales que mi mamita vendía a transeúntes enfermos, rezos guardados para la ocasión y reliquias traídas de lugares lejanos que muchos clientes le habían regalado en señal de agradecimientos.

Detrás de la barra había una pieza en donde cabía una cama. Al lado izquierdo de la barra hay otra pieza en donde dormía mi mamita. Esta era algo más grande, con un catre inmenso que le habían traído de Medellín en un camión. Entrar a la pieza de mamita era entrar a un santuario. La pieza tenía una ventana pequeña que daba a la carretera. El catre estaba siempre tendido con mantos coloridos de algodón, tejidos en el Caney por mujeres amigas. Había una lámpara en forma de flor al lado del catre y otra mesita con algunos cuadernos ajados en donde mamita escribía sus recetas y una calavera de madera que ella decía se encontró flotando en el río Porcí. La calavera era pequeña y cabía en la palma de la mano, hecha de manera perfecta, con sus dos cavidades oculares bien pulidas, las fosas nasales, el cráneo y los dientes de madera. También había un muñeco que imitaba a un ternerito diminuto que también cabía en la palma de la mano. Era como el feto de un ternero, de piel de vaca con dos cristales en la cuenca de los ojos. No era seguro si eran los restos de un animal verdadero, pero mamita decía que era el nacimiento deforme de un ternero de verdad.

También estaban las fotos de sus padres con aspecto muy joven y ropas que parecían de gitana, aunque ya ella no los utilizaba. No estaba la foto de mi papito, quien murió el mismo año en que nací.

Detrás del rancho estaba la cocina de leña, la cual funcionaba de sol a sol, con fritangas eternas para atender a los centenares de transeúntes que pasaban por aquel lugar de Dios. Mi mamita trabajaba sin descansar, con todos sus hijos, para mantener la Fonda del Porcí como un estadero seguro y amable.

Conocía así a mucha gente y ella era también el correo oral en donde se dejaban encomiendas y razones. La línea de las 5 de la mañana que iba para Maceo, la de las 8 para Yolombó, la de las 10 para Amalfi, el tren de Cisneros, los arrieros con ganado pa Medellín…

Mi mamita Rosario nunca sabría que su rancho de palos, tejar de paja y lleno del polvo de la carretera que le taparía los pulmones y la mandaría al Guat Quykat a tan sólo 53 años de edad, estaba construido sobre una guaca de los ancestros tahamí que sería descubierta muchos años después de su muerte. Pero ya su intuición ancestral se lo decía:

“Cada noche de Luna llena, cuando Chía está en la plenitud del firmamento, una luz cruza todo el patio del rancho y se pierde detrás de la colina”, contaba cada vez que tocábamos el tema. Al describir la luz, se ponía solemne y sus ojos parecían ver la luz – es más, parecía que los destellos de luz se reflejaban en sus ojos negros, de pestañas largas – y sus manos hacian el gesto de fijar un punto y volar. Nosotros seguíamos como hipnotizados el dicho punto, que volaba en su imaginación, del patio del rancho hacia las colinas de atrás y se hundía de nuevo en el corazón de la Madre Tierra.

“Eso es que hay un entierro aquí”, terminaba de manera cortante y daba por concluido el debate. “Mamita ¿por qué no cavamos para buscar el entierro?” Le preguntábamos. “Ah, mucho qué hacer, además pueden tumbar el rancho si cavan huecos”, respondía. Y tenía razón: Para sacar la guaca, tuvieron que tumbar el rancho, con su barra, su pieza sagrada y las historias que se llevó a la tumba.

Muchos años después, cuando mamita ya estaba en el seno de Guat Quykat, un hombre montado en una aplanadora volvió añicos el rancho de la Gran Mama. Lo pulverizó con todas sus tablas viejas, tablas de antiguas canoas. Entró a la pieza sagrada con su catre inmenso y su ventanita de calle y la regresó al piso ancestral para que ya no volvieran a pasarle los carros al lado, sino que cruzaran por encima de los recuerdos, en donde ya no verían más la fonda caminera ni supieran de los cuentos nocturnos de la Gran Mama, ni tomaran sus remedios sacados de la Madreselva.

Fue entonces que en el frenesí de la aplanación de la aplanadora, la máquina se estrelló contra algo que tiró a un hombre rudo y silencioso por tierra. Pensó que eran piedras y volvió a meter su máquina, pero esta se hundió en el inframundo y el hombre vio los restos de los Mayores en el fondo. Era el entierro profetizado por mamita, el entierro que para sacarlo había que tumbar su rancho de palos. El hombre, que nadie conocía en las laderas del Porcí, se enloqueció de ambición. Se bajó de su aplanadora y rompió las cerámicas de los Mayores sin remordimiento, para buscar el anhelado oro. A las momias de los Mayores las tiró al lado, sin ningún asomo de reverencia y se llenó las mochilas de oro y cosas que pensó podían ser de algún valor. Entonces comenzó a correr como gacela por entre los montes, a gran velocidad, lejos del lugar, para dejar atrás a su aplanadora y a las tumbas profanadas.

La Creación del Tahamí

Los Progenitores del Cielo siguieron insistiendo y cuando faltaba poco para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran, decidieron crear al hombre de maíz, de tal forma que el maíz blanco y el amarillo penetraron en la carne de los hombres, infundiéndoles vida y fortaleza, descubriendo entonces una tierra llena de deleites y abundantes alimentos.

Relatos del Popol Vuh

La creación del hermano Tahamí, fue así.

Las plantas tenían nostalgia porque entre todos los animales, ninguno era capaz de adorar a Taita Dios. Además vieron cómo los descendientes de Komba habían olvidado la promesa de su abuelo y se habían vuelto muy crueles con los demás animales. Muchos otros cazadores mataban más animales de los que les estaba permitido. Las plantas pensaron que se necesitaba de un ser que trajera el balance a la Selva. Entonces Taita Dios escuchó su clamor.

Millones de años después de la creación de Komba, el pequeño jaguar, y de Myso Bauche y de Kaiman y de Konder y todos los demás animales, Taita Dios tomó tierra para construir al Tahamí. Se cuidó de incluir en el trozo de tierra los cuatro elementos principales y, en cada elemento, sus componentes básicos. Hizo muchos moldes y los puso a la sombra de los árboles más altos. Pero estos seres, apenas exhalaban aire, se desmoronaban en su propia debilidad. Muchos otros se convirtieron en myscos que huyeron a la manigua dando alaridos y colgándose de los árboles. De tantas pruebas, salieron muchas clases de myscos, que eran inteligentes y ágiles, pero no podían adorar a Taita Dios como querían las plantas.

Taita Dios continúo en la perfección de su obra y pronto, después de muchos ensayos, dio con una figura parecida a los Tahamíes de hoy en día. Le preguntó Taita Dios al primer Tahamí si podía hablar y este le respondió: “Taita, claro que puedo hablar, porque me has dado ese don”. Por esta razón, Taita Dios se sintió muy satisfecho de su obra, porque los Tahamíes y todos sus hermanos sobre Quyca pueden hablar y no aullan como Mysco.

Taita Dios creó la primera pareja de Tahamíes y les dijo: “Vustedes son los primeros en esta región, pero vienen de muy lejos, de otra parte y tienen muchos hermanos. Cada que vean a gente como vustedes, recuerden que ellos son sus hermanos, incluso si ellos les hacen la guerra, ellos son sus hermanos”.

Los primeros Tahamíes vivían entre los dos grandes ríos, el Arli al oriente y el Porcí al occidente. Por eso sus nombres eran como los ríos, Arli era la primera Madre, la Madre de todos los tahamíes y Porcí, el primer Padre. Así que Taita Dios creó a Arlí la Madre y a Nechí el primer Padre, creó a otras parejas en otras regiones de la Madre Tierra, como el catío, el nutabe, el cenú, el maya, el muysca, los darienes, los urabaibes, los finezenúes, los panzenúes, los patangoros, los pipintac, los caramantas, los quindios, los quimbayos, los chancos, los cunas, los chocóes, los jaidukamas, los chamíes, los ingas y muchas otras parejas dispersas por toda la Madre Tierra, al lado de los ríos y sobre los montes.

Una noche Taita Dios puso una maloca inmensa sobre la vera del río Nechí y mandó a Konder para que llamara a todas las parejas del mundo para reunirse en la Maloka de Taita Dios.

Taita Dios les dijo a las parejas de los Mayores de todos los pueblos que eran guias cùhubasa, nyquy, paba, uecha y que debían respetarse unos a otros. Que podían ocupar las entrañas de la Madre Tierra y buscar el conocimiento antiguo en las plantas y entre los jai, pero que debían aprender las maneras para adquirir el conocimiento. Si hacían todo correcto, siempre vendrían a la Tierra los espíritus superiores para enseñarles la sastrería, la carpintería, la agricultura, la medicina, la meditación, el buen gobierno y demás cosas para poder adorar a Taita Dios.

La noche en que Taita Dios invitó a los primeros Mayores de cada pueblo a su Maloka, se organizó la primera fiesta sobre la Madre Tierra y Taita Dios ofreció la chicha, la mazorca, fumó tabaco, mambió coca, sopló la zampoña y tejió las coronas de plumas para que los pueblos conocieran las tradiciones primeras de la humanidad. Taita Dios fue quien enseñó para qué servían las plantas y los animales y cómo hacer tintes y diseños en el tejido y cómo entonar los cantos sagrados para purificar las malocas.

Cada pareja se presentaba ante todos alrededor del Fuego Divino creado por Taita Dios, para que fuera conocido por los demás como su hermano de nacimiento. También esa noche cada pareja aprendió el lenguaje para comunicarse entre sí y para comunicarse con las plantas. “Todos ustedes hablarán diferentes lenguas y tendrán la capacidad de aprender la lengua de los otros, pero aquellos que quieran aprender el lenguaje de las plantas, tendrán que estudiar mucho más y quienes quieran hablar con los jai, tendrán que purificarse totalmente”.

Todos los pueblos agradecieron a Taita Dios por los regalos recibidos y todos se abrazaron como zuecha. A la mañana siguiente, cuando Chía se ocultó y Sue salió en el horizonte, los pueblos se despidieron y fueron a diferentes regiones del vientre de la Madre Tierra. La Maloka de Taita Dios quedó solitaria en medio de la Madreselva, a la espera de la próxima asamblea de los pueblos con Taia Dios. El lugar de la Gran Maloka de Taita Dios permanece un misterio y nadie puede llegar hasta ella, hasta que llegue el momento oportuno para ello, cuando toda la humanidad puede llegar a la paz completa y todos se vean de nuevo como zuecha, como hermanos de nacimiento, sin importar la lengua o las tradiciones.

Parte Segunda: Padre Fuego

La primera guerra

La primera guerra del año se dio así. De nuevo salieron los Marín a poner problema en los partidos de fútbol, después de las clases, en la cancha de la escuela. Ellos ponen el balón, pero también las condiciones y cuando todo el partido está en su efervescencia, les da por irse.

No les vale razones. Dicen que la cucha los espera y que si no llegan antes de las cinco, los zumba a rejo.

Los Herrera son los más belicosos. No dicen mucho, pero se arreglan pa esperarlos en el camino y hacerles emboscadas. Y se arma la de Arma. Los parceros de los Marín corren a defenderlos y los parceros de los Herrera también. La vereda entera se queda chiquita con tanta piedra va y piedra viene. Hasta que salen las cuchas y los cuchos con rejos para imponer el orden en toda su prole.

“¿Y vusté también se puso a peliar, mijo?” me preguntó mi mamita Rosario. “No, mamita. Yo me puse a noveleriar con mi hermano. Nos sentamos sobre una piedra en el alto y éramos ahí viendo a todos esos manes boliar piedra de lo lindo, mientras comíamos guayabas”.

Ah bueno… así fue la primera guerra del mundo – comenzó a parlar mamita, mientras se sentaba sobre el butaco en el corredor de la fonda. Noche silenciosa al lado de la carretera polvorienta de las Partidas de Porce.

Hace mucho tiempo, cuando el Tahamí era todavía un recién llegado a la Madreselva, llegó un forastero. Era un hombre grande, fuerte y con vestidos nunca antes vistos. Se entró por los maizales y comenzó a comerse las mazorcas sin pedir permiso. “Oiga ¿Y vusté quién es que entra al maizal ajeno sin avisar pues?” le preguntó la abuela Arlí, madre primera de todos los tahamíes que hay. “Soy el nutabe y este terreno es mío, así que hago lo que e me antoje, doña”, contestó el insolente e indolente. La abuela se llenó de rabia y fue a la aldea a buscar a los hombres y les dijo lo del nutabe y lo que él le había respondido.

La abuela les dijo así: Que había llegado un forastero y se metió al maizal y que no pidió permiso ni nada y que se jartó de maíz como quiso. A mi me dio una rabia, dijo la abuela, porque pa ella metese a sembradío ajeno no era y además que el man no era ni siquiera tahamí por la vestimenta que llevaba y las pinturas en la cara y el olor que expedía el intruso y que además le contestó muy mal y después se fue por el camino al occidente, eso les digo yo y que quedo muy brava ¿oyen?

Los hombres tahamíes se nojaron mucho y le preguntaron por más señas del intruso, qué por dónde se había ido, que si hablaba algo comprensible, que si tenía cuchillo y flechas, que si parlaba tahamí o si era un extranjero, pero la abuela solo sabía una que otra seña que no daba mucha información.

Los hombres dijeron que al día siguiente se daban una vuelta por los maizales haber si lo atisbaban y le enseñaban modales.

Cada uno le contó la historia a sus esposas, lo que el nutabe había hecho y lo que le respondió a la abuela Arlí. Cada uno dijo algo, como que un forastero se entró muy grosero al maizal y que la abuela Arlí lo vio y que el man le dijo que se iba a comer lo que se le viniera en gana y que ella era una vieja muy fea y no lo iba a detener. A todos les dio mucha indignación lo del nutabe y cómo había tratado a la abuela.

Las mujeres tahamíes se reunieron en torno al fuego de la maloca y comentaron cómo el hombre nutabe había ofendido a la abuela Arlí y cómo le había arrebatado el maíz de sus manos y se lo había comido en frente de ella y la había irrespetado mucho con palabras muy feas y nunca antes oída en las tierras del Porcí o del Nechí. Muchas de ellas decían que el hombre era un tipo alto, fuerte y que tenía muchas flechas y cuchillos y que incluso había amenazado a la abuela Arlí con un cuchillo y que iba a volver por más maíz pa seguirse jartando hasta que no diera más a costa de los tahamíes del cañón y montañas aledañas.

Los tahamíes le enviaron razón a los otros clanes, detrás de la montaña, en las islas del río Porcí y del Nechí y la gente de las cavernas del jaguar de cómo los nutabes habían entrado al maizal y habían atacado a la abuela Arlí, la habían ofendido y le habían robado el maíz y habían dicho que después venían por más.

Los tahamíes que viven detrás de la montaña del Tetoná se enfurecieron mucho, porque oyeron que varios nutabes habían atacado uno de los clanes y se habían robado el maíz y habían ofendido a varias mujeres, entre ellas a la abuela Arlí y habían hecho amenazadas muy bravas de oír.

Los tahamíes de las islas del río Porcí se nojaron mucho porque les dijeron que todo un clan nutabe que vienen de las montañas del occidente, se habían entrado, le habían prendido fuego al maizal y habían ofendido a varias mujeres y les habían dicho que tenían que irse del lugar.

Los tahamíes de la caverna del jaguar entraron en cólera porque oyeron cómo los nutabes habían amenazado con invadir los territorios y expulsar a todo el pueblo, para quedarse con todos los maizales y todas las mujeres, incluída a la abuela Arlí para esclavizarla y hacerla enseñarles todos sus conocimientos, que muchos tenía por ser la madre primera de todos los tahamíes.

Cinco soles después, los clanes cercanos al Porcí se reunieron para discutir el asunto. Nadie le preguntó a la abuela Arlí sobre el evento, porque todos estaban seguros de lo que había sucedido: La gran afronta de los nutabe, por la cual tenían que pagar y había que enseñarles la furia de los tahamíes cuando se sentían ofendidos.

Entonces se levantó Aguasisí, el gran guerrero y dijo estas palabras a todos los hombres y mujeres de los tahamíes allí reunidos:

“Hermanos, todos supimos de la gran afrenta de los nutabes en contra de nuestras tierras y de cómo se han entrado a robar nuestro maíz que tanto hemos cultivado y además han ofendido a nuestra Madre Arlí mucho. Nosotros hemos nacido pacíficos, pero no podemos aceptar que nos roben y nos ofendan tanto. Vamos a enseñarle a los nutabes quiénes somos”.

Ante tales palabras, muchos guerreros gritaron con júbilo. Encendieron el fuego esa noche y bebieron la chicha todos los guerreros más fuertes y valientes. Todos danzaron en torno al fuego para pedir que el Jai de la guerra los acompañara en el ataque sorpresa al clan vecino de los nutabe en las montañas del occidente.

“Mamita ¿y nadie les dijo la verdad?” le pregunté. “Muchos, pero cuando se enciende el fuego de la guerra es difícil hacerse oír. La guerra es un licor que solo termina su efecto cuando ve la sangre humana correr. La guerra es un ácido que cuando se lanza, quema la piel del que lo lanza y del que lo recibe. La guerra es una locura en grupo. Los líderes se convierten en Jais, la mente clara del guerrero se ciega y comienzan a dar alaridos, aúllan como los lobos, se lanzan con la fuerza del oso, sin mirar a quien atacan”.

“¿Y qué pasó?”

Los clanes tahamíes fueron a atacar a los nutabe e hicieron estragos en sus campos y en sus territorios. Entonces los nutabes se prepararon para atacar a su vez a los tahamíes y después estos atacaron de nuevo a los nutabe. Esa fue la primera guerra de los tahamíes contra sus hermanos los nutabe, que olvidaron las enseñanzas de Taita Dios en la Maloca Sagrada de la manigua escondida. Un día los dos pueblos se cansaron de tantas batallas y se reunieron y le preguntaron a la abuela Arlí cómo había sido el asunto. Ella dijo que no recordaba nada y que seguramente al hombre que vió era al mohán, el cual entra a los sembradíos a sembrar discordias o el gritón o el patetarro, todos ellos Jaí muy conocidos.

Al oír a la abuela decir que seguro había sido un Jaí, un gran terror cayó sobre ellos. Había que hacer una ceremonia de purificación y mambiar el tabaco en señal de paz. Todos pidieron perdón a Taita Dios por los actos de guerra y Taita Dios escuchó su clamor.

Para recordarle a los Tahamí y a los Nutabe las enseñanzas de Taita Dios en la Maloca Sagrada, creó el clan de los chiky, los cuales estudian la sabiduría sagrada y la enseñan a los tahamíes y hacen las ceremonias para la purificación. Los chiky son los que trabajan para evitar las guerras entre los Tahamí y entre los nutabe y entre todos.

Referencias

Vice (2018). Sorte, la montaña de los espíritus. 21 de marzo de 2018. Enlace rescatado el 11 de noviembre de 2021 de

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