Curso frustrado de eneagramas

Curso frustrado de eneagramas

Me habían dicho que la encontraría sentada
junto al mar con la cabeza vuelta hacia el Norte y la mirada fija en el
horizonte, que parecería meditabunda o dormida en alegre letargo filosófico. La
hallé, sí, era como la habían descrito. Me interné en ella por sus vías
sanguíneas, sentí el vibrar de los motores, el ruido de los cláxones, el humo
de los coches y los taxis amarillos con su cuadrícula cocodriliana, vi a los
transeúntes cambiando continuamente de lugar como hormigas apuradas, pero sin
estrés. Me metí por una de las calles que encontré y, jugando a la rayuela, con
los encuentros del azar me dejé llevar por el torrente. Fui puliendo las aceras
con las desgastadas suelas de mis zapatos. Encontré su corazón, era rosado y no
rojo como me lo había imaginado.

¿Cuántos amores no habrán llorado por esta
ciudad que le cantó sus himnos a Evita? Oigo resonar un acordeón que trova con
amor y respeto desde Santa Clara a un héroe, le recita, pero es tan original el
tango, que sabe a tabaco y ron, ¡Qué grande fuiste, Che!!Qué grande!

Desde donde me encuentro veo el obelisco
de la fundación de esta hermosa ciudad que nació, murió y resucitó con sus dos
fundaciones. Me meto a una taberna para alimentarme de este cuerpo costeño con
el cariz de vino tinto y el acordeón.

“No
hay mariscos, joven, solo carnes asadas y buen vino para acompañar”. Pues me
trae la especialidad de la casa para empezar. El delicioso quebracho de cosecha
reciente me cosquillea el paladar, la carne tiene sabor de pampa, de planicie
ruda de pastizales, termino la porción y salgo a vagabundear por sus arterias.

Al cabo de media hora de andar, me he
llenado de una sensación rara que ha sido provocada por la distribución de las
edificaciones. Muy extraño, ¿no es así?
“Me digo a mí mismo”, sí que lo es, ¿será este el espíritu de la
ciudad? “Pues yo diría que sí”, me dice
una voz paramera.

Entonces, adivino esos palacios franceses
enormes con buhardillas lejanas casi inadmisibles, luego veo esas construcciones
angulares de los albañiles napolitanos, los edificios experimentales que
llenaron el currículo de los jóvenes arquitectos romanos y, por último, los
cimientos de balcones no realizados. Aparecen rascacielos modernos americanos y
hasta un barrio con el nombre de Palermo Hollywood.

Ya la he sentido y apreciado, ya me siento
más integrado. “Es la hora de un buen mate, pero no de ajedrez” Me dicen desde
mi interior los susurros del aíre. Sí, vashamos, le digo con ese sonido
palatal, dentón y silbante de los porteños. De pronto, veo un anuncio:

“Curso
de eneagramas, descubra su personalidad”

“¿Tú sabes qué es eso de los eneagramas?”
Alguien me pregunta desde la nada. La verdad, no lo sé, pero algo me dice que
estará relacionado con la numerología o las matemáticas. “¿Por qué no vas y lo
descubres por ti mismo?” Pues, sí, tienes razón sólo que no me queda muy claro
eso que dice de descubra su personalidad porque en cuanto a las matemáticas,
soy un boludo, como vos decís.

”Mirá la dirección, está a un lado del
Cabildo (Montserrat s/n), no está muy lejos”. Bueno, ¿a qué hora empieza? “A las seis de la tarde”. Tenemos tiempo de
sobra, vayámonos a la Plaza de Mayo a pasear, que el Cabildo está ahí mismo.

“¿Qué pensás vos, nos sentamos en ese
banco?” Sí, de acuerdo. ¡Qué bonita plaza es esta! ¿Ese es el monumento de la
independencia? “Sí, eso fue hace mucho, fue en 1810”. Mira qué casualidad, la
independencia de México fue el mismo año, pero el 16 de septiembre. “¿Escuchás
la música?” No puedo contestar, una melodía me arrolla, es un coqueteo
descarado de viento arrugado, el cual se empecina en enamorarme y entre el
fuelle de aliento airoso y el teclado del acordeón me siento bailar en vilo, flotando.
Percibo la frase ascendente que parece impulsarme hacía las alturas donde se
divisa el mar. La voz musical me dice:

La
brisa de la libertad está aquí, deja de mover tus dedos rápidos mientras las
notas contundentes y escalonadas te hacen sentir el baile de la libertad. Y el
tango, suave, ascendente, vertiginoso por momentos, y en otros rasposo, te deja
vencido y vibrante por los golpeteos del bajo que azota tus cuerdas. El
acordeón solo te dice, mirá, así, dejate llevar, solo dejate llevar y ya verás
la libertad, solo dejate llevar a la mar de la libertad, del tango libertad.

Cuando recobro la tierra tengo ante mí a
una pareja. El hombre delgado, trajeado de negro, lleva el bigote recortado y
abraza a una mujer esplendorosa, poetiza y narradora, mágica mujer que encanta
con su voz chabacana. Su delineado y blanco cuerpo contrasta con el de él. Su
vestido entallado, blanco y con encaje lleva unos machos que le cuelgan y se
agitan. Se adhiere con fuerza al cuerpo del macho que la conduce por un laberinto.
Tiene el pelo lustroso y recogido, ella gira mientras ejecutan los traspiés
cruzados con giros, la cadena invertida y la salida con barrida espectacular.

“¿Te gusta?” Me preguntan Cásares y
Cortázar. Sí, es admirable lo que logra desatar en el baile y en el observador
la voz de Gardel en “Por una cabeza”
o la fina ejecución del maestro Williams y su orquesta. “Es de lo mejor que
tenemos por aquí, la melodía nos llega desde el teatro de Buenos Aires. ¿Lo
conoces?”

Como no lo voy a conocer si destaca por su
cuadrado cuerpo, le saca una cabeza al Bolshoi, pero no tiene el carro con
caballos. “Ni falta le hace”, me dice Adolfo. “Si me perdonan me voy a tomar un
mate y si quieren les traigo una calabacita con yerba bien sobada”. Cortázar
saca el cigarrillo y con parsimonia enciende un pitillo, me mira y dice que
está tratando de dejar el tabaco, que no es por la salud sino por las leyes, en
Francia, agrega, ya no te dejan fumar en ningún lado, es por eso que ya no
asisto a ninguna entrevista.

Oye, Julio, echo de menos a Borges. ¿Va a
venir? “Si serás boludo, no sabés que Borges siempre está, él está en cualquier
parte, nunca se va a ningún lado, no necesitás tenerlo en persona para hablar
con él, entonces puedes preguntarle qué cosa es eso de los eneagramas, es que
voy a una plática de ese tema y no sé qué relación tenga con la
personalidad.

“Mirá, si ya está aquí”, Buenas tardes
maestro, ¿Qué tal está? Él, mirándome con curiosidad me dice que muy bien, con
un poco de agobio y luego me espeta. “¿Vos sos chilango, no?” Le contesto que
sí. “¿Sabes que conozco a tus paisanos? Son buenos pibes, me encanta Octavio
Paz, es con quien mejor amistad llevo, también tengo buenas relaciones con
Alfonsito” ¿Se refiere a Reyes? ¿A Alfonso
Reyes? “Sí, por supuesto. Los otros son buenas personas como Efraín Huerta, el
más tranquilo es Carlitos Fuentes, no es poeta, pero se le da bien la prosa. Yo
nunca escribí novelas, no tenía la paciencia para contar tantas cosas, y de
haberlo hecho me habrían salido narraciones como el Ulises de James Joyce,
¿Para qué hacerle eso a los lectores? No me lo explico. Eso se hace entre los
que te entienden, entre camaradas y maestros. A veces me reúno con los ingleses
y Joyce, comentamos cosas, pero los últimos tiempos prefiero venirme a la patria,
a mi tierra querida, ¿Vos cómo te sentís en Buenos Aires?” La verdad muy bien,
estoy hipnotizado por los tangos. “Seguro que se te ha metido en lo más hondo
esa composición de Gardel, Por una cabeza,
vos estás con la melodía, ya lo veo, eso se adivina en la mirada. Para mi gusto
la letra está flojita, pero hay composición musical, eso es lo que cuenta. Si
te ponés a escuchar en las tardes la voz de la ciudad oirás un estruendo de
cazuelas golpeadas por las cucharas, son sonidos sordos, enloquecedores, pero
pasado el momento surge la otra voz, la del español lunfardo que es casi como
el albur mexicano, pero mucho más romántico.”

Se nos acerca Bioy con unas calabazas en
bandeja y al ver a Borges, se sonríe. Maestro, quería preguntarle sobre eso de
los eneagramas, sabrá que no tengo Internet y por el hábito de buscar todo en
la red ya no se me queda nada en la cabeza y, lo peor, ya no puedo memorizar
muchas cosas y menos razonarlas.

“Es el mal de la era moderna” Dice
Cortázar con cierto pesar y exhalando muy fuerte el humo de su cigarrillo. “Por
desgracia mis queridos muchachos, ese es el precio que hay que pagar por el
progreso, pero no hay de qué preocuparse, siempre es posible entrenar la mente.
Por cierto, esos cursos no son de numerología como te decía tu voz interior…”
¿Nos ha escuchado? “Por supuesto ¿Qué no te ha dicho Julito que yo estoy en
todos lados? Pues bien, esos cursos a los que piensas asistir no son de
matemáticas. Los eneagramas son una estrella de nueve casillas en la que una
persona pone los rasgos más predominantes de su personalidad. El uno, por
ejemplo, es lo que llaman el eneatipo del reformador, o sea el de esas personas
que desean hacer lo correcto y se esfuerzan por cambiar la realidad para
mejorarla. Cada eneatipo tiene su nombre y sus características. El segundo es
el del ayudador, el tercero es del triunfador, el cuarto es del romántico, el
quinto es el del investigador, el sexto es el del leal, el séptimo el del
entusiasta, el octavo el del desafiador, y el noveno el del pacificador. En los
cursos que se imparten en escuelitas improvisadas o en las empresas como un
training, tratan de que la gente defina cuáles son sus características y
aprenda a conocerse a sí misma, incluso es un método que se usa en la
psicología para tratamientos de psicoanálisis, pero no es eficiente al cien por
ciento. No te recomendaría que fueras porque luego te harás un prototipo falso
de vos”.

Jorge Luis me preguntó el día de mi nacimiento
y al escuchar los números se cayó y se quedó pensativo, sumido en una red de
ideas que lo había asaltado y luego sacó un block de notas y empezó a componer
una novena, que, en realidad, era una redondilla y una quintilla rimadas en
consonante “. “Dejalo en paz, no lo molestés, que necesita concentración para
el poema”

Me cogió
Julio por el hombro y me preguntó si me identificaba con los cronópios. Por
supuesto, le respondí, en cierto grado he sido siempre como ellos. ¿Cómo los
conociste vos, Julio, en Morel? Con una risa de nicotina y dientes manchados
responde. “No, lo de Morel se lo inventó Adolfito solo. Le gusta jugar con la
fantasía y ridiculizar la realidad, lo hace bien y tiene buen sentido del
humor.”

De pronto se oye una melodía que se
desplaza como serpiente por la Plaza de Mayo, vibra una oruga de fuelle y se oye
muy bajito la voz de Gardel. Mis tres acompañantes se sonríen entre sí y
entrecierran los ojos para disfrutar de la cadencia de la víbora de notas y la
voz bonaerense, pero no es por la satisfacción por lo que entrecierran las
cuencas de los ojos, es porque están invocando a una mujer. La más amada, la
más bella del puerto. Pero no es la Emma Zunz de Jorge Luis ni La Maga de J
Florencio, es más bien una a la que llaman La Argentina,

Por una cabeza de un noble potrillo

que justo en la raya afloja al llegar

y que al regresar parece decir:

No olvides, hermano, vos sabés, no hay que
jugar…

Por una cabeza, metejón de un día,

de aquella coqueta y risueña mujer

que al jurar sonriendo, el amor que está
mintiendo

quema en una hoguera todo mi querer.

Aparece la dama galante, imponente con sus medias
bordadas y su vestido tanguero, la abrazo y siento que mis pies se mueven
solos, patinan, su cuerpo ardiente se fricciona contra el mío. Lleva los
hombros descubiertos y unos muy finos tirantes. Su perfume es de alga marina y
sudor de rocío matinal. Lleva zapatos de taconcillo bajo. Voy al ritmo de la
música y repito los movimientos clásicos del baile. La sujeto por la cintura y
me guía hacia su rosado corazón. Le doy un medio giro y la miro de frente, ejecuta
los ochos muy adornados, hace el giro y nos quedamos en un gancho, la quebrada
nos ha dejado tensos y ardientes, sus ojos verdes marinos me enloquecen. ¿Cómo
te llamas? “Soy La Argentina”

Yo conocí a una Argentina muy guapa, pero vivía
en España, fue la pasión de Joselito, el Gallo, de Ignacio Sánchez Mejías, su
amante, de Rafael Alberti, su poeta, y fue la confidente de Lorca. Cantaba como gitana, les salmodiaba la
melodía de los cuatro muleros. Su nombre no era La Argentinita como le decían
todos, más bien se llamaba Encarnación López Julvéz, de origen cañí, era
gallega de corazón, italiana de temperamento y bonaerense de voz, poseía el
canto de las sirenas. “Yo también sé cantar, pero el mío es el canto de la
milonga. Vos serás esta noche mi bacán achunchado de licor y placer, verás cómo
nos alejamos de suburbio y dejamos la catinga”. No te entiendo nada, mi amor.
No me hables en lunfardo que me gusta tu voz, pero no entiendo las palabras.

Fue lo último que le pude decir. Me llevo por el
barrio de San Telmo, probé los más exquisitos licores y vi su espíritu
literario, la leí, la escuché. Llegamos sumidos en la ardiente hoguera de un
beso al festival de las letras. “Hasta aquí llegamos, corazón. Tus tres
amiguetes con un tal Juan Gelman han quedado para echar poesías y sorbetes.
Verás a Bolaño, Benedetti, Donoso y Vargas Llosa. ! Que te sirva de lección lo
que esta narradora te ha dado! Si estás
aquí es por ella porque desde su taller de lectura las letras y palabras por la
ciudad ha derramado, ahora todos los artistas inspirados en estos sitios cita
se han dado.

Se despidieron de mí mis amigos literatos y me
firmaron sus libros. Con lágrimas de gozo me despedí de la ciudad de Juan de
Garay. Luego, mirando hacía la mar con la cabeza vuelta hacia el Norte y la
mirada fija en el horizonte, meditabunda y semidormida en su ensueño se me fue
alejando la gran capital, alegre y cadenciosa, al ritmo de la milonga y los

gritos de los hinchas del Boca.

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