Tierra de dragones

Siegfried dejó de tocar la flauta. Algo se arrastraba dentro de la caverna. Se agachó y tomó a Northung, la espada mítica que perteneciera a Sigmund, con las dos manos por su enorme empuñadura. En la etapa nocturna Mime intento amedrentarlo hablando de la triple hilera de dientes, del hedor infernal, de las escamas aceradas y de las llamas en las fauces del dragón. A él sólo le importaba un detalle: dónde estaba el corazón de Fafner.

Sabía que tenía una sola oportunidad ante aquel engendro, pero Siegfried ignoraba lo que era el miedo. Mientras la bestia agitaba sus alas y tiraba su cuerpo hacía atrás, preparándose para exhalar su aliento mortal, el guerrero dio dos pasos al frente y se lanzó sobre el vientre desprotegido. Fafner lanzó un agudo grito antes de desplomarse a los pies de Siegfried. La hoja del arma le había atravesado limpiamente el corazón.

Hundió sus manos en la sangre espesa y se la pasó por el pecho. Por su cuello, por los brazos y los muslos. Estaba por untarse otras partes de su cuerpo cuando vio las llamas. A la derecha de la entrada de la cueva había una roca tornasolada. Sobre ella aparecieron unas lenguas de fuego. Luego, en un idioma extranjero, se dibujaron unas letras ígneas: EXCEEDED TIME LIMIT.

Siegfried se arrancó con furia el yelmo que le cubría la cabeza. Luego se sacó los guantes y los sensores de la armadura en su pecho.

—¡No es justo! —increpó al hombre sentado detrás de la consola— ¡Estaba llegando al último nivel! Ahora era invulnerable, iba por el anillo y el oro, por mí amada Brunilda y por la batalla en el Valhalla

—Lo siento Sigfrido, te quedaste sin crédito

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