“Si no me aceptas por lo que soy, correrás el riesgo que otros no te acepten por lo que eres…”Cita Inédita del autor del relato.

Una álgida mañana de invierno. Habíamos regresado a Londres con nuestro equipaje lleno de decepciones y muchos más problemas de los que teníamos cuando decidimos viajar a España. Estuve convencido que mis padres aceptarían mi relación con Ralph y que entenderían que yo, su único hijo, era homosexual. Pero terminaron echándome de casa como si fuese un delincuente y ya no querían saber ni siquiera mi nombre. Se sentían avergonzados e impotentes. ¡Mi vida era un desastre!

A pesar de los desafíos que enfrentábamos ante una sociedad discriminatoria para nosotros no existían límites – ¿Acaso era un pecado amar a alguien? – La respuesta retumbaba en mis sienes.

Diecisiete de Enero. Un día muy especial. Ralph arribaba a su décimo noveno cumpleaños y debía sorprenderle con el mejor regalo. Apenas se hicieron las 09:00 h. de la mañana de ese día, bajo una leve llovizna salí de casa, El aire fresco que respiraba y de fondo las maravillosas vistas a “The London Eye” y “The Big Ben”, por instinto natural y sin la intervención de mis razones empecé a recordar a mis padres, al punto que, un nudo se hizo en mi garganta que me impedía emitir palabra alguna. Ellos lo eran todo para mí. Pero… ¿Cómo les hacía comprender que amaba a alguien de mi mismo sexo?.

Tras la travesía de un poco más de media hora estaba de vuelta. Venía cabizbajo y con algunos absurdos pensamientos que anonadaban mi ser cuando de repente y a una considerable distancia no podía creer lo que mis ojos veía.

-¿Ralph…? -Me pregunté a mi mismo al verle besando apasionadamente otros labios que no eran los míos. En ese instante quedé inmóvil. La rabia invadió todo mi cuerpo, me sentí traicionado que intenté disfrazar mi ira cambiando de uno a mil colores, pero fue casi imposible.

En mis manos llevaba conmigo un par de bolsas, las que cogí y lancé tan fuerte que desaparecieron en la nada. Incapaz, quise huir de su vida y enterrarle en el pasado, pero merecía una explicación. Acercándome a ellos.

-¿Matthew, que haces acá? –Sorprendido reaccionó Ralph.

-Quizás lo mismo que tú -Dije en seco sin ni siquiera mirarle a los ojos.

-No es lo que estás pensando. –Descaradamente.

-Tú no tienes por qué sentir nada. ¡Lo siento yo! Por haberme enamorado de alguien que no merecía ser amado.

Herido, con el corazón a trozos una lágrima resbaló y humedeció mi entristecido rostro. Él bajó su mirada e intentó reconocer su error.

-¡Lo siento! Pero comprende que es a él. –Contuvo, tomó de las manos a aquel chico, yo jamás lo había visto en mi vida y continuó. -A quien yo amo con todas mis fuerzas. Si no te lo dije fue porque no quería herirte.

-Yo siempre fui sincero contigo. Te valoré, te respeté, te amé y veo que de nada me valió. ¿Es así como me pagas? -Le reproché.

-¿Me perdonas?

-¡Ya es demasiado tarde! Fui un auténtico imbécil. Y… -Hice una pequeña pausa- aunque me veas llorando, no significa que me sienta mal.

-¿Cómo…? ¿Entonces? -Curioso me interrumpió.

-¡Estoy Feliz! Lloro porque he comprobado que eres también muy feliz. ¡Adiós! -Nunca me había sentido tan valiente como ese día y en ese momento. Di media vuelta y desapareciendo entre la multitud me marché a un rumbo desconocido en compañía de la tristeza y el dolor.

Cayó la noche. El día se había transformado en una tormenta de desilusiones. Yo me refugié en los brazos de mi mejor amiga, de Sophie. El reloj daría las 23:00 h., faltaba solo una hora para que acabase aquel inolvidable día, cuando sonó mi teléfono. Abandoné el sofá donde reposaba y atendí la llamada.

-¡Hola! ¿Me puedes comunicar por favor con Matthew? –Agitada una mujer se interesaba por hablar conmigo.

-¡Sí! Hablas con él. ¿En qué puedo ayudarte? –Intervine con interés. En un par de minutos no escuché nada más que un profundo suspiro. Empecé a sentir un extraño presentimiento.

-Siento informarte que Ralph ha tenido un accidente. No se encuentra muy bien, a lo mejor le queden pocas horas de vida.

-¿Estás de broma? -Una presión en mi pecho me dejó sin aliento.

-Matthew, no tengo motivos para jugar con la vida de alguien y menos inventarme algo así. Soy el médico de guardia y te llamo porque he encontrado una pulsera donde figura tu nombre y número de teléfono. –Aclaró.

-¿Y en dónde está? ¿Cuál es su estado de salud?

-Por favor, apunta la dirección. Casi inestable, con mis manos temblorosas cogí un bolígrafo y un trozo de papel y, sin error alguno plasmé aquella dirección. Pedí un taxi y salí inmediatamente de la casa de Sophie, quien prefirió no acompañarme.

Llegué al hospital. Me fijé una vez más en la dirección y era exactamente el lugar. Pagué y rápidamente desembarqué del taxi. Angustiado saqué fuerzas de donde no habían y corrí sin importarme haber dejado olvidado el resto del dinero ni nada. Solo me importaba Ralph.

Justo en la sala de emergencias vi a una mujer alta, rubia y de ojos azules que vestía una impecable bata blanca. Teniendo a seis personas por delante, no tuve otra opción que obviarlos y colarme; justo en frente de ella con incontrolable curiosidad vi en sus archivos de los pacientes recién ingresados su nombre en una resaltante tinta roja. ¿Habré llegado tarde?.

-Dra. Me urge saber sobre el estado de salud de Ralph Allan. ¿Corre algún peligro? ¿Cómo está él Dra.? -Desesperado pregunté.

-¿Cuál es su parentesco con el paciente? -Sarcásticamente me interrogó.

Aguardé. Como por arte de magia apareció a su vez un atractivo joven, dijo llamarse Christian, quien trasladó mi memoria a horas atrás y era justamente el mismo con quien lo descubrí besándose, también se interesó por Ralph. Me pensé muchísimo en responder que yo era su expareja. Tanto que, al formularle la misma pregunta a aquel desconocido y responder que era su pareja, los celos se apoderaron de mí que no tuve otra opción que hacerle sentir lo mismo.

-Dra. Soy su expareja. –Rehusé.

La mujer asombrada sonrió. Nos pidió esperar alrededor de diez minutos que se hicieron eternos. Abandoné el sitio e intenté controlar mis emociones. Allí permaneció Christian, avergonzado no fue capaz de dirigirme la palabra. Yo, yacía sobre el sucio suelo de aquel largo pasillo con múltiples puertas desde donde salían médicos y enfermeras con agotadas miradas, fui el centro de atención de los que por ahí circulaban. Al otro lado, en la concurrida sala de espera los nervios se apoderaban de aquel gran obstáculo en mi relación, a quien yo deseaba no ver.

Me coloqué de pie apenas vi llegar a la madre de Ralph. Lucía conmovida y sin ánimos, esperé a qué estuviera a poca distancia y sin esperarlo un impulso hizo que la abrazara, aún no aceptaba nuestra relación. Noté su rechazo.

-¿Habrá algún familiar de Ralph Allan? -Acercándose a nosotros dijo un hombre de baja estatura y piel morena.

Los tres en coro afirmamos tener un vínculo. Atendiendo, intercambiamos gestos de admiración y preocupación.

-¡Les tengo que dar una mala noticia!

En un cerrar de ojos su madre se desvaneció cuando escuchó la palabra “Mala Noticia”. A Christian le sorprendieron algunas lágrimas. Yo, pálido simplemente me cubrí la cara, culpándome a mí mismo, aún me creía fuerte para escuchar lo peor “Que había muerto”. Negativas interrogantes inundaron mis pensamientos.

-El paciente… -Nos mantuvo en suspenso.

¿Qué pasó Dr.? -Por primera vez intervino Christian.

-¡Tuvo Suerte! Está estable a pesar de los traumatismos, pero hay un gran problema.

-¿Qué pasa?

-Mantenga la calma.

-¿Cómo quieres que mantengamos la calma si no nos dices lo que está ocurriendo?

-¡De acuerdo! Lo que deben saber es, que existe un alto porcentaje de probabilidad de que quede inválido para siempre.

Aquellas palabras nos dejaron sin aliento. Christian se acercó a mí y yo me acerqué a él, ambos nos abrazamos fuertemente a pesar de nuestras diferencias. Transcurrió un mes.

A últimas horas de la tarde sonó el timbre de su casa. Tenía una correspondencia, un cartero hizo entrega de un pequeño paquete cuyo remitente se desconocía.

-¿Qué habrá en ese paquete? ¿Quién lo habrá enviado y por qué? – Mientras lo recibía, sobre una silla de ruedas su curiosidad era innegable. Abrió aquel paquete, simplemente halló una insignificante caja de zapatos adornada en cuyo interior tenía un trozo de papel que decía “Te Quiero, Feliz Cumpleaños.”.

Ralph permaneció pensativo. Volvió a cerrar la caja y la llevó hasta su pecho. Su corazón latía desenfrenadamente, él sabía que a sola una persona se le ocurría hacer ese tipo de regalos ¿A quién?. Justo cuando despedía al cartero una suave brisa se filtró por la entre abierta puerta. Siendo inoportuno llegué yo, quien rápidamente no pude controlar las ganas de abrazarle y besarle. Ambos reconocimos nuestros errores, comprendimos que no hay mejor regalo de cumpleaños que la compañía de un verdadero amor y juramos respetarnos mutuamente hasta el último día de nuestras vidas. Y a los pocos días mis padres nos aceptaron tal como éramos, no existían diferencias ni rechazos. Empezábamos una nueva vida y en una sociedad a veces incomprensible.

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