Déjà vu en un café

Déjà vu en un café

Federica Rogeles

03/01/2021

El problema real no estaba en no poder salir, sino en haberme perdido en mi propia casa…mi cabeza y mi casa siempre fuerón una…todo comenzó un marzo cualquiera, no veía noticias, no leía periódicos y la verdad prefería omitir los problemas adicionales con que a diario nos bombardea la vida…comenzó como todos los viajes inesperados, con ansiedad y un poco de fascinación. 

Abril llego suave como el vientecillo que erizaba mi delgado cabello…luego le siguierón mayo, junio y julio, con la tranquilidad de salir de vez en cuando para disfrutar una ciudad solo para mí…sin mucha trascendencia…porque estaba distraída de los problemas y mi cabeza andaba sumergida analizando lecturas de filosofía, donde la probabilidad y certeza no existen, pero donde todo se siente mejor, donde yo era mejor…de repente llegó agosto y la crisis se sintió, no por el encierro, sino por la vida nueva que debía asumir, una vida que nunca supe manejar, una vida real…

La mía siempre se edificó en fantasías, así que…se fuerón desmoronando las montañas de aspiraciones que había acumulado a lo largo de mi vida…me hallaba bajo toneladas de peso y angustia por los pesos que no poseía.  Aquello tan básico que ahora anhelaba al despertar me causaba angustia e insomnio, no me permitía tener sueños cálidos…el temor se fue haciendo tan evidente en la mirada…las ganas en noviembre ya no estaban.

Y al llegar diciembre no lograba encontrar quién era yo…deje de bañarme todos los días, deje de leer, deje de querer amar…la quimera palidecía agónica en mi mente… deje de lavar mi cabello, porque el piso tenía más pelo que mi cabeza, y perdí la ilusión que había conservado en el lapso de mi adolescencia a mi adultez…

¿Era el encierro, era la supuesta libertad que tenía toda, o era la falta de certidumbre lo que me corrompía?

…me hallaba en la mejor edad de mi vida y en la «peor época también»…ya no pedí deseos en diciembre, ya no felicite al amor de mi vida en su cumpleaños, ya no abracé a nadie para año nuevo, ya no compre las doce uvas, solo pensaba en la realidad…creía que así como la vida llega con sus problemas, también traería las soluciones…

¿Era la pandemia, era el encierro, era la falta de peso o la ausencia de cabello?

Asombrosamente en un semestre logré apartarme de quien yo era…no me recordaba, sentía que el amor se había esfumado con las posibilidades de amar y ser amada…y no me agradaba esa mujer que veía frente a mí en el espejo. Pregunté en varias ocasiones si había muerto, porque siempre dormía sola, y despertaba solo con la misma angustia desde el segundo semestre, todo era un bucle constante…

¿Somos libres los hombres, en qué se basa esa libertad…en hacer, en tener los medios para materializar nuestros sueños, o en no olvidar esos sueños? Ya sé que no se trata de encierros, ni de cadenas…se trata de encontrar lo que necesitas para llevar a cabo tus anhelos, para sentirte viva y despierta…

Llego enero, quién no anhela enero, porque todo será mejor a partir de ahora…me llegó un recado lleno de amor auténtico, y dinero para tomarme un café. Luego de días como zombi levanté mi cuerpo pegajoso del colchón hundido, sumergí mi cabeza bajo la ducha helada, vestí mi cuerpo con los trapos viejos, abrí la puerta y dirigí mis pasos a la cafetería…

pedí un café negro caliente y grande como antes, 

plácidamente senté mi estampa en aquella silla solitaria, mientras miraba a un anciano en la mesa del lado…ficción, algo exagerado desde mi percepción…

metido en su overol blanco…sobre su cara el tapabocas que ya no puede faltar, cruzado de piernas, anonadado mientras su café se enfriaba…una careta transparente por seguridad para no recibir el virus de nadie, guantes azules de látex, todo provisto de seguridad para conservar su vida…¡y yo con la mía al borde de las pestañas!

Siempre me ha causado fascinación la vejez, donde todo se ve más cálido y se supone está la sabiduría, desee que se acercara y me dijera; «tranquila, todo irá bien»…es muy extraño ver que alguien pretende disfrutar su café como yo lo hago, sin quitarse el tapabocas un instante…

Entendí en ese momento que todos tenemos miedo, que todos nos paralizamos en ciertas épocas, que lo expresamos de distintas formas, que todos amamos y queremos ser amados…pero también que en ciertas ocasiones nos sentimos tan solos que perdemos el rumbo.

Lloré en varios momentos al tomar mi anhelado café…no sabía si era el ambiente, la música, el amor enviado en ese recado, el aroma de café caliente que no disfrutaba desde hace un año…lloré de ansiedad, de emoción, lloré de temor por lo impredecible, y porque volví a recordar quién había sido antes…suelen decir que el café te quita el sueño…pero éste café en especial me hizo recordar todos los míos, mientras entre sollozos miraba las luces del techo, su luz me permitía ver que sigo siendo la misma soñadora…pues no es el dinero lo que importa, el obsequio era para que sintiera el amor en un sorbo, para que recordara quién soy en un sitio cálido.

Porque la nota especificaba…»para que vaya y se tome un café». Ahora sé que solo estoy enferma de melancolía, que el amor se viste de variadas formas…lo que es para tí llegará en su momento, ya que los sueños no se vencen, solo cambian de forma, y con ese trago amargo de café pude recordar que solo en mí está toda la tranquilidad, toda la fuerza, toda la magia y dulzura que necesito para continuar.

Que los finales solo son el comienzo…que lo único importante es estar vivo, que el amor no se agota, que el placer esta en dar…que perderse es reencontrarse con un yo más fuerte…que cada día es una posibilidad…mientras me pierdo en este bosque disfrutaré de su belleza, porque lo majestuoso no es la meta, sino en quién te conviertes en el recorrido.

Siempre podemos…hay que continuar, el poder yace en nuestro interior…

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