Una falda y unas botas de invierno

Una falda y unas botas de invierno

Antonio Fernandez

20/04/2020

Me fui de Madrid el 5 de marzo de 2020. Una visita familiar a Mallorca. Tenía la vuelta el día 15 de marzo. No sé por qué ese día me fui al aeropuerto como despidiéndome de Madrid. El bar de la esquina, el taxista. Todo fue extraño. Me iba con un peso de despedida. Llevo en Mallorca desde ese día, hoy es 11 de abril. En ningún momento me iba a poder imaginar que me quedaría literalmente atrapada en una isla. Que no iba a depender de mí el comprar un billete de un día para otro. Que yo no iba a decidir volver. No hubo espacio para reaccionar. Entonces aquí estoy, en el escritorio de mi habitación, viendo pasar las horas. Nunca imaginé que tantas.

Curiosamente me encuentro a mí misma en el lugar donde me crie, donde he pasado la mayor parte de mi vida, analizando cada libro, cada escrito perdido, cada carta, cada trastito, cada disco (y son muchos), cada foto.

Al principio fue mágico, no escuchar ningún ruido. Desde la ventana de esta habitación solo puedo ver un comercio abierto, que es una lavandería. El único movimiento que veo desde aquí es el del tambor de una de sus lavadoras. Aparte del movimiento del sol. También he podido encontrar algún que otro pájaro de más por el parque y el ligero movimiento de las hojas de un árbol. Puede que incluso más vegetación.

Solo me acuerdo de la falda que me compré justo al irme de Madrid. Era larga y me la compré el día antes de venir. Creo que ni siquiera le quité la etiqueta. Me acuerdo de que dudé un segundo en si traérmela o no, pero que en ese momento no hacía tanto calor, así que decidí dejarla. Ya no me acuerdo de su estampado. Solo pienso en mi tocadiscos, y en las ganas que tengo de ponerlo con los discos que me traiga de aquí. Dejé Madrid un día lluvioso y con botas de invierno. Ahora no sé ni cuándo voy a volver, ni lo que me encontraré cuando llegue.

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