Helena en el país de las Aberraciones

Helena en el país de las Aberraciones

Helena Práxedes

27/03/2020

Nada que hacer. Excepto comer, rumiar y entrar en bucle. Quiero dormir para no darle vueltas a mis malos pensamientos y con ayuda del Rivotril, lo consigo. Y como en la novela de Lewis Carroll, mi sueño se transforma en una pesadilla. Me caso con mi padre de 86 años y mi familia ve esta boda como un acto de lo más normal. Mi propia hermana me deja una nota en la cama con un «feliz noche de bodas» y yo siento repulsión y pena imaginándome en actos incestuosos con mi padre: él no se merece ese rol de degenerado.

 El banquete se celebra en mi restaurante favorito, El Tragamar. Mientras mi madre me felicita por mi enlace, comemos pollo asado y Jazzsi, el conejito que habita conmigo en la vida mundana, aparece sentado en la silla de honor. Corta su buen trozo de pollo con cuchillo y tenedor que se zampa cual caníbal. Después lanza un eructo sabor ajo mientras me mira de soslayo. No soporto los malos modales y lo sabe. Agradezco que aquí, mi mente haga una tregua y no tenga que ver a mi conejo comiendo conejo.
De segundo plato hay sopa. Los camareros traen agua caliente en una taza de hojalata y vierten en nuestras narices el sobre de Knorr; eso sí, con guantes de látex porque estamos en cuarentena. A lo lejos, oigo a un comensal ajeno a nuestro festín que espeta: «¡Qué vergüenza, 60 € por una sopa de pobre!». Pero si no es cara y está buena, ¿por qué se queja? ¿Ha dicho sopa de «pobre» o de «sobre?». A veces mi buena voluntad supera con creces todos los límites de la estupidez humana.

Como colofón, el convite acaba con la retransmisión en megapantalla del 
sorteo ante notario del sueldo vitalicio Nescafé (en el que participo en mi estado consciente). 

Y claro, el «sueño» no tiene un final feliz. 

And the winner is…¡Donald Trump!  Y encima a nadie se le ocurre decir que hay tongo.

N.B: Preguntar a Freud por qué mi mente me tortura con estos sueños.

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