• Hay algo dentro del agua. Está vivo, respira, se puede saber por las ondas concéntricas que se forman a su alrededor. Podría ser un enorme leviatán o algún cachalote albino como los que desde antiguo merodean la Isla Mocha. Todas las tardes a la caída del sol, se remueve esta criatura a la que nadie vivo puede ver.
  • Poco a poco el sol va cayendo.
  • Se escucha música. Es el viento que levanta su batuta y pasea por la hierba afinando cada brizna y sube a la copa de los árboles, indicando la partitura a interpretar. La pieza elegida para este momento es el himno Dum pater familias.
  • Como aquel episodio bíblico, el agua se parte en dos y aparece un pueblo lleno de familias que viven en casas de piedra, con puertas y ventanas de madera maciza, ricamente decoradas, que miran a las montañas. De las chimeneas sale humo con olor a puchero. Repican las campanas. Las mujeres van a la iglesia, joya del Románico, que esconde en su interior pinturas del siglo XI policromadas de azules, rojos y amarillos con Jesús en el centro del ábside dando la bendición con una mano y con la otra sosteniendo un papel que dice “Ego sum lux mundi”.
  • Los vivos colores se van desvaneciendo hacia tonalidades grises. Las familias empiezan a abandonar sus casas. Se oyen gritos que les salen del pecho. Una joven, al salir de su casa, se agarra a la barandilla de la escalera y varios de sus familiares forcejean con ella y terminan desdoblándole los dedos uno a uno de ambas manos para poder apartarla de la casa.
  • Se inicia el último desfile de los habitantes con sus vacas, perros, caballos y gallinas por esas calles.
  • Se dejan de oír los sonidos de la vida.
  • El pueblo desaparece, en su lugar, un pantano.
  • De nuevo, se avivan los colores y los sonidos de la naturaleza. La luz cada vez más tenue y la música del viento llegan desde otra dirección. Ya no procede del campo ni de la copa de los árboles sino de las entrañas de este pueblo sumergido. El sonido de una trompeta anuncia su aparición.
  • Del agua, emerge una enorme cara surcada por el paso del arado de otros tiempos, ahora lejanos. Sus labios azulados, entreabiertos como la branquia de un pez, no hablan. Es su mirada triste la que lo dice todo. La sombra dorada de sus ojos es la que muestra los tesoros allí escondidos, su arte, su lengua, su cultura.
  • Todas las tardes a la caída del sol, se remueve esta criatura a la que nadie vivo puede ver.

Hundertwasser- 1969 IRINALAND ÜBER DEM BALKAN

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