ACHIQUES UN PUEBLO EN EL OLVIDO

ACHIQUES UN PUEBLO EN EL OLVIDO

Yajaira Martinez

12/02/2018

Cada palabra tiene consecuencias, cada silencio también.

—Jean Paul Sartre—

CAPÍTULO I

MAMÁ ELVIRA

La historia de un pueblo perdura en la memoria de quienes recuerdan sus días gloriosos, no podrá ser borrado de la faz de la tierra aunque las rutas, carreteras o mapas hacia él sean tapadas por la indiferencia sepultándolas en el más profundo de los olvidos. Mientras haya un solo ser que haga suyo su recuerdo este permanecerá para siempre.

Era un hermoso sábado a comienzos de mayo —recuerdo que tras varios intentos para llegar hasta su casa, debido a la estricta vigilancia de mi padre que siempre impedía que me quedara a solas con ella —esta vez, con un poco de suerte de mi lado pude hacer la tan esperada visita.

Había logrado escapar de casa, después de una gran retahíla de mi madre sobre los poderes del desayuno, me ofreció un plato de avena hecha con agua, canela y endulzada con media banana que mejoraba notablemente su sabor.

El desayuno, fue completado por una taza de un humeante guayoyo; se que mi madre en aquel entonces no se percataba de la carga energética contenida en lo que me ofrecía, para ella solo había preparado lo que tenía a la mano, pero en realidad lo que lograba era aumentar aún más, mi ya desbordado dinamismo.

A pesar de mi corta edad, contaba doce años en ese momento se me permitía tomar un trago pequeño de café, siempre amparado por la camaradería de mi madre.

—¡Niña no deje nada en el plato, muchos darían por comer la mitad de lo que usted tiene!—me recalcó, con su voz suave pero con cierta autoridad.

—Si madre —respondí, con un si monótono que sonó inaudible y poco creíble, pero que logró convencerla.

Saboree aquel plato en apenas cinco cucharadas, y apresure el trago de café que me había servido aún hirviendo, con la intención de salir corriendo a casa de la abuela.

Mientras tanto imaginé el crujir de las torrejas y el sabor de las bombas rellenas de una crema viscosa preparada por ella, la impregnaba de un rico sabor a fresa y de un color rosado, que hasta el día de hoy no logro descifrar cómo lograba darle ese sabor y color que tanto me gustaba, sabiendo la escasez de productos de repostería que había en todo el pueblo y sin exagerar creó que en toda la ciudad. En definitiva ella era mágica.

Mi objetivo, era poder alcanzarla antes de que llegara a la playa, tenía terminantemente prohibido por mi padre acompañarla a verla realizar su noble trabajo. Aunque mi parte favorita sin duda era el tiempo que pasaba a su lado.

Con la venta de aquellos dulces, ella se ayudaba en los gastos de su manutención pues había enviudado hacia mucho tiempo, aunado a la caridad de sus hijos.

Se que está vez lograría que me contara lo que no pudo hacer el día anterior cuando nos vino a visitar.

—Llega mañana temprano hija, tengo una bonita historia que contarte —me dijo antes de despedirse, aunque sabía que no lo era igual me intrigaba sus historias estas siempre estaban rodeadas de misterios y de acontecimientos que habían sucedido hacia mucho en nuestro pueblo.

Quizás lo que me contara cambiaría mi vida y sería la brújula que me daría la dirección correcta para salir de aquel pueblo; que ahora estaba plagado de miseria y hambre producto de una maldición de otros tiempos. Destinado al olvido de quienes en otrora lo conocieron como un pueblo alegre y prospero.

Achiques siempre abrió sus puertas a todos los desconocidos que buscaban un lugar para disfrutar y descansar. Muchos pasaban las noches a las orillas del mar, arrullados por el rumor de su olas que contaban hermosas historias, invitándolos a quedarse y no salir de allí nunca más.

Volé literalmente hasta llegar a la casa que ahora fungía como casa materna de mi padre, era una de esas casas que aunque tenía sus años aun conservaba algo de belleza. El suelo estaba recubierto de un material que emulaba la terracota y aunque estaba bien cuidado no dejaba de ser lo que era, una vulgar imitación la cual todos teníamos conocimiento de ello.

La anterior dueña de la casa Doña Juaquina, era una mujer excéntrica que siempre jugó a ser la rica del pueblo.

Todos sabían que hacía mucho tiempo había quedado sin un centavo y solo conservaba aquella casona que si bien era hermosa, por qué logró hacerle grandes arreglos mientras pudo, pintándola toda de blanco que le daba un aire sofisticado.

Logró emular las casonas que ves en pleno corazón de las capitales de cualquier ciudad y sabes que pertenecieron a grandes personajes de mucho dinero en épocas pasadas. Solo que ahora contrastaban con la modernidad del nuevo siglo. Así era la casa de mi querida abuela pero con toda su belleza seguía siendo una casa de pueblo.

Mamá Elvira logró comprarla por qué había vendido en el año 1980, su anterior vivienda ubicada en el corazón de la ciudad Primogénita del Continente Americano en Cumaná . Nombre que se le dio a esta ciudad por los primeros pobladores de la zona, los aborígenes Cumanagotos. El patio de aquella casa coincidía con la fachada de la nueva edificación de la ciudad el mercado Municipal.

A manera de engalanar la ciudad la estrategia que utilizó Don Carmelo Ríos, quien fungía como gobernador del estado Sucre en ese entonces y una forma de atraer más turistas, fue aprobar los recursos para la creación del mercado como uno de los más modernos de Venezuela para ese época.

Se llegó incluso a realizarse visitas turísticas guiadas en sus instalaciones, para atraer más visitantes a la ciudad de casas vistosas y de hermosas playas, que invitaban a sumergirse en sus aguas y descubrir sus más gratos secretos.

Los poderosos que manejaban la construcción de la nueva atracción turística, lograron convencer a mi abuela de una manera legal. Por su parte ella consiguió una buena remuneración por su antigua vivienda y pudo comprar la casa de Doña Juaquina con sus paredes relucientes de blanco y sus pisos de imitación.

Al salir aquella mañana y correr las pocas cuadras que separaba la casa de la abuela y la nuestra, pude constatar lo que todos sabían pero de lo que nadie hablaba, la cara desencajada y amarillenta de cada uno de los habitantes producto del hambre que imperaba en todo el pueblo.

¿Como se llegó a tal estado de hambruna y desesperanza? Nadie podía explicarlo quizás una de las razones sea la falta de memoria de sus habitantes, para recordar la abundancia de otras épocas o quizás era consecuencia de los actos cometidos por sus pobladores.

En una de sus tantas historias, cuando lograba escabullirme de mis padres, mi abuela me dijo:

—»Las tragedias o victorias de un pueblo no se deben a causas externas, son consecuencias de sus habitantes. Sus acciones pueden hundirlos en la más grandes de las miserias o hacerlos brillar sobre los demas pueblos»—

Su voz me saco de mis pensamientos:

—¡Te esperaba más temprano Margaret! —en realidad mi nombre era Margarita, pero ella decía que era muy común y lo hacía de la forma que a ella le parecía más sofisticado, en fin así era mi abuela. La note un poco alterada.

—Ya casi es hora de irme y a tu padre no le hace mucha gracia que vayas conmigo a vender mis dulces y menos que te acerques a la ranchería de Don Julián —dijo a viva voz.

La ranchería a la que hacía referencia era un antiguo bar situado a las orillas del mar, donde se reunían la mayoría de los jóvenes del pueblo a disfrutar de una taza de café. Los más osados un vaso de cerveza casera preparada por el mismo Don Julián.

El tiempo en aquella ranchería no era medido por nadie, las horas pasaban volando discutiendo de temas actuales, política, cultura y el tema infaltable entre hombre las mujeres, pero sobre todo lo que más atraía de aquel lugar eran los grandes ventanales que daban hacia la playa.

Desde allí se podían ver a las chicas que llegaban de otros lugares, ataviadas en sus trajes de baño mientras ellas disfrutaban del mar y el sol, por su parte ellos tenían toda una fiesta visual.

Para ese entonces mi abuela contaba con más de sesenta y cinco años, pero se veía más joven para su edad, la piel de su rostro conservaba un poco de su lozanía, en la frente podía verse una que otra arruga producto de las preocupaciones típicas de los adultos.

Sus cabellos pintados de negro ocultaban sus avanzadas canas, sus facciones aún denotaban ese rasgo de belleza que la caracterizaba, sin ser muy alta parecía más grande que de costumbre, delgada pero con un cuerpo recubierto por una hermosa piel blanca, un poco tostada por el inclemente sol que arreciaba en nuestro pueblo.

—Abuela es que… —comencé a balbucear y está me lanzó una mirada avasallante que me hizo estremecer.

—Cuantas veces tengo que decirte que no me digas abuela, soy mamá Elvira, no pienso volver a repetírtelo —me dijo con voz firme.

—Si señora como usted diga —dije con voz apenada y luego pude explicarle la razón de mi retraso, recargándole toda la culpa a mi madre y a su discurso matutino.

—Mujer sabia, es mejor barriga llena que andar esperando con ojos lambiscones a ver qué te dan —me espetó mi abuela.

—Prometí contarte la historia creo que es hora de que la conozcas, tendré que retardar mi salida, pero recuerda nunca hagas esperar a nadie y mucho menos a una vieja, nosotros ya no tenemos tiempo de sobra lo que tenemos es vida alargada —dijo mirándome muy fijo.

En el momento que mi Abuela se disponía a comenzar la nueva historia, por el cual me había hecho ir a verla, escuché una voz familiar que gritó a mi espalda:

—¡Madre, por qué tienes que llenarle a una niña la cabeza de cuentos raros!—gire enseguida y ahí estaba mi padre con su ceja levantada y esa mirada escrutadora que hacía temblar a cualquiera que se cruzara en su camino.

Sin embargo noté algo diferente en su rostro, estaba preocupado. Mientras tanto mi abuela mirándolo fijamente le dijo:

—¡Cual es el problema que le cuente su historia! —los dos continuaron discutiendo por un buen rato, yo no podía imaginar a que se referían y que tanto miedo le podía tener mi padre a una historia más, de las tantas que ya me había contado.

Sentí un tirón en mi brazo izquierdo y la voz de mi padre diciéndome:

—Vámonos Margarita, espero que no vuelvas a desobedecerme —su brazo me sujetaba con tanta fuerza que me hacía daño.

Luego escucho la voz de ella en perfecta calma dirigiéndose a mi padre:

—¿Que harás, acaso la encerrarás de por vida? O no permitirás que vuelva ver a mi nieta, ¡te recuerdo que si no fuera por mi ni tú ni ella estarían aquí ahora!—le recordó mi abuela.

—No he dicho eso madre, puedes verla cuando quieras lo que no quiero es que le llenes la cabeza con cuentos raros y menos que la lleves cerca del mar, sabes que se lo tengo prohibido —respondió mi padre.

—¡Sabes perfectamente que no lo son! Además que daño puede hacerle ver algo tan hermoso —mi padre obvio el último comentario y se limitó a decir.

—Pues si quieres verla tendrá que ser bajo nuestra supervisión, ya sea mía o de su madre y no pienso discutirlo —le dijo mi padre.

—Como quieras pero eso no cambiará las cosas, lo que tenga que pasar pasará, eso no lo olvides —dijo mi abuela con voz firme.

Aquella discusión me pareció irreal sé que mi padre adoraba a su madre, pero ¿por qué le había hablado de esa manera?.

En realidad era que no le gustaba que me llenara la cabeza de historias poco creíbles o había una verdad indiscutible que no quería que supiera.

Tal vez guardaba cierta relación con ese miedo que sentía mi padre de no permitirme acercarme al mar. Si mi padre, supiera las veces que lo he visto y cuantas veces he sentido el poder que ejerce sobre mi, le habría evitado esa discusión con mi querida Mamá Elvira.

Mi padre me llevó casi arrastras a nuestra casa sin decir ni una sola palabra en todo el camino. En cuanto llegamos, me miró fijamente y sin soltar aún mi adolorido brazo me dijo:

—Que sea la última vez que te escapes Elena Margarita, ¡me has entendido! —cuando me llamaba empleando mis dos nombres, que según mi madre me pertenecían, aunque en mi documento de identidad solo aparecía uno solo, sabía que aquella discusión no era en vano y que mi padre estaba dispuesto a todo con tal de que lo obedeciera.

—¡En cuanto termines el año escolar nos vamos de este pueblo! —estaba atónita ¿por qué teníamos que irnos? Si toda la vida habíamos vivido aquí, se que en ese momento el pueblo estaba muy mal, pero quizás la situación cambiaría como solía decir mi madre:

—Todo va a estar bien, la crisis pasará y volveremos a ser el pueblo rico y próspero de antes.

Pensé —qué pasaría con mis amigos del colegio, con mis escapadas a casa de la abuela y sobre todo con el inmenso mar que nos rodeaba, ¿a dónde iríamos? —quería gritar decirle que no iría a ningún lado, pero sabía que estaba decidido a cumplir su palabra, porque siempre que lanzaba una amenaza la cumplía.

Mi madre lo miraba con tristeza pero incapaz de contrariarlo y en ese momento logré decir :

—¿Por qué papá? Es por no obedecerte, prometo…. —mi padre me interrumpió diciéndome:

—Este pueblo ha cambiado tanto, la vida se ha vuelto dura ya no es el mismo que conocí hace mucho y tu futuro está primero, es una decisión que debí haber tomado antes, no hay vuelta atrás y no quiero volver hablar del asunto —luego lo vi alejarse, cabizbajo.

El dolor que sentí en ese momento al pensar que me alejaría de mi querida Mamá Elvira, era como un hueco en él estomago que no se llenaría con nada. Corri a mi habitación y lloré hasta que mis lagrimas dejaron de salir por la falta de agua en mis ojos deshidratados por el sufrimiento.

Había pasado una semana de aquel desagradable episodio, pero lo que viviría y escucharía ese día cambiara mis ganas de quedarme, solo quería escapar de allí y no regresar nunca.

Logré escuchar a lo lejos un gran bullicio, típico de los que se forman en la época de las fiestas de la santa patrona del pueblo de Achiques, la Virgen de las Mercedes. Recorde —estamos en mayo y las fiestas patronales es en Septiembre —¿a que se debía todo? Seguro algún niño se había escapado y no lograban hallarlo.

Pasaron unos minutos y los gritos se acrecentaron juraría que estaban cerca de nuestra casa, me encontraba en mi habitación tratando de culminar una tarea escolar y me apresuré a asomarme por la ventana que daba directo a la calle.

Una turba de más de cien personas se aglomeraban fuera de nuestra vivienda y sus gritos al unísono decían —¡fuera, fuera, fuera asesino, fuera asesino, váyanse de nuestro pueblo o le quemamos la casa! —en ese instante se escuchó un ruido ensordecedor, algo caía sobre el techo de nuestra vivienda. Lanzaban piedras y otros objetos con la idea de asustarnos y sé que lo consiguieron.

Mis oídos no daban crédito a lo que escuchaba, ¿por qué vociferaban tales palabras?.

Mi padre que también estaba a mi lado, me miró y dijo en voz muy baja —debemos irnos hoy mismo, ha llegado la hora si nos quedamos será nuestro fin—¿por que mi padre dijo eso? Cómo nos iríamos así, si me había prometido que nos iríamos al culminar él año escolar y aún faltaban dos meses, ¿qué estaba ocultando? Como odiaba que me dejaran con tantas preguntas sin repuestas.

Cuando comenzarían a hablar claro y decirme que tenía que ver mi padre y nuestra familia con lo que estaba pasando en el pueblo…..

Continuará…..

SINOPSIS

Lo más peligroso que puede existir en el mundo, es la ignorancia de nosotros mismos al pensar que nuestros actos no tendrán consecuencias. Achiques un pueblo pintoresco a orillas del Mar Caribe de gente amable y alegre, comienza a perder la tranquilidad y la abundancia de otros tiempos.

Una familia singular cuyos miembros están involucrados en lo que sucede en el pueblo, se ven forzados a abandonar todo por miedo a represalias. Años después una de sus integrantes Margarita Ruiz interrumpe su vida actual, cuando su padre convaleciente le pide que lo lleve de vuelta por que quiere volver a aquel pueblo antes de partir, ella se debate entre el deber de hacer lo que su padre le pide y el juramento que se hizo a sí misma de no regresar jamás luego del fallecimiento de su abuela; sin embargo la angustia en la voz de su padre la desespera al punto que decide dejar todo por un tiempo su novio, su vida y su brillante carrera como fotógrafa profesional que tanto sacrificio le había costado.

A su regreso el recuerdo de su querida abuela y sus historias la atormentan, recordando incluso la tonta prohibición de su padre de acercarse al mar. Una vez instalada en la casa donde pasó su niñez, comienza a averiguar qué pasó con la vieja casona que perteneció a su abuela y descubre que esta se encuentra habitada por un extraño personaje, que aunque le cause un poco de temor también logra ver algo más en él, ¿qué esconde ese extraño personaje y que tiene que ver con ella? Y por qué aquel viejo pueblo de pescadores, gente alegre, pintoresco y fieles creyentes se niega a ser olvidado.

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