MAGERIT, FUEGO SOBRE AGUA

MAGERIT, FUEGO SOBRE AGUA

I

Todos pudimos ver que se adentraba el invierno. Ahogándonos despacio la estrecha intimidad herida, frío tapiando las ventanas, campos, calles con la niebla, cortinas de humo, nieve.

Entre el silencio y el miedo vimos cerca la mentira. Venía tan cansada por caminos intuidos de hielo, muerta de escarcha. Labios tan morados su disfraz que pudimos oler de alas sin gloria su perfume putrefacto, de los hombres vencidos el terror dejándose en las calles la ebriedad, del barro toda pérdida, la muerte.

II

Juraron poblar tierras, intenciones. Lo que perseguían no pudo ser, construyeron aquí gozosos mundos: murallas, alcázar, templos y zoco. Donde corrió la esencia y el vil metal, donde se fijó tinta en papel, astros entre el canto y salmodia de muecín.

La piedra pasaría a ser leyenda. Ese bastión al margen del camino con muros de fuego alzados en la orilla.

Con el agua del río, con el vino de los sabios saciaron su sed nobles generaciones prestas con el óleo que caudillos vertieron sobre ellos, arengas con que ser ungidos libres:

“Romped como cristales vuestros miedos,

Arrancad musgo inútil de las frentes

Y la sombra de vuestros corazones

En las noches de luna”.

Manuscritos perdidos registraron las hazañas. También consta que:

“Secuestraron niños inocentes

Llevándose sus almas en las grupas.

Por los valles perdieron muchas de ellas.

En los cerros del oso se encontraron

Restos adolescentes en quietud.

Se quedó repartido en los madroños

Del paraíso el espíritu de jóvenes”

Promesas pronunciaron en voz alta por la alcazaba, fuera en arrabales esas consignas de temor y debilidad.

-Nos recuerdan los viejos las mentiras-

III

Cuando el abeto viste niebla y nieve y del acebo surge el fruto, cuantos vinieron desde el sur y los que huyeron al norte, permitieron que lo musgos, líquenes se empaparan de humedad como sus ilusiones y esperanzas.

Debajo del helado río se creaba otra historia capaz de fluir perdiéndose. Podía patinar el desencanto porque el hielo de invierno en diciembre sostiene los pilares de alto humo, las voces de animales derrotados.

La carne era un susurro, las miradas un juego de rescoldos y oraciones, a pesar de la fiebre y de la muerte rondando por los arcos de la noche.

IV

Recordarán las tierras de aceituna que dejaron al sur siglos atrás. Se arrastraron desviando las calzadas para llegar al río y hacerse fuertes, para perseguir liebres, cultivar los huertos y pescar, oteando valles, quizás los horizontes temerosos.

Recordarán que quisieron sembrar acebuche a los pies de la alcazaba, tenían las semillas de indolencia, los huertos asolados, no pudieron.

Hemos guardado páginas, memoria de los ojos hervientes de caudillos, la rectitud de sabios, su palabra, la alegría de fiestas, las sonrisas veladas de mujeres. La paciencia con la que comprender las invasiones, con la que alimentar cruces y medias lunas, esta ciudad gris, contenida.

V

No pensarán en mares que dejaron atrás, con la estrechez de sentimientos. Creerán que el transcurrir de abrupto río refrescará a las tropas su ambición, limpiará de sudor el torso y cara de las jóvenes, campos regará.

No tendrán que pensar en los bajeles ni en los vientos propicios ni en los puertos. Creerán del Innombrable la Palabra.

Lavemos en el río toda duda, quitemos de los mapas cordilleras de lo imprevisto, cumbres borrascosas. Resumamos los puntos cardinales en nuestra Ciudad Santa, donde esperan ofrendas de ciudad inexpugnable, donde enviaremos flores y el acíbar.

Llegaron hasta aquí, noches en vela, el veneno de víboras, las yeguas sangrantes y el acero relumbrando al amanecer. Nunca lo pensamos ni creímos hasta haberlo visto y oído.

VI

Sobre las atalayas ya se pintan el cielo azul y horóscopos de estrellas. Las fuentes ya no aguardan a que el alba y el olvido, inviernos con almendros en flor o las gacelas ya no inspiren a los poetas. Marchita, o en letargo revive, reencontrando sus espacios, la tierra muerta de frío. Llega abril y el río con su verbo estrepitoso despierta, con las aves los jardines suenan distintos, huelen las almenas, los placeres no pronunciados.

El ayuno, los versos escondidos y la abstinencia rompen con su nudo. Sobre las atalayas ya se posa la gasa de rocío, claridad rompiendo en los adobes de las casas. Sale el sol por el este como siempre donde van cazadores y emigrantes, los que buscan preceptos, alimento, la paz, renovación para volver.

VII

Dormirá Magerit sueños probables. Las olas del mar rompen pesadillas, mareas de veneno besan labios. Despliegan los velámenes los vientos propicios por las aguas del soñar.

No aparecen las sendas que conducen a la ciudad barrida por las llamas, los dominios del oso donde el miedo encontró por los montes trochas, donde la música perdió notas de gris ceniza, descubriendo los silencios en los despeñaderos de la sed.

Olvidamos abrir los corazones a versículos santos. La promesa de expansión nos llegó del innombrable.

Nos alzamos oteando como el águila vimos nuestro final. Somos linaje de pastores, guerreros; cultivamos los frutos de una raza que olvidó las orillas del mar, la sal y arena.

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