Javi y Antonio estaban sirviendo cuatro cubatas. Dos eran para ellos, y los otros dos para las guapas y simpáticas Alba y Paula, que estaban esperándolos sentadas en uno de los sofás que la inseparable pareja de amigos y su pandilla habían conseguido para celebrar la Nochevieja de 2.018.

– Aquí tenéis los ron-cola cortitos de alcohol -les dijo Antonio con una sonrisa.

– Mentira, están cargados para que os emborrachéis -bromeó Javi.

Las dos muchachas se rieron.

– No le hagáis caso a mi amigo, que tiene mucha guasa.

Los cuatro adolescentes lo estaban pasando muy bien, cuando de repente entró en el local el Petardos, un compañero del colegio de Javi y Antonio que siempre estaba metiéndose en líos.

– ¡Ese Javi! ¡Feliz año, socio!

– ¿Qué pasa, Petardos? ¡Feliz año!

– ¿Qué pasa, Antonio? ¡Alegra esa cara, que es Fin de Año!

Antonio no le contestó nada. Después el Petardos siguió hablando un rato con Javi hasta que este se acercó a Antonio y le pidió que se ocupara de Alba y Paula mientras él iba al local del Petardos a saludar a su hermano.

El pobre Antonio observó con el gesto serio cómo su amigo se marchaba, porque sabía lo que significaba aquello.


Unos meses después, Javi y el Petardos estaban en una rave en los aparcamientos del Estadio Olímpico de Sevilla bailando con las dos chicas más atractivas de la fiesta.

Javi se encontraba en estado de éxtasis gracias al alcohol y el mda que circulaba por su cuerpo. Entonces Jessica, una de las dos muchachas, se acercó a él y comenzó a besarlo de manera descontrolada. Los dos jóvenes se dejaron llevar por sus impulsos. Después Jessica dejó de besar a Javi y siguió bailando poseída por la música.

Javi se acercó al Petardos y le dijo eufórico:

– ¿Has visto eso, Petardos? ¡Vaya abuso!

– Te lo dije, socio. Conmigo ibas a vivir y no con los primos de tus pisos.


Una noche de primavera, Javi y el Petardos iban montados en el scooter del segundo, acompañados por cuatro amigos más que iban en otros dos ciclomotores. Entraron en el callejón del edificio de Javi.

Mientras pasaban por allí, se encontraron con su antigua pandilla. Entonces el Petardos detuvo su Jog.

Javi y Antonio se saludaron con frialdad. Después el Petardos les pidió un porro. Antonio, serio, sacó su bellota de polen de su bolsillo y le dio uno a aquel desgraciado el cual deseaba que no se hubiera cruzado en su vida. A continuación, el Petardos le pidió otros dos porros para sus amigos. Antonio miró a Javi; este bajó la mirada avergonzado. Después Antonio enfadado le dio otros dos porros al Petardos.

Este se montó en su scooter junto a Javi y le dijo a su antiguo compañero del colegio antes de irse:

– ¡Gracias, Antonio, y alegra esa cara, que siempre estás serio!


Una noche calurosa de julio, Javi y el Petardos andaban sedientos por las calles de su barrio. Al pasar por el club social donde Javi había ido los últimos veranos con sus amigos, al Petardos se le ocurrió colarse en él trepando por la verja para robar lo que encontraran que pudiera refrescarlos.

A Javi no le gustó la idea, porque consideraba que era una traición a los dueños del bar que tantas veces lo habían atendido amablemente, pero se calló porque no quería parecer un blando delante de su idolatrado amigo.

Ambos treparon la valla, llenaron una bolsa con botellines de Cruzcampo, y cogieron varias bolsas de patatas fritas, y una caja de helados.

Minutos más tarde disfrutaron de su botín sentados en un banco en una plaza mientras celebraban alegres su hazaña.


Los dos meses siguientes siguieron cometiendo robos, a cada cual más dañino, hasta que un día el Petardos y sus amigos le propusieron a Javi entrar en la farmacia que estaba en los locales comerciales de sus pisos. En ese momento, Javi se dio cuenta de que estaba caminando demasiado por la cuerda floja y se armó de valor para contestarle al Petardos y al resto de su pandilla que no participaría con ellos en el robo.

– Eres un blando, socio; no me esperaba esto de ti -le reprochó el Petardos a Javi.

– A lo mejor soy un blando, Petardos, pero no quiero dar un disgusto a mi vieja.

Javi se marchó de allí entre burlas de los que nunca habían sido sus amigos, pero sintió que se quitaba un gran peso de encima.


El siguiente domingo por la mañana, una llamada de teléfono despertó a Javi. No sabía de quién podía tratarse, ya que después de decirles al Petardos y su pandilla que no robaría la farmacia, no había nadie que pudiera llamarlo por teléfono.

Era Antonio. ¿Por qué lo podría llamar después de que él lo traicionara aquella noche de primavera en el callejón de sus pisos?

– Javi, ¿estás bien?

– Sí, ¿por qué?

– ¿Por qué? ¿No estabas con el Petardos anoche?

En ese momento Javi se acordó de que esa madrugada el Petardos y el resto iban a robar la farmacia de sus pisos, pero ¿cómo lo sabía Antonio?

– No, he dejado de ser amigo de esa gente.

– Me he enterado esta mañana de que el Petardos y sus colegas intentaron robar la farmacia de nuestros pisos, pero llegó la policía, y mientras huían en sus motos el Petardos se chocó con un coche y ha fallecido.

Javi no se lo podía creer. El Petardos estaba muerto, y si hubiera realizado el robo con su antiguo socio y su pandilla, el otro asiento en su Jog lo habría ocupado él.

– Lo siento mucho, Javi.

La situación y la amistad de Antonio, que no había cambiado a pesar de lo sucedido, emocionó a Javi.

– No, lo siento yo por haber sido tan gilipollas últimamente.

– No tienes que pedirme perdón, Javi. Todos nos equivocamos; lo importante es aprender.

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