El edificio de los mil y un lamentos.

El edificio de los mil y un lamentos.

Nací en una gran familia, bastante grande, “muy unida», entre recuerdos y recuerdos, jugando en el primer piso del gran edificio en el que vivía, con varios primos y algunas tías, entre risas, y sonrisas falsas, entre cumplidos y mentiras, entre agobios y rabia, entre insultos y gritos, vivíamos todos felices. Al paso de los años, cada vez todo era más lúgubre. Las navidades sin sentido, solo nos veíamos por compromiso, por saber que estábamos vivos, pero no por amor, no por querer realmente, simplemente por el sentimiento vació de cumplir un año más la estúpida tradición del nacimiento del niño Jesús, que esta, que ya no tenía sentido, ni para mí, ni para nadie.

Cada vez nuestras vacaciones eran más una gran sombra, entre lujos inexistentes y solo por aparentar, se organizaba unas vacaciones, no muy largas, pero sí, demasiado extravagantes. Recuerdo mucho las vacaciones a Isla de San Andrés, fue un 3 de diciembre, nos fuimos por aire, primera clase, cuando llegamos a San Andrés nos alojamos en Casa Harb Hotel, uno de los más caro de aquella isla. Rentamos más de diez camionetas Cayenne turbo S, vivimos en lujo durante una semana y media, y volvimos a Bucaramanga, a nuestro humilde barrio llamado Villabel.

Parecíamos fantasmas, todos ambulando por el edificio, subiendo y bajando las escaleras, sin hablarnos, sin mirarnos, solo cumpliendo con nuestra ridícula rutina, viendo pasar los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, los años, viendo como envejecíamos, viendo como algo moría dentro de ellos.

Raíces y sangre compartida, pero tan indiferentes, nuestro legado poco a poco se desvanecía entre los suspiros llenos de tristeza y melancolía.

Aquellos fantasmas con los que conviví toda mi vida, fueron los mismos causantes de llanto y casi mínima, pero viviente felicidad. Todos los fines de semana nos reuníamos en un departamento distinto hablar sobre las cosas que nunca nos importaron, a planear cosas que nunca hicimos, a prometer y prometer cosas que nunca se cumplieron, a hablar sin verdad, a perder el tiempo sin más, a mirarnos como si realmente nos importara, a ver cómo nos desgastábamos y los ánimos se nos iban, esos fines de semanas fueron los mejores.

Cada noche, alrededor de las 11 pm, se escuchaban las risas sinceras, ya que todos soñábamos la vida perfecta, y muy claro quedaba que no era allí, donde todos estábamos. En esas mismas noches los grifos goteaban, las bañeras sollozaban, las paredes gritaban, los pisos temblaban, nuestra sangre quemando la piel débil de nuestros cuerpos deleznables.

Las noches de humo en el solar del edificio, en el que todos creían que nadie lo sabía, que era nuestro mayor secreto, indiscutiblemente la luna lo ha viso todo, entre las horas de llanto, desgarros del alma de cada uno de nosotros, que entre una y otra colilla de cigarro caían lágrimas de soledad, de afán y miseria, lentamente los pulmones lloriqueando de toda la nicotina que absorbían. En una de mis noches privada alzo mi mirada, observo el cielo color azul oscuro y me pregunto: ¿El por qué de esta vida maldita?

-¿Quieren saber el por qué de mi vida de «maldita»?

Eran las 3 de mañana, tocaban la puerta con demasiada delicadeza, yo con mi sueño débil, desperté, había una fuerte lluvia, me puse unas pantuflas, y me coloque mi bata, me levante de mi cama con bastante cautela y fui abrir la puerta, baje los diez pisos con velocidad, cuando llegue al primer piso lo que me separaba de la puerta era pasillo oscuro. Mis ojos aún estaban intentando abrirse por completo cuando mira al fondo del pasillo, una sombra se asomaba entre la imposta cubierta por un vidrio gigante que cubría mi puerta, quede totalmente paralizado, me acerque con bastante miedo, cuando más me acercaba la sombra poco a poco iba creciendo, yo agarro el picaporte, abro la puerta…

FIN

Dedicado a los que no pertenecen a este mundo, aquellos que
su vida no es más que un sueño profundo, a los que la realidad
son más que personas tristes y que solo en sus sueños
pueden ser felices. (Los Aldeanos)

Juan Pablo Mejía Díaz

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