Jueves por la tarde.

Jueves por la tarde.

Cami A. Do Palma

03/08/2019

Lidia miraba incrédula, sus ojitos color chocolate de menta se perdían en el movimiento de las cortinas de su habitación, ondas y más ondas generaba el silbido del viento, movimientos interminables que, a pesar de su periodicidad eran completamente impredecibles, Lidia huía en ese momento, siempre fue buena para perder el hilo del mundo durante intervalos cortos (y otros no tan cortos) de tiempo. Cerraba sus ojos con fuerza y entonces, sólo entonces salía de aquel lugar… Caminaba por las calles, contorneando sus caderas de lado a lado al ritmo de la música imaginaria que cruzaba su enmarañada mente. Se peinaba y maquillaba para la ocasión ¡No podía pasar desapercibida! lucía siempre su vestido más colorido y sus zapatos más cómodos para iniciar el recorrido. Caminaba a paso lento por las calles de San Petrizzio, se paseaba por todos y cada uno de los locales comerciales del barrio primaveral, mirando las estanterías con sus maniquíes flacuchos, probando telas, zapatos, carteras y trajes extravagantes sin mayor éxito ni atención. Pero Lidia insistía, volvía una y otra vez a aquellos lugares, aunque ya no viviese la misma gente, aunque ya el paso del tiempo haya carcomido la magia del pasado, aunque -lamentablemente- San Petrizzio haya sido engullida por una absurda y poco bella avalancha de cemento.

Pero Lidia no le temía a la selva, se enfrentaba a ella con gracia y astucia, y a decir verdad, sin mayor esfuerzo. Visitaba las plazas buscando palomas para alimentar, niños con los cuales jugar, o algún viejo con quien conversar, pero nunca encontraba vida. Aún así Lidia insistía, sus pequeños tacones color nude resonaban cuando Lidia desfilaba coquetamente frente a algún edificio en construcción , mirando de reojo a cada uno de los obreros del lugar, pero ninguno, ninguno de esos hombrecitos que allí trabajaban dieron vuelta alguna vez a mirarla, a lanzar algún piropo o algún beso al viento.

Y así se pasaba la tarde y la siguiente y la siguiente… Hasta que dieran las 18.30hrs y los rayos del sol se escondieran en el horizonte. Entonces Lidia sabía, sabía que ya era hora de volver al asilo con el resto de los viejos y Sally, la enfermera gorda que la obligaba a limpiarse el culo con agua fría en las mañanas nubladas de invierno.

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