LA SOLEDAD DE FRANCISCO

LA SOLEDAD DE FRANCISCO



—¡Anímese! Regresaré antes de las doce, nos tomaremos las doce uvas y brindaremos por el nuevo año… Hasta entonces, observe a su alrededor y escriba lo que se le ocurra en esta cuartilla. Ya verá… lo transcribiré todo, palabra por palabra, y lo presentaré en su nombre al “Infraconcurso de escritura” de la Fundación Fuentetaja.

Eso me dijo hace unos minutos, justo antes de irse.

Aquí me hallo ahora, delante de ese estúpido papel en blanco. Ese tío se cree un buen samaritano. ¿Se comparece de mí o le gusta chotearse del mal ajeno?

Pero si lo pienso, no tengo nada mejor que hacer que seguirle el juego… Alzo la vista y mis ojos focalizan, al tiempo que agarro el lápiz con fuerza:

«Al lado de esa ridícula lámpara de araña, una mancha de humedad inversamente proporcional a la imaginaria superficie de mi esperanza… A mi alrededor, me cobijan cuatro paredes ocres y desnudas de retratos, sin historias que contar, exentas de florituras, más allá de un sinfín de desconchones, chivatos del abandono…».

«Un sofá y un sillón, viejos y sin derecho al calor de posadera alguna… Esa orgullosa mesa setentera, que oculta su raída fornica bajo el vestido de un mantel hortera, el que comprara Yanet, la paraguaya que viene tres días por semana. ¿Quién diantres le pone ese nombre a su hija?… Tres sillas que compiten sin equipo, mostrándose tan exóticas y peculiares como mi asistenta sudamericana».


«Acá, a mano, mi mesita preferida, parida de colores: diez cajas, diez farmacéuticas, con sus logos y llamativos tonos».

«Allá la triste alacena junto al defenestrado fregadero, donde esperan seis vasos con sus cucharillas pegadas al culo, argamasa de café y azúcar».

«Tras el biombo, la joya de la corona: el plato de ducha, el lavabo y el inodoro, méndigamente subvencionados con motivo de mi minusvalía».

«He aquí yo, postrado sobre mi compañera con ruedas… A veces presiento el hueco, sin embargo, la pernera derecha del chándal gris se arruga sin carne adentro».

«Por último, el patrimonio inmaterial de mi hogar: aroma rancio a tabaco mezclado con mi propio hedor».

Ya he terminado… disculpad ese final. Giro a duras penas este mamotreto y me asomo a la ventana. Afuera la vida se abre camino en un universo aparte… Sí, me merezco lo que tengo, y no, Luis Laguna no vendrá a brindar con cava, ni publicará esa breve descripción de mi desamparo en ningún concurso. ¿O sí?

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