Estaba decidido. ¡Ya no la iba a esperar más!.

Pasaban los días y cada mañana cuando salía al balcón ella no estaba.

Mi vida parecía vacía sin su silueta.

Fue entonces cuando me despedí de aquel paisaje marítimo que me había acompañado los últimos días.

Preparé mi maleta y me dirigí a la estación. Subí al primer tren, destino: en busca de ella.

Y por fin la encontré. La vi desde la ventana. No lo podía creer. Allí estaba esperándome. Era la montaña más maravillosa que mis ojos habían visto.

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