Esa noche la lluvia arreciaba con fuerza, siempre es así después de unos días de intenso verano. Luego de una larga hora en que parecía que el firmamento se desplomaba en llanto, salí a disfrutar de una noche recién hecha a base de frescura, brisa suave y aroma a calles lavadas y árboles bañados. Me senté en la banca del viejo parque a escribir, de repente ella estaba allí enfrente, observándome con esos ojos perdidos por el sahumerio de marihuana con el cual amortiza el dolor de su vida. Le conté de lo mucho que me gusta escribir para sentirme viva, para inmortalizar los momentos que se presentan como ese, de estar hablando con ella, un ser al que muchos rechazan y consideran indigno de palabra alguna, mucho menos de una nota.

La invité a sentarse conmigo, tomamos un café suministrado por una abuela que visita el parque todos los días y se gana la vida vendiendo la aromática bebida a los visitantes. Poco a poco fue entrando en confianza, me contó del abandono de su padre cuando era apenas una niña, del maltrato por parte de su madre, de la angustia que creyó calmar un día cuando en medio de una depresión alguien creyó solucionar sus problemas colocándole el primer cigarro de marihuana en sus manos. Así entró en un mundo que la tiene atrapada hasta el día de hoy, de todos los intentos por rehabilitarse de manera infructuosa, del infierno de la calle, el desprecio, la cosecha de unos frutos perdidos por la intolerancia, el desprecio y la arrogancia de quienes no hacen nada y juzgan la vida ajena sin conocerla.

Bebía a sorbos con avidez su café mientras hablaba con ese acento típico y relajado de una mente que no coordina, viajera perdida y extraviada de la razón y la coherencia y sin embargo aún tiene memoria para contar el dolor de su existencia.

La gente pasaba y miraba por el rabillo del ojo con desprecio hacia ella y seguro juzgando también mi comportamiento. Su extrema delgadez dejaba ver unos huesos que contaban la historia por su cuenta, el olor a falta de baño se mezclaba con el frío de la noche justificando la suciedad tolerada en una noche de frío que sólo invita a una bebida caliente, una mano amiga, una charla amena y a compartir una historia de los muertos que deambulan entre los muertos.

Reímos de un montón de cosas que hablamos como si fuéramos viejas amigas, y cómo no…De hecho tenemos tantas cosas en común: la vida, el devenir, los sentimientos, un cuerpo, un alma, un pueblo, una historia, un amor, una familia,un anhelo, el hambre, los pies, los pasos, las alegrías, el llanto, y un montón de sueños desparramados por el suelo.

los árboles batían sus ramas, aplaudiendo a una sobreviviente más, de una lucha y cruenta guerra forjada a su manera. Hubo momentos de silencio en donde nuestras miradas cómplices sin juicio se cruzaron dejando un espacio a nuestras almas para sentir lo del momento, una conexión sin espacio ni tiempo, un recuerdo incrustado en la entraña con la alegría de ser escuchados por otro ser, qué importa quién es, de dónde venga, basta la alegría del momento.

A veinte metros, en una cafetería tan antigua como el parque, sonó una canción: «Mamá, dónde están mis juguetes», era navidad, de alguna manera lo que esperan los niños en esa época de luces e ilusión; la observé, seguro que ella tampoco habría tenido muchos juguetes, bueno…Yo tampoco los tuve, sin embargo tuve la enorme dicha de tener mis padres y ser muy amada. Asintió sin preguntarle, me contó de cómo todo escaseaba en su casa, pues su madre trabajaba en las calles para sostener el hogar y si faltaban alimentos, qué decir de juguetes, hay cosas que no se preguntan, las circunstancias hablan solas y lo dicen todo.

Estaba muy interesada en mis escritos, me hacía muchas preguntas y le parecía extraño encontrar a alguien como yo, que quiso compartir con ella una charla en una gélida noche propicia para limpiar el corazón y vaciar los dolores que dejan los años.

Finalmente me hizo prometerle que un día sería inmortalizada en alguna historia que sería recreada en la imaginación de aquellos que se tomaran el tiempo para leerla; ese día es hoy, y le dedico a ella este relato de la calle, gestado en las aceras, vivenciado en una banca de un parque, recreado con una taza de café, acompañado por la lluvia con los árboles por testigo, y guardado por siempre y para siempre en mi corazón como agradecimiento por haber sido la fuente de mi inspiración.

CHELORE

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