Una foto en Castrohinojo

Una foto en Castrohinojo

Juan Manuel Moro

10/09/2018

Un ruido punzante se incorporó en mis sueños y sobresaltó mis sentidos, abrí los ojos en la oscuridad y me senté en la cama, demoré unos segundos en entender que el sonido provenía de mi teléfono celular. Me prometí a mí mismo que luego cambiaría esa música espantosa de mis notificaciones de whatsapp. Pero debía saber de qué se trataban esos mensajes que no dejaban de llegar, pues a las tres de la mañana se incrementan las posibilidades de que se trate de una mala noticia, un accidente, una desgracia.

Caminé despacio hacia el comedor y encendí el teléfono con cierto temor. Inmediatamente me di cuenta de que todo estaba bien, los mensajes eran fotos que enviaba mi madre desde España, que antes de salir a una excursión con la empresa de turismo, a las ocho de la mañana, envió todas las imágenes capturadas el día anterior al grupo whatsapp familiar, sin percatarse de que llegarían a Argentina en plena madrugada.

Lo primero que pensé fue en volver a la posición horizontal en la que me encontraba, al despertar vería lo que mi madre quería compartir, pero sin querer vi la primera foto que se descargó. En ese momento, una fuerte opresión en el pecho me dejó sin aire unos segundos, mi alma entendió antes que mi cerebro lo que estaba pasando. La foto era simple para cualquiera, pero tan significativa para quienes conocíamos la historia familiar que, no podía evitar que la emoción tomara casi de rehén a mi cuerpo, me senté y respiré profundamente, tratando de calmar esta reacción corporal involuntaria.

Con cada respiro, imágenes diferentes de la vida de mi padre aparecían como diapositivas en mi mente, algunas que había visto en fotos, otras que había imaginado de acuerdo a lo que me habían contado alguna vez. Entre ellas pude ver, su despedida de España en brazos de mi abuela, el primer día de escuela en Tres Arroyos, el reparto de leche en el carro del abuelo, el trabajo en la huerta familiar, el calefón de alcohol y muchas cosas más. Una a una, esas imágenes, en orden cronológico, se presentaban queriendo explicar la emoción tan imponente que sentía, y me recordaban la vida humilde pero repleta de trabajo y dignidad que había transcurrido mi padre.

Luego de unos instantes, una de esas tantas imágenes se quedó detenida, era una imagen que alguna vez imaginé y que guardé en mi corazón como un recuerdo real. Era mi abuela Teresa en brazos de mi padre, mi padre adolescente y mi abuela en sus últimos momentos de vida. Ella tenía diabetes en los tiempos en los que ser diabético y ser alérgico a la insulina era una situación muy delicada. Mi abuela, con su pequeña altura y la delgadez de los últimos tiempos de vida, hacían que mi padre la pudiera llevar fácilmente en andas, jugando con ella a dominarla, disfrutando al máximo su calor, su olor y su suavidad materna, antes de la inevitable despedida.

Esa imagen me hizo entender la emoción intensa que me generó la otra, la que recién llegaba, directo desde Castrohinojo, su pueblo natal. En ella, estaba mi padre saludando y conociendo al mismo tiempo a su tía Eloína, la hermana de Teresa, quien poseía una similitud increíble con su hermana, pero con las características propias del paso del tiempo. Debajo de la foto mi madre solo había escrito la frase que Eloína expresó en ese bello y emotivo encuentro: «has vuelto niño, has vuelto”.

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