Recuperando sueños

Recuperando sueños

Antonio Fernandez

15/08/2018

Mario y su hermano Antonio, de 32 y 34 años respectivamente, habían hecho coincidir una semana de sus vacaciones en agosto para volver al camping donde veinte años atrás habían pasado los mejores veranos de sus vidas: Los Escullos, en Almería.

Tras ocho horas en autobús desde su ciudad, Sevilla, llegaron a su destino; sin embargo, aún les esperaban dos kilómetros desde la parada del autobús hasta el camping, y tenían que hacerlo con sus enormes mochilas a cuestas bajo un sol abrasador en medio del desierto de Tabernas.

Después de unos eternos cuarenta minutos, por fin llegaron a la entrada del camping. Un sentimiento de nostalgia que llegó a lo más profundo de su alma se apoderó de Mario.

– ¡Ya hemos llegado, brother! -le expresó contento su hermano.

Mientras subían por la calle principal hacia su parcela, Mario señaló la primera calle que dejaban a su derecha:

– ¡Ahí estaba nuestra caravana!

– Por ahí tuve que cargar yo contigo, cabrón.

– ¡Jaja, verdad! ¡Vaya papa me cogí!

Después de montar su tienda de campaña, Antonio le comentó a Mario:

– En esta calle fue donde el David robó un martillo, lo tiró por los aires y le dio a un coche.

– Sí, tío. ¡Menudo elemento!

Una tarde, cuando regresaban de la playa, se encontraron su tienda de campaña abierta. Se habían llevado el cargador del teléfono móvil de Mario:

– El hijo de puta que haya entrado me ha robado el cargador del móvil.

– A lo mejor el David ha pasado por aquí -bromeó Antonio.

Por la noche salieron al mítico bar de Jo. Al pasar por debajo de la cafetería del camping, Antonio le comentó a Mario con una sonrisa pícara:

– Aquí me fumaba yo los cigarritos a escondidas con el Ivan y el Manuel.

Después de unos minutos andando llegaron al bar de Jo. Este era un establecimiento de estética hippy regentado por un viejo motero, Jo, que lucía una barba más blanca que nunca. Allí, además de escuchar Rock and Roll y beber los famosos chupitos de ron con marihuana, se realizaban actos culturales.

Mario y Antonio estuvieron bebiendo chupitos de ron con marihuana, como no podía ser de otra forma, y cervezas, mientras fumaban y seguían recordando anécdotas bajo un cielo estrellado que les seguía pareciendo único.

Y llegó el sábado. Sería la última noche que pasarían en aquel lugar donde habían sido tan felices. Se vistieron con sus mejores galas y fueron a la discoteca Chamán, la primera que habían pisado.

Fueron a través de un camino de piedras, como hicieran veinte años atrás, iluminados por la luz de la Luna, las estrellas y ahora también la de sus teléfonos móviles. Quince minutos más tarde llegarían al final del camino, y Mario le dijo a Antonio:

– Aquí fue donde el padre de Ángel lo pilló fumando, y cuando le preguntó si estaba fumando, le dijo que no echándole todo el humo en la cara.

Los dos hermanos estuvieron un rato riéndose y después entraron en Chamán.

Llevaban varias copas cuando Mario, al mirar la pista de baile, recordó la primera canción que había bailado en su vida: La vida es un carnaval de Celia Cruz, junto a sus amigos las gemelas Ana y Victoria, Juan, Tania y Lucas; esa noche el alcohol había conseguido vencer a la timidez que siempre acompañaba a Mario.

De repente, una despampanante morena lo despertó de su feliz recuerdo:

– Mira qué buena está esa, Antonio.

– ¡Vaya cacharro!

Más tarde, salieron a tomar el aire. Mientras estaban sentados en la terraza al borde del mar, la joven morena y su amiga, una chica poco agraciada, se sentaron frente a ellos. Aquel ángel caído del cielo miró a Antonio con una sonrisa que animaría al más deprimido. Este, que era un experto con las mujeres, supo que aquella era una señal que no podía desaprovechar.

Se levantó y fue a hablar con ella, y unos instantes después estaba sentada en la mesa de Mario y Antonio con su amiga. Mario, afectado por el alcohol y su timidez, le preguntó a Marta, que era el nombre de aquella diosa:

– ¿De dónde eres, Marta, de aquí o de Almería?

Todos se rieron al escuchar la torpe pregunta de Mario.

– Perdonad a mi hermano; es que no se le puede sacar de casa -bromeó Antonio.

Mario se sonrojó y sintió una ira titánica hacia su hermano. A continuación, se levantó y les dijo que iba al servicio.

Estaba sentado en la playa maldiciendo a su hermano por haberlo dejado en ridículo delante de Marta cuando este le mandó un mensaje preguntándole dónde estaba. Le respondió, y unos minutos después apareció allí:

– ¿Qué haces aquí? Beatriz -la amiga de Marta- se ha aburrido, y se han ido a su casa.

– ¡Oh, cuánto lo siento! -le contestó Mario con sarcasmo.

– ¿Qué te pasa, quillo?

– ¡Tenías que dejarme en ridículo delante de Marta!

– ¿Yo? ¿Por la broma qué te he hecho? ¡Era de coña, capullo!

Mario, quien sabía que a veces podía ser muy susceptible, se dio cuenta de que había sobredimensionado la broma de Antonio:

– Lo siento; me he rayado un poco. Entonces, ¿Marta y Beatriz se han ido?

– Sí, pero no pasa nada, yo te he gastado la broma, y tú me has dejado sin pinchito esta noche.

Ambos hermanos se partieron de risa. Después, Mario se acordó de sus bellas y simpáticas amigas francesas, Scarlett y Marion:

– Me gustaría que estuvieran aquí Scarlett y Marion.

– Y a mí, pero tienen sus familias.

– Lo sé. ¿Sabes? Estaba pensando que habrá mucha gente que nunca volveremos a ver -le dijo Mario con aire melancólico.

– No te preocupes, brother, tú y yo siempre nos tendremos.

Mario y Antonio se miraron sonriendo y chocaron las manos, y aquella luminosa noche sintieron que eran los hombres más afortunados del mundo.

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