La condena de Drácula

La condena de Drácula

Concurso literario bajo la temática “Historias del viaje” leí en la web en uno de mis escasos ocios penitenciarios y me dije < ¿por qué no?>, quizás a alguien ahí afuera le interese conocer cómo fue mi discurrir hasta esta condena que tanto ha mancillado mi noble apellido.

Y es que yo era un joven y pasional conde sin mundo, pero con ínfulas de amor y espíritu aventurero. De modo que sin pensarlo demasiado embarqué rumbo a New York, la ciudad que nunca duerme.

Allí encontré lo que buscaba en la figura siniestra y pálida de una bella dama que me cautivó, sorbiéndome el alma hasta arrastrarme a mi propia perdición.

Cuando tras una noche loca, atravesando de cantina en cantina la brumosa Manhattan, acabamos mordisqueándonos en su castillo con forma de loft y decoración art deco minimalista, en la planta vigésimo tercera de un rascacielos anclado entre las calles cuarenta y uno y Transilvania, la ausencia de espejos debió haberme puesto sobre aviso pero, fascinado por su figura y su elegancia e hipnotizado por su intensa mirada y su dulce acento de Europa del este, me metí, inconsciente de mí, en el lecho que me ofrecía, sellando con ello mi ataúd.

La abogada era una criatura seductora, sensual, con extraños y caros hábitos nocturnos que me arrastró a su mundo de tinieblas y juegos confusos y que, cuando tras seis intensos meses de devorarme poco a poco en una relación rayana en lo mitológico, me dejó plantado sin un dólar en el bolsillo, alegando fríamente que mi sangre y mi simiente habían demostrado no ser buenas para sus propósitos, se marchó, sin un adiós, a encerrarse, en lo que ella consideraba su inexpugnable castillo.

Más tarde el juez Van Helsing no comprendió mi desesperación o mi adicción si así lo prefieren, a esa hembra de ensueños, y no consideró con benevolencia el que yo, un provinciano extranjero, por amor y despecho, recurriese a invadir su alcoba y a clavarle una estaca en su corazón vacío, mientras ella dormía a plena luz del día.

Y por ello, me condenó a cadena perpetua solicitando que fuera encerrado en la mazmorra más tétrica y oscura que hubiera, siendo desde ese momento alimentado a base de bendita agua e insípida sopa de ajo – porque un monstruo como usted, señor Drácula, capaz de arrebatar la vida de esa manera a una criatura tan hermosa como era la dama de este relato, no merece volver a ver jamás un solo rayo de sol. – Concluyó golpeando con la maza y sentenciándome a cargar con este bagaje por los infiernos de la iconografía popular.

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