Como todos los eventos familiares, estoy sentado en un rincón, formando parte del decorado del salón. Con el tiempo me han aceptado como un observador casi invisible, entienden que soy un hombre de pocas palabras y que obviamente no formaré parte de la pista de baile, ni de la ronda de chistes, pero siempre estoy allí, y no soy un renegado, suelo acompañar haciendo palmas en algún karaoke y hasta he llegado a reírme forzosamente de los pésimos chistes del tío Alberto. A veces creo que cuando organizan la ubicación de los invitados, reservan para mí, el lugar con menos iluminación y con acceso más intrincado, pues saben que de allí no me moveré, y eso lo agradezco, me hace sentir querido, porque me aceptan como soy.

La llegada de la tecnología y las redes sociales convirtieron estos encuentros en momentos más que interesantes de mi monótona vida. Y tengo la suerte de que, aun manteniendo el dibujo de la silueta en mi imagen de perfil e intuyendo que no realizaré ningún aporte importante, mis familiares me incorporaron a sus amistades virtuales. Para ellos, cumpliría el mismo rol observador de siempre.

Hoy, estamos festejando el esperado casamiento de mi primo Tobías y la familia está alborotada, tanto en su vida real como en la virtual, y desde temprano, antes de la celebración en la Iglesia, comenzaron a surgir publicaciones muy sugerentes. Sin ir más lejos, la tía Josefina compartió una “selfie” en la que se la veía en una peluquería, con alguien maquillándola y debajo aclaró: “la belleza cuesta”. Para cualquiera no es más que una simpática publicación, pero pocos sabemos que ese espejo que aparece detrás de su rostro no se encuentra en una peluquería sino en un cuarto de su propia casa, y quien la maquilla es Silvia, la vecina. Es entendible, Josefina desde que se separó del tío Jorge, se vio envuelta en una caída estrepitosa de su nivel de vida, pero le cuesta asumirlo frente a sus amigas, por lo tanto, simula ir a una peluquería, como lo haría cualquiera de ellas antes de un casamiento.

Mi primo Andrés, hermano de Tobías, tuvo que ser arrastrado por su madre hasta la iglesia, pues no quería presenciar el casamiento, estaba pasando por una enorme depresión por la ruptura abrupta de la relación con su novia, y estar allí lo haría sentir más solo aún. Sin embargo, en plena boda subió una foto en la que se lo veía sonriente y se aseguró que aparecieran en escena dos amigas hermosas de la novia. Acompañó esa imagen con una frase sin desperdicio: “Disfrutando el momento, tu felicidad es la mía brother”. No pude contener una pequeña carcajada en plena iglesia y varios se dieron vuelta sin entender mi reacción.

Sin dudas, lo mejor siempre aparece en plena fiesta, cuando todos quieren demostrar virtualmente que son las personas más felices del planeta. No faltaron las fotos de mi madre luciendo un vestido ajustado luego de un año y medio de dieta estricta. Ni tampoco de mi padre, quien apareció brindando y señalando la botella del vino más caro del mercado, aunque solo tomó agua durante toda la noche por sus problemas de salud.

Mi hermana, es la que más se destaca por su falsedad virtual. Agregó una foto hermosa en la que está dialogando conmigo, intuyo que le pidió a mi prima que la tome mientras ella me pedía un cigarrillo. A esa imagen la acompañó con una frase conmovedora: “Disfrutando de la fiesta con mi hermanito, el más dulce”. Claro que pude verla a través de un “me gusta” de algún amigo en común, porque ni siquiera compartimos amistad en las redes sociales. Supongo que, con esa imagen, quiso atenuar la otra que estaba dando en la fiesta, de mujer audaz y extrovertida, pues a esa altura de la noche, le faltaba insinuarse a uno solo de los mozos que circulaban por allí.

Mi prima Roberta, también se luce en las redes sociales, mostrando al mundo su familia perfecta. En medio de la noche publicó una bella foto con sus dos hijos varones, acompañada por una expresión salida del corazón: “amarlos es mi único placer”, sin embargo minutos antes arrastró de la oreja a su hijo menor, que se había dormido en una silla, y amenazó con romperle la consola de vídeo juegos a su otro hijo, si no sonreía al momento de la foto.

El ingreso del cotillón en la fiesta coincide con el pico más alto de exposición virtual, pues tener un gorro de colores, unos lentes con brillo o una nariz luminosa, sin dudas, es un símbolo de extrema diversión, y esto no puede faltar en una vida virtual. El caso más notorio en la fiesta fue el de una pareja de jóvenes que discutía acaloradamente, pero interrumpieron un instante su pelea para subir a las redes sociales una bella foto en la que ambos sonreían y lucían unos sombreros altos y coloridos.

También es claro que las mujeres tienen más exposición en sus vidas virtuales cuando inicia la fiesta, pues sobre el final, su producción en maquillaje y peinado se va deteriorando, mientras que los hombres aumentan su presencia virtual en coincidencia con el nivel de alcohol en sangre, porque están mas desinhibidos, aunque muchas veces las fotos que suben los meten en problemas.

Estoy empezando a pensar que, después de Netflix, los eventos familiares representan mi mayor diversión. No puede dejar de asombrarme cómo, casi todos, están mucho más preocupados por lo que muestran en su vida virtual que en su vida real, y cuentan con la complicidad de los que conocemos esta última. Me inquieta que un simple «like» tenga más valor que una mirada cómplice, un gesto, un abrazo. Y no puedo dejar de preguntarme, ¿cuál de las vidas creerán que están viviendo?

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