En el frío de estas calles oscuras, que permanecen en un invierno interminable, donde lo único que parece avanzar es el tiempo.

Percibimos el resonar de esa guitarra, esa voz que suena como un eterno tarareo incomprensible, que incapaces de ignorar escuchamos porque nos contamina de alegría. Todos los días, el mismo lugar, a todas horas; solo nos atrevemos a dedicarle pequeñas sonrisas tímidas como reflejo de nuestras preguntas recluidas que jamás nos arriesgaríamos a formular, cómo: ¿¡Quien te has creído que eres!?, ¿¡No se comporta con normalidad!?, ¿¡Por qué eres tan feliz!?, ¿Eres feliz?.

Sin embargo, nunca cometería la osadía de interrumpir o invadir esa felicidad tan simple y escasa de observar en nuestro viaje diario hacía nuestra cárcel.

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