Invasión en la Republica Independiente.

Invasión en la Republica Independiente.

F. Javier Valero

18/06/2016

–Mira José, si no puedes pagarme esta noche recoge tus cosas…

Al colgar, José recuerda que hasta que se quedó en paro y empezó a deberle noches, el dueño de la pensión no le tuteaba y le llamaba señor Martínez.

La cajera sigue esperando:

–Son dos euros, José… ¿pasa algo?

José le guiña un ojo, pero hoy no sonríe. Come en Ikea dos veces a la semana desde que se enteró de la oferta, ojalá dormir le saliera tan barato. La llamada le ha quitado el hambre y se levanta sin terminar. 

Pasa la tarde vagando por los distintos ambientes de ese hogar gigantesco: salones donde se imagina jugando con sus dos niños, cocinas donde les prepararía suculentos platos de pasta, dormitorios donde él y Lola vuelven a encontrarse… Se sienta en una cama y llama a su hermano:

–…Ya sabes que no tengo sitio con los críos y el sofá está hecho polvo… –su cuñada sigue enfadada– Mira, te puedo dejar veinte euros –apenas llega para una noche, pero da para diez almuerzos…– Otra cosa, hablé con ventas, no entienden cómo un tío con tu experiencia no encuentra cu…

Sigue recorriendo pasillos hasta llegar a los almacenes y a las cajas, allí se da la vuelta y empieza a circular en sentido inverso a todas esas familias. Se detiene en otro dormitorio, es el doble de grande que el que ocupaba hasta ayer, la cama también… Son las diez menos diez y la gente ha comenzado a marcharse. ¿Dónde acabará él? No quiere ir a un hospicio. Abre las puertas de un armario, es amplio y cabe una persona de pie. Nadie le ve meterse dentro.

 

Lleva ya veinte minutos ahí metido, de pie, sin moverse, está sudando y le cuesta respirar. Acerca su boca al breve claro que separa las dos puertas y aspira aire de fuera. Luego observa pasar a una vigilante de seguridad. Cuando se aleja, José sale y se desliza bajo la cama que tiene enfrente. ¿Le habrá grabado alguna cámara? Bueno, no está robando, y robarle una noche a Ikea tampoco será un delito tan grave.

Desde el suelo puede ver la cocina que hay al otro lado del dormitorio, también unas botas bajo la mesa. Se oyen unos cubiertos, la vigilante está cenando como en casa. José aún siente en la garganta algunas partículas de polvo del armario. Tose una vez. La vigilante abandona la cocina y se encamina a la sección de baños, pero José vuelve a toser y en pocos pasos las botas se colocan delante de sus ojos.

–A ver, salga despacio…

José sale de debajo de la cama y le muestra el móvil.

–Se me había caído y…

Ella le mira con una mano en la empuñadura de la pistola. Es guapa, media melena rubia, ojos verdes, le saca un palmo. Juraría que no puede aguantarse la risa ante esa explicación tontorrona.

–Por favor, déjeme marchar, no tenía donde dormir…

A la vigilante ese tipo delgado que se comporta como un niño le parece inofensivo. No es un tarado ni un drogata. Decide no esposarle y le acompaña a la salida. Antes, José se gira hacia la cocina, tiene una isla en el centro.

–Lo que prepararía yo ahí si me dejaran…

Ella le mira de arriba abajo.

–¿Tiene hambre?

Sin quitarle la vista de encima ella le lleva hasta la mesa donde ha cenado y le ofrece el bocadillo que se ha traído para desayunar.

–¿Y si nos graba una cámara aquí sentados?

–No se preocupe, están en la zona de cajas y en áreas críticas.

–¿Sabe? Las cosas me iban bien… al divorciarnos le dejé la casa a mi ex, bueno, a los niños, al menos tienen el nido asegurado –la vigilante se fija en sus manos bronceadas y la camisa descolorida, debe pasar muchos lunes al sol– ¿Me va a detener? Es usted demasiado guapa para ir deteniendo gente…

Ella intenta reprimir su sonrisa. Luego le conduce hasta la salida, pero cambia de opinión y le lleva hasta una  cama de estilo colonial.

–Duerma ahí… Le avisaré antes de las siete, cuando acaba mi turno, y se marchará. Pero solo por hoy, y si me da problemas…

 

La noche siguiente, a las diez menos cinco, José vuelve a estar en la sección dormitorios. Un niño juega a entrar y salir del armario donde se metió ayer, no quiere irse y su madre tira de él. José se acerca a la cama, deja caer su móvil, lo empuja con la punta del zapato y luego él se cuela debajo. Todos esos pies se mueven deprisa tras el anuncio de cierre. Nadie le ha visto, excepto su amiga la vigilante que ya ronda la sección.

Cuando los empleados se han ido José y la vigilante comparten de nuevo la mesa. Esta vez él apenas habla. Mientras pasean por los dormitorios, camino de la salida, ella le dice que le pagan poco, que le ayudará a encontrar algo, que le gustan sus manos, que debe estar loca… Al llegar a la cama colonial se dejan caer, y arropados por las estanterías acaban por olvidar donde están.

 

José la observa vestirse, seria como un soldado al partir. 

–¿Se puede saber por qué sonríes? Me la estoy jugando…

–En dos días tengo una mujer maravillosa y un hogar… solo me falta un trabajo…

Ella le mira fijamente.

–Estoy casada.

Al día siguiente, a las diez menos diez, José está en el mismo dormitorio. Alguien de uniforme merodea tras las estanterías. Cuando la vea, le guiñará un ojo y dejará caer el móvil junto a la cama. Pero es un hombre el que aparece, con la misma estatura y uniforme que ella.

 

Al salir, José se pregunta si encontrará armarios tan amplios en Conforama.

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