CARLOTA BERGMAN E HILDEGARDO BOGART en CASABLANCA

CARLOTA BERGMAN E HILDEGARDO BOGART en CASABLANCA

«Casablanca» era una película que me moría por ver pero que, quizá pese a ser todo un clásico del cine no había sido exhibida recientemente en México por atender a otras prioridades más actuales, comerciales y lucrativas. Eran los últimos años de las grandes salas de cine en la Ciudad de México; El Cine Latino, El Cine Plaza (de 4 pisos) y El Cine Diana, entre otros de ese calado y tradición, estaban por desaparecer o, en el mejor de los casos, de fraccionarse en pequeñas salas más rentables que permitirían exhibir varias cintas al mismo tiempo y en horarios intercalados. El otrora poderosísimo Sindicato que controlaba a todo el personal de los cines capitalinos, y por tanto a sus propietarios, también estaba por ser difuminado o borrado del mapa por un dedazo directo del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari (CSG). En ese entonces había una chica por la cuál yo me desvivía, aunque no estaba consciente de que por pertenecer ella a una familia “de gran abolengo y tradición”, y por supuesto de un colosal poder adquisitivo no tenía yo la menor oportunidad de llegar a tener una relación formal con ella pese a que mi madre por aquellos ayeres tenía una arraigada y muy profunda amistad con los padres de ella. De hecho coincidíamos en muchas fiestas, comidas y celebraciones, jugamos juntos durante nuestra infancia a pesar de que yo era bastante mayor que ella. Con solo verla se me escurría la baba, ella lo sabía y me coqueteaba de lo lindo, literalmente hablando, me traía cacheteando banquetas. Fue así como un buen día leí en el Periódico Excélsior, que por aquellos ayeres gozaba de una gran tradición y prestigio entre las personas de alto nivel cultural, que ese fin de semana exhibirían «Casablanca» en El Cine Latino de la Ciudad de México. Mi emoción fue enorme, sin pensarlo de inmediato le llamé por teléfono para preguntarle si le apetecía ir conmigo al cine a ver «Casablanca»; me pidió un momento para ir a preguntarles a sus papás si le daban permiso, afortunadamente recibió una respuesta afirmativa se concretó la fecha y hora de la cita. Pasé por ella a su casa a la hora convenida y después de saludar a sus papás y hermanos nos fuimos al cine. Estábamos muy emocionados, era la primera vez que ella salía sola con un chico y yo no me acababa de creer mi buena fortuna. En aquellos tiempos los cines acostumbraban presentar, además de comerciales y anuncios de la dulcería de la sala, cortos de las cintas que próximamente ahí se estrenarían. Hasta ahí todo en paz y calma, no fue sino hasta el momento en el que mi ex novia platónica, Ingrid Bergman y el suertudo de Humphrey Bogart se dieron un apasionado beso, que ambos volteamos a vernos e hicimos lo propio. Fue un momento mágico, radiante e indescriptible. Aunque en ese instante no lo sospechábamos, por azares de la vida y del destino, también irrepetible. 

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