SU SONRISA MÁS AMPLIA

SU SONRISA MÁS AMPLIA

Linares, 31 de agosto de 1952

Héroe

Esos railes de acero tienen una hendidura, la garganta, destinada a guiar las ruedas del tranvía, por lo que Juan José mantiene siempre la vista puesta en el suelo, mientras que la llanta delantera zigzaguea danzando peligrosamente con ese hueco. No hay un mejor sitio por donde avanzar con su bicicleta de carreras ya que, a los lados de la vía férrea, el adoquinado es más irregular y, por tanto, más peligroso, pero Juan José no siente miedo.

La carrera continúa de manera que, a cada viraje en la avenida, pierde velocidad para luego tratar de recuperar la cadencia espoleado por los aplausos y arengas del público que se agolpa en las aceras. Sus piernas pesan como losas y, pese a ello, avanza como si no le costara hacerlo… se anima «¡venga, un giro más y ya está!» pero en su ansia por culminar mira hacia atrás buscando a sus perseguidores, deja de controlar los adoquines hasta que la llanta coquetea con el riel estando en un tris de introducirse en él; pero ese domingo las moiras están del lado de Juan José que agarra con fuerza el manillar y escapa de, lo que hubiera sido, una infame caída…

Ya es el último cambio de dirección, en el final de la Avenida de Linarejos, justo donde hoy se alza esa fuente con la estatua de esa mujer que representa la libertad. Acomete la virada, acelera, levanta la cabeza y alzando sus brazos en señal de victoria atraviesa a gran velocidad la pancarta de meta.

Así fue como aquella mañana de domingo, treinta y uno de agosto de dos mil cincuenta y dos, Juan José se sintió protagonista en un día raro y extraordinario a partes iguales, el día más especial de su vida. El peso del trofeo le durmió los brazos mientras se hallaba subido en aquel rudimentario pódium. Bajos sus pies, oculta bajo una tela blanca, descansaba una estructura hecha con doce cajas de madera, que unos años antes habían servido de envase para las botellas de un conocido vino elaborado en una bodega de Valdepeñas…

Allí en lo más alto, levantando su copa, Juan José fue héroe por un día.

Valdepeñas, 20 de febrero de 2001

Destino

Están reunidos a la mesa y Javier interrumpe el silencio: «He conocido a una chica por internet y creo que no me voy a separar jamás de ella; es de Linares y tendréis la oportunidad de verla este viernes» les dice.

Los ojos de Juan José brillan en la sombra porque su hijo está enamorado. Al oír la procedencia de esa chica rescata de su mente aquel viejo pódium. Es como si, de alguna extraña manera, Linares estuviera unido a su destino. De hecho, unos años después de aquella feria del 52 había rechazado una oferta de trabajo en aquella localidad jienense, quizá fue por falta de valor, quizá por no mover a la familia. «Parece que voy a volver a Linares» piensa.

Linares, 16 de febrero de 2002

Felicidad

Está asomado a la ventana divisando aquella avenida: en la calzada sólo está el gris asfalto, ya no hay railes; al fondo del paseo, donde hoy se eleva el monumento de Andrés Segovia, justo allí, improvisaron aquel día su pódium, y no puede evitar verse de nuevo agarrando aquella copa que acabó donando a su club, «¿Dónde terminaría guardada aquella pancarta de tela o las viejas cajas de vino?» se pregunta «Desaparecieron, sólo existen en un pequeño recoveco de mi memoria, al igual que ese público que me arengaba, muchos habrán fallecido» se contesta. En el fondo, si nadie lo recuerda, es casi como si no hubiera existido.

Suelta el visillo se gira y regresa a la boda. En el salón los comensales ríen y charlan en alto ajenos al pasado y él, sentado en la mesa principal, se guarda una diapositiva: la mano de su hijo Javier agarra la de su esposa, se miran con complicidad; Juan José, casi cincuenta años después, vuelve a ser feliz en Linares.

Valdepeñas, 15 de agosto de 2015

Movimiento

Bajan los dos muy lentamente por la Calle Castellanos, Juan José tembloroso, agarrado a su andador y Javier en silencio, sin dejar de mirar a su progenitor. El rostro de aquel anciano es la mejor muestra de empeño y esfuerzo, el mejor testimonio de vida; cada no más de diez metros han de parar para que Juan José tome resuello y al llegar a la esquina se detienen, descansan unos minutos y regresan para acometer los cincuenta metros de vuelta que le separan de su casa.

Y Javier siente orgullo, ese capaz de apagar cualquier pena: el alma de su padre sólo sabe pelear y estará enamorada del movimiento hasta el final.

Alto de la Fuenfría, 21 de septiembre de 2015

Esfuerzo

Se termina la larga subida, Javier ha alcanzado el avituallamiento del Alto de la Fuenfría. Nota como sus sienes le martillean con la periodicidad que marca cada pulsación; la cabeza le da vueltas al igual que una noria, como en nuestra primera borrachera en la que, tras sus efectos, nos preguntamos «¿por qué demonios he hecho esto?».

Tras sentarse en una silla siente que su cuerpo es un peso muerto que pide a gritos reposo. Mira la comida pero las náuseas le impiden digerir nada y, en esta guisa, siente como se apaga su aventura a la par que un demonio interior le invita a que abandone la carrera. De repente un voluntario con forma de ángel se le acerca y le dice:

Si no te levantas y echas a andar te puedes dar por finiquitado. Javier, espoleado, se incorpora y al hacerlo se tambalea, el voluntario está a punto de cambiar de idea y llamar al enfermero de la ambulancia pero, Javier ha comenzado ya a corretear y el muchacho decide dejarlo marchar.

Desde allí hasta Segovia le esperan veintidós largos kilómetros que le darán para reflexionar y, sobre todo, para estar con su padre.

Segovia , 21 de septiembre de 2015

Ejemplo

Javier se va a apagando al ritmo en que consume sus últimas energías. Lo único que le da arrestos mientras ve a lo lejos Segovia es recordar a su padre afrontando los últimos veinte metros de su paseo. «Papá, yo sufro mi reto de estos 100 kilómetros y tú tienes el de los 100 metros que muchas tardes te obligo a acometer» piensa. Así es como con esta reflexión obliga a que sus piernas sigan emitiendo zancadas y con la imagen de su padre en su cabeza va acortando los metros que le acercan a la meta.

Cuando por fin enfila la última cuesta abajo en la calle San Francisco, siente como se le eriza el pelo de sus antebrazos. Tras cruzar el arco, al lado del impresionante Acueducto, se siente diminuto, allí agachado, con sus manos sobre sus rodillas sosteniéndose el esqueleto, y rompe en llanto.

Valdepeñas, 20 de julio de 2017

Testamento

Nunca hablé mucho con mi hijo, realmente no supimos qué decirnos, quizá porque no aprendí a abrirle mi corazón. Ahora mis oídos no oyen apenas y él no entiende lo que le digo, pero a pesar de todo me enternece ver cómo me cuida: saca la pluma de la insulina y sé lo que va a decirme: me indicará con gestos que me suba la camisa y me pinche en la tripa… mis hijas siempre me pinchan, son mejores enfermeras que él, pero no se lo reprocho, en realidad siempre espero que haga ese gesto instándome a que consume el pinchazo yo mismo. Así, día tras día, agarro el aparato, aprieto el botón y giro la ruedecita…la insulina entra de forma indolora y entonces pienso en otros tiempos en los que comunicarse era más fácil, se me entendía lo que decía, aunque yo estuviese empeñado en hablar poco. Tuve infinidad de ocasiones para preguntarle a él y a su mujer por sus carreras, podría haberle dicho alguna vez lo orgulloso que me siento, pero al menos, en estos meses compartidos, nos hemos sentido cerca, como si nos hubiéramos curado.

Allí postrado en la cama de ese hospital les mira, están todos, sus hijas, su hijo, su mujer, sus nietos…, realmente se puede ir ya, no le queda nada importante por hacer. Y así comienza a dejarse llevar, sin oponer más resistencia, es muy fácil; pese a lo que siempre había pensado, llega ese momento y no se siente miedo, quizá porque mientras se está uno yendo, se ve acompañado de los suyos.

Linares 25 de noviembre de 2018

Retorno

Hace un frío inusitado en Linares para esa época del año y pese a todo salimos a dar una vuelta. Me abrocho hasta el último botón de mi abrigo y tras aparcar paseamos un rato: hoy toca ir al cine, pero antes callejeamos para ir a una cafetería que han abierto hace poco. Nada más entrar en el local me siento como en casa: con un toque de años cincuenta y repleto de recuerdos colgados en las paredes, completándose el mobiliario con un montón de viejos enseres. Nos vamos al rincón más apartado y charlamos, siempre tenemos cosas que decirnos y más desde que ella también comparte retos deportivos. A nuestro lado reparo en una caja de madera donde antaño transportaban las botellas de vino, en su rotulación pone “Bodegas Morenito, Valdepeñas”.

Ya cuando voy a pagar en la barra, llama mi atención unas fotos en las que se ve el Paseo de Linarejos, La Plaza de Toros, Manolete unas horas antes de morir, la Calle Julio Burell…, escenas del día a día de una ciudad que vivió su gloria, pero es una foto la que, especialmente, atrae mi atención; cuando mis ojos se clavan en ella el corazón se me hiela: en un improvisado cajón se ven tres figuras, en seguida reconozco a la persona que posa en lo más alto, se pelea por mantener entre sus brazos un trofeo que claramente le cuesta sostener. Su sonrisa le delata, es la sonrisa más amplia que jamás le había visto.

Este relato está basado en hechos reales, vividos por este aprendiz de escritor y por su padre. Como se aprecia en la foto el trofeo no era muy pesado, y no había pódium improvisado, seguramente el rail no era tan peligroso, pero mi padre ganó aquella carrera, al igual que ganó la otra, la más dura, la de la vida.

Dedicado a tí Papá

OH MELANCOLÍA (SILVIO RODRIGUEZ)

Hoy viene a mí la damisela soledad

Con pamela, Impertinentes y botón

De amapola en el oleaje de sus vuelos

Hoy la voluble señorita es amistad

Y acaricia finalmente el corazón,

Con su más delgado pétalo de hielo

Por eso hoy, gentilmente te convido a pasear

Por el patio, hasta el florido pabellón

De aquel árbol que plantaron los abuelos

Hoy el ensueño es como el musgo en el brocal,

Dibujando los abismos de un amor

Melancólico, sutil, pálido cielo

Viene a mí, avanza, viene tan despacio,

Viene en una danza leve del espacio

Cedo, me hago lacio y ya vuelo, ave

Se mece la nave lenta, como el tul

En la brisa suave, niña del azul

Oh melancolía,

Novia silenciosa,

Íntima pareja del ayer

Oh melancolía,

Amante dichosa,

Siempre me arrebata tu placer

Oh melancolía,

Señora del tiempo,

Beso que retorna como el mar;

Oh melancolía,

Rosa del aliento,

Dime quién me puede amar

Hoy viene a mí la damisela soledad

Con pamela, impertinentes y botón

De amapola en el oleaje de sus vuelos

Hoy la voluble señorita es amistad

Y acaricia finalmente el corazón

Con su más delgado pétalo de hielo

Por eso hoy

Oh melancolía,

Señora del tiempo,

Beso que retorna como el mar;

Oh melancolía,

Rosa del aliento,

Dime quién me puede amar

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS