La escalera

La escalera

Marmart

06/05/2017

Antes de que sacara la llave del portal, se abrió la puerta. «Buenos días» –le dijo la nueva chica de la limpieza.

«Buenos di…»– fue a contestar ella. Un olor a cocido la envolvió antes de que terminara la última palabra.

Hacía años que no respiraba ese aroma a carne guisada. Concretamente veintiséis años, desde que subió la escalera hacia casa de su abuela Felisa por última vez.

«¿Otra vez a comer allá?» – preguntó enfurruñada mientras se subía al Land Rover.

«¡Pero si luego lo pasas de maravilla jugando a las cartas con tu primo!» – le animó su madre.

Era el último domingo del mes y como siempre, irían a pasar el día al pueblo para ver a su abuela. La mujer estaba cada vez más mayor, pero ese día, siempre se levantaba temprano. Solo así tenía tiempo de cocinar toda la comida con la que le gustaba recibir a su familia.

Los semáforos en ámbar de al lado de la parroquia parpadeaban de manera intermitente, ya casi habían llegado. «Acordaros de que el otro día fue su santo»–les dijo su padre mirándoles seriamente a través del retrovisor– «Ah ¿Pero que todavía se celebran esas cosas?»– contestó su hermano mayor, al que aún le hacía menos gracia estar allá.

El portero automático seguía sin funcionar, pero la puerta estaba abierta. Ochenta y cinco escaleras les esperaban hasta llegar al tercer piso. Su abuelo Pedro, las había contado en vida, alegando que subirlas todos los días le hacía estar más fuerte.

Primer piso: El señor párroco, como le gustaba que lo llamaran, todavía no había vuelto del vermut. Todos sabían de su pasión por el clarete, aunque el hombre daba buenas misas.

Ya se oían los gritos del segundo piso. Los gemelos de tres años se peleaban por un spider-man de plástico. Él que su padre les había comprado, cuando había venido a verlos, en su visita mensual.

El olor a carne invadía ya el rellano. A lo lejos sonaba la radio y la puerta estaba entreabierta.

«¿Quién me da dos besos?»– les recibió su tía Fina. Su abuela seguía en la cocina, impregnada en aquel olor a tocino. Liada entre fogones, se apresuró a limpiarse las manos en el delantal, cuando los vio entrar.

«Coged unas unas olivicas que he abierto» –les ofreció mientras se acercaba hacia la familia con paso torpe– «También tenéis los entremeses ya en la mesa».

Besó a su abuela rápidamente y corrió hacia el salón antes de que su hermano se adueñara del mando de la tele. Cristina Garcia Ramos narraba las noticias semanales de la prensa rosa, mientras sonaba de fondo la tonadilla del programa «Corazón, Corazón«.

La comida ya estaba casi lista. «Espero que hoy no lleve morcilla » – pensó mientras consideraba el embutido sobre la mesa como su única salvación. De repente se escuchó un gran estruendo en la cocina. «¡¿ Felisa, está usted bien?!» –Exclamó su madre. Sería la última vez que vería aquella mortadela de olivas.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS