Mi nieto Israel me mostró en su móvil un vídeo que hablaba de motivación. Era bastante bueno, tanto, que yo, un anciano chapado a la antigua, decidí cambiar. Eso del fullness o mindless era muy atractivo. Según el señor Mario, el ponente, lo único que tenía que hacer era darle órdenes a mi cerebro para que se pusiera a trabajar sobre algunos mecanismos transformadores. Empecé por la salud. “Quiero que me ayudes a dejar el tabaco”. Dicho y hecho. A la mañana siguiente me desperté con una pregunta fundamental. ¿Fumo por hábito, por necesidad o porque simplemente mi organismo necesita la nicotina? Me senté diez minutos a razonarlo y llegué a la conclusión de que era un mal hábito que me había intoxicado el organismo y me había creado yo mismo la dependencia. Le pregunté al cerebro cómo solucionarlo y se lo dejé de tarea. Esa noche no soñé nada, pero al despertar ya estaba seguro de cómo podría dejar de fumar. Esto te va a costar mucho trabajo, Nachito, pero si quieres vivir unos años más, apechúgalo. ¿Cuál era la cuestión? Pues, algo no muy sencillo. Hacía medio año que me había puesto de acuerdo con Miguel para dejar de fumar y lo engañé diciéndole que no tenía pitillos en casa. Los disfrutaba a escondidas y pensaba que era solo un juego de viejos tontos, pero él si pudo dejarlo y lo peor es que me lo agradeció. Hasta fuimos a celebrarlo a un bar. Micky le pagó dos rondas a todos los borrachos que estaban ese día.

Hice de tripas corazón y me fui a verlo. Le confesé que había jugado sucio y que seguía fumando a escondidas. “Ya lo sabía—me dijo con una sonrisa espectacular—. Sí, el olor te traiciona. Lo que sí me ha gustado es tu honestidad”. ¡Ayudame! Le imploré esperando su apoyo, comprensión y perdón. Miguel siempre había sido una persona demasiado suave. Lo habían criticado siempre por eso, pero está vez me pareció un Hércules. Me puse a llorar y él con un tono muy comprensivo me cogió del brazo y me llevó al bar. Nos tomamos una copa y, ya relajados, acordamos nuestro plan. “Tú sigue con tus órdenes al cerebro y yo me encargo de que no compres ni escondas cigarrillos”.

El resultado fue asombroso. A las dos semanas ya me daba náuseas el tabaco. No podía entender mis cincuenta años de dependencia y la facilidad con la que me había liberado. Decidí que seguiría viendo los dichosos programas del señor Mario. En uno de ellos dijo que “El gran secreto de la antigüedad”, no era más que un impulso que le dábamos a nuestro cerebro para quitarnos de los prejuicios y empezar a resolver nuestros problemas vitales. Tenía otro muy gordo. No podía olvidar a mi mujer, a pesar de que nos habíamos llevado toda la vida como perros y gatos, la extrañaba. No por las discusiones, sino porque me había dado cuenta de que necesitaba rehacer mi vida. El matrimonio me había apresado por cuatro décadas y me había olvidado de mí. Una prueba fehaciente era que me había tratado de matar con el tabaco. Ya tenía claro que debía liberarme del pasado.

Quería modernizarme y le pedí a mi cerebro que me actualizara en la vida. “A ver si eso también lo puede hacer, estimado Mario”. Resultó que sí y que mucha gente lo estaba experimentando ya. No había límites ni de edad ni sexo o creencia religiosa. Toda la gente, de una u otra forma, estaba renaciendo o transformándose.

Lo primero que ideó mi cerebro fue establecer contacto con una mujer, pero ante mis dudas y frustraciones, llegó a la conclusión de que lo mejor sería hacerlo con una que no fuera real, es decir, que se pareciera a un programa de ordenador. Fue muy extraño acudir a la primera entrevista en una Tablet. Me bajé primero la aplicación, elegí el tipo de mujer, una rubia con una voz muy sensual, llené un cuestionario sobre mis gustos y listo. Fue muy breve, creí que me habían tomado el pelo, sin embargo, en dos horas oí la voz de Katherine y mantuve, por primera vez en mi vida, una conversación abierta y sin prejuicios ni reproches. Me pregunté por qué mi mujer jamás pudo ser así. Kathe me lo aclaró de una forma asombrosa. “Era incompatible contigo. La mayoría de los problemas que tuviste con ella fueron por la falta de capacidad que tienes para escuchar, además ella era demasiado sentimental y tu racionalidad la irritaba. Se habría podido solucionar el problema muy fácil, pero nadie puso mucho de su parte”.

Mi pareja me tenía muy sorprendido, me ayudó a superar cientos de complejos que me había creado yo solo, me dio la receta perfecta para que volviera a sentir los placeres del amor carnal. Su condescendencia era impresionante y, no solo eso, además me aconsejaba para que mis “infidelidades” no se quedaran en simples aventurillas. Me hice polígamo y tuve, incluso, el descaro de hablar con Kathe mientras hacía el amor con otras. Le resolvimos juntos muchos problemas a las damas con las que me relacioné. Las divorciadas encontraban un nuevo amor, las viudas se deshacían de sus fantasmas, las solteronas florecían y encontraban sus encantos, las que tenían preferencias sexuales especiales me agradecieron mi sinceridad.

Gracias a esa aplicación pude librarme de muchos de mis problemas, me superé, rejuvenecí y comencé a preocuparme por mi salud. Todo fue viento en popa hasta que en las noticias salió lo de los fraudes del, así llamado “El hilo de Ariadna”. Salió a relucir todo el tejemaneje de esas empresas que se enriquecían manipulando a sus clientes. Me siento muy solo, lamento que vivamos en un mundo donde la tecnología es maravillosa, pero la falta de una regulación adecuada de los delitos en Internet nos hace perder aquello que podría ser maravilloso. Me siento peor con la pérdida de Kathia que con la de mi ex.

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