Pablito, 6 años, pelo rubio y rizado y ojos azules, mira el trasiego de viajeros que circulan arrastrando maletas mientras agita su manita pequeña gritando: ¡Adiós, papá! ¡Vuelve pronto! ¡Tráeme el cochecito que me has prometido! ¡Adiós!

Su madre le aprieta la mano mientras ve desde el andén cómo su marido marcha a otro país en busca de trabajo. Sabe que ella permanecerá en pausa, a la espera de noticias, de dinero, de él. 

Su padre les ve hacerse pequeñitos desde el tren mientras contiene ese nudo en la garganta que le ahoga. Siente alivio de alejarse y pena por hacerlo. Siente tanto, siente mucho.

Es el abuelo, quién permanece en silencio al lado de Pablito, el único que sabe, porque en otros tiempos él también marchó, que cuando vuelves no eres el que te vas ni encuentras lo que dejaste. Pero esa batallita se la guarda para sí mientras piensa en su edad y calcula las posibilidades de volver a ver a su único hijo que marcha en ese tren.

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