Distopía Natural

Distopía Natural

Antonio Fernandez

09/08/2022

Agosto 08 del 2022.

El día ha reposado en ocaso con relativa calma y de extraño bienestar, algo común en personas retiradas del ajetreo del laburo como yo. Me conmueve la forma en que el tiempo ha transcurrido, de forma perversa sin discriminar sexo o condición, un hecho inevitable al que todos estamos atados. Aún recuerdo con cierto tono melancólico mis momentos gloriosos, rodeado de mucha energía, de entusiasmo, de aquella fuerza indestructible que caracteriza el sentido innato de juventud y rebeldía. Aún recuerdo solemnemente amores de antaño y gratos recuerdos que la brisa gélida del viento llevará consigo hasta marchitar en un mar de lágrimas.

Me recosté un par de horas sobre mi sillón marrón, algo viejo y estropeado, sin embargo, preserva con gran sabiduría su seña de comodidad. Preparé un chocolate caliente y busqué mi antigua colección de fotos. El álbum estaba algo polvoriento y escarchado con humedad, pero las fotografías se preservaban en buen estado. Lo revisé unas cuantas veces y hacía énfasis en determinadas etapas de la vida que marcan un antes y un después en cualquier individuo sobre este planeta, entre las más importantes, la graduación del colegio, adquirir un título universitario, conocer a tu compañera de vida y, como no, el primer empleo. Y es en este último donde quisiera marcar hincapié de una era aterradora que atenta contra la integridad de millones de personas, una extraña utopía de las grandes empresas y el martirio de aquellos cuyo sustento precario ha desfallecido durante estos años.

Un par de décadas atrás trabajaba como empleado en una gran fábrica productora y exportadora de brócoli, prácticamente me encargaba de discernir el producto para evitar que cualquier tipo de material extraño o dañado pase. Eran jornadas muy extensas y agotadoras, pasábamos alrededor de 8 horas parados y con mirada fija en aquellas bandas mecánicas, pero todo esfuerzo valía la pena, pues el sostén de la familia era nuestro único aliento. Los primeros años fueron difíciles, éramos mal remunerados y sobreexplotados en múltiples ocasiones sin posibilidad de reclamo alguno, pues aquello marcaba una brecha estrecha entre la supervivencia y la desgracia; nunca comprenderé la lógica del ser humano, abusar y hace miserables a quienes son el pilar fundamental de una estructura sensible cuya cúpula se enriquece a costa del sudor de otros… si tan solo el pueblo supiera el poder y gran responsabilidad que carga entre sus hombros, mejores días para generaciones venideras asomarían por el horizonte.

Pasaron algunos años hasta que las condiciones de trabajo mejoraron, subieron el salario, formaron nuevos convenios, nos otorgaron un seguro de salud y se renovó la maquinaria. La situación se mantuvo estable por algunos meses, pero, llegó en día que cambiaría el rumbo de nuestras vidas. Llegaron algunos hombres de uniforme y acento extraño al lugar, realizaron una inspección masiva y hablaron con los gerentes de la empresa por varias horas. Los rumores de una nueva remodelación se acrecentaban conforma pasaba el tiempo, no había un rincón del lugar en que no se hablara de aquello. A la mañana siguiente, fueron convocadas todas las áreas de mantenimiento, electricidad, inspección de alimentos y calderistas para informarnos de la adquisición de complejas máquinas de invaluable valor para mejorar los estándares de productividad y calidad. Fue un largo discurso sobre la importancia y beneficios de la innovación gracias a la tecnología, posteriormente, anunciaron recorte de personal en todas las áreas, sin dudarlo fue una noticia que a más de uno dejó preocupado y temeroso. Despidieron aproximadamente a 25 trabajadores, entre ellos, me encontraba yo. El mundo parecía quebrarse a mis pies y ante la mirada desamparada de mi difunta esposa Gabriela. No podía aceptar la idea de que un pedazo de chatarra y circuitos reemplazaran a tanta gente, la ira y el rencor recorrían cada parte de mi cuerpo hasta estallar en llanto. Pasó un tiempo considerable hasta que encontré trabajo en una fábrica de textiles y me mantuve allí hasta el día de mi jubilación, pero no todos contaron con la misma suerte, fui testigo en vida de cómo algunos de mis compañeros vagaban sin rumbo por las calles de la ciudad buscando cualquier empleo, así sea contrario a sus deseos, con tal de mantener a su familia estable. Además, he sigo testigo de la vertiginosa rapidez de adaptación que nuevas generaciones han tenido que lidiar para conseguir un empleo rentable basado en estándares de consumo y reputación; si bien es cierto, existe más libertinaje sobre la idealización de un futuro profesional, es poco útil si no se sabe manejar las oportunidades brindadas para dichas salidas laborales en un mercado sobreexplotado sin juicio a las pasiones del ser humano.

Es un recuerdo ciertamente trágico que refleja un futuro aún impredecible, vivimos en una época digital de sobredimensiones escalofriantes, capaces de realizar operaciones complejas en tan solo segundos, capaz de explorar otros mundos, capaz de predecir el clima y las enfermedades, pero, sobre todo, capaz de reemplazar la maquinaria más perfecta de la creación: el ser humano. No estoy en contra del progreso, pues es necesario para avanzar como civilización, pero si estoy en contra de la manipulación de nuestra gente humilde, del trato infravalorado, del reproche de los bendecidos con mano de oro que desechan su poca fe y esperanza en un nauseabundo tacho de basura. El pueblo sufre y clama un trabajo digno; pero oportunidades como educación les han sido negados por intereses que van más allá del entendimiento moral del hombre.

Omar Olmos.

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