¡Los muebles del salón hablan!


Me acabo de despertar sobresaltada, o eso creo, me refiero a lo de que me he despertado, porque estoy en el salón de mi casa y me parece estar escuchando como mis muebles hablan entre ellos.

«¿En serio?», pienso en voz alta. «¿Ese que habla ahora es el sofá?».

—Estoy harto de sentir el peso de ella, todo el rato. Me está deformando y, además, me asfixia.

«¡Sí, es él! Oye, ¡pero que estoy delante! ¡Madre mía!, o me estoy volviendo loca o es que no me he despertado», pienso para mis adentros.

—A mí, me van a reventar los altavoces —dice, muy enfadado el televisor— No veo el momento en el que me de un respiro. Tengo la pantalla totalmente irritada y necesito un poco de obscuridad. A parte de que únicamente me mira, jamás me da cariño. Ya se podría levantar de vez en cuando de encima tuyo —le lanza un rayo catódico al sofá—, aunque sólo sea para pasarme un trapo, ¡que se me está borrando hasta la Alta Definición!

—Hijo, ¡qué exagerado eres!

—¿Exagerado? Y así, de paso, dejaría de oírte refunfuñar todo el tiempo, sofá, que me aburres más que una peli de serie B.

—De verdad, que me tenéis hasta las patas, —se queja uno de los taburetes de la cocina—. Sólo se os oye a vosotros. Sois unos quejicas.

«Hola ¿alguien me escucha? ¿Alguien me ve? Chicos, estoy aquí, sentada encima de ti, sofá y mirándote a ti, televisor».

Espero que alguno se dirija a mí en algún momento, pero nada, ellos siguen a lo suyo. La verdad es, que aunque me están criticando en las narices, estoy flipando y me estoy divirtiendo un montón.

—Pues yo estoy muy orgulloso de mi función y del uso que me da ella —continúa relatando el taburete.

«Ella, debo ser yo».

—Ya, claro, para ti es muy fácil, como estás con tus dos hermanos y ella casi ni os toca. —murmura el sofá.

«Si, definitivamente, ella, soy yo».

—Eso quisiera yo, que me dejara un rato en paz. ¡Pero si hasta me usa de cama! Me conozco de memoria cada centímetro de su enorme cuerpo. Si tuviera una pareja, no la conocería tan bien como yo.

«Pero bueno ¿me estás llamando gorda? ¡Esto es el colmo! Y tú eres un incómodo. Que en qué hora te compré», grito un poco dolida.

Una vez más, nadie me oye.

—¡Basta ya! —dice secamente el cuadro de Marilyn—. Todos los días lo mismo. No sois conscientes de la suerte que tenéis de ser funcionales. A mí sólo me mira de guindas a brevas. A veces, se da cuenta de que estoy torcido y me dá un meneo.

«A ver, eso no es cierto. Bueno, sí lo es, no me gusta un cuadro torcido, pero te miro muchas veces».

—Bueno, sé que le gusto; se ha visto todas las pelis de la tipa que tengo pintada en mi tela, pero es muy aburrido estar todo el día colgado en la pared, y encima, tener que oír cómo os quejáis todo el tiempo. Cualquier día me rompo la alcayata y me despeño.

—¡Uy, qué dramático! Más vale que no, guapo, —le dice el televisor, en tono amenazante— que estás encima de mí y aunque eres pequeño y no tienes marco, no quiero que me rayes.

—¡Ay, chicos! sois todos unos amargados, —dice la lámpara de la mesita—. Pues yo, soy absolutamente feliz. Que podría ser más sofisticada, pues sí ¿y qué?, me gusta ser como soy. Quizás sea una lámpara del montón pero tengo mi encanto.

«Pues claro que lo tienes, por eso te compré. Y que éstos no te digan lo contrario. ¿Eso lo he dicho en alto dirigiéndome a la lámpara? ¡Madre mía! Quizá esto está yendo demasiado lejos».

—Yo no tengo ínfulas de nada, como todos vosotros.

—Yo no —apuntilla el taburete.

—Bueno, vale, menos tú, y los antipáticos de tus hermanos —continúa la lámpara—. Y además me gusta nuestra dueña, tiene sus cosas, pero es maja. ¿Es que acaso vosotros os creéis perfectos? Para empezar, somos todos de saldo, coño ¡y que no vivimos en un palacio! A mí me gusta la casa donde nos ha tocado vivir. Es tranquila, y aunque sencilla, es bastante bonita. Es cierto que sois muy pesados, pero os considero mis amigos y no os cambiaría por otros, por ejemplo, esos tan estirados de estilo barroco, que sólo son fachada y luego no sirven para nada. Yo, como vengo de una tienda de segunda mano y he coincidido con alguno de ellos, os aseguro que se lo tienen tan creído que resultan totalmente estúpidos y son super retorcidos. Creedme, que me pasé tres semanas junto a una lámpara de pié que me hizo la estancia imposible. Hasta cuando estaba apagada, quería hacerme sombra. Cada vez que entraba una persona por la puerta, se ahuecaba bien los cables y extendía sus tulipas rimbombantes, con esos pompones que le colgaban, orgullosa y mirándome con una luz de superioridad… ¡Ay, qué mal me caía! Pero nunca me amilané.

«Muy bien dicho, lámpara. ¡Hija, qué bien hablas!».

—Yo soy más discreta y sencilla, —sigue contando la lámpara— pero también soy bonita. Y, cuando ella entró en la tienda, sólo me miró a mí y, además tuvo el detalle de cogernos a mi hermana gemela y a mí y, aunque ahora no estamos en la misma habitación, sí en la misma casa.

«Me ha quedado muy claro que ella, soy yo, pero ¿Por qué no me llaman por mi nombre?».

—A ver, una cosita, lámpara de mesita, —le dice el sofá, con un poco de retintín— digo yo, que cada uno tenemos nuestra forma de pensar ¿no?

—Por supuesto, pero tenemos con convivir, así que, tendremos que intentar molestarnos lo menos posible.

—¿Estás queriendo decir que yo molesto?

«Uf, eres molestísimo. Una barbaridad de molesto».

—No es eso, no seas tan susceptible, pero sinceramente, te quejas demasiado.

«Tanto, que estoy por tirarte a la basura y echarme un colchón al suelo, fíjate lo que te digo».

—Tengo todo mi derecho.

—Por supuesto que sí, pero entiende que estemos un poco hartos de escuchar siempre la misma canción —replica el cuadro.

—Bueno, basta ya, —corta en seco el televisor—. Vamos a llevarnos bien. Yo, os entiendo a todos y, además, hace poco tiempo que nos conocemos y tenemos que poner cada uno un poquito de nuestra parte ¿hecho? No os oigo, chicos.

Todos asienten, incluso los que han permanecido callados hasta ahora, entre ellos el resto de los cuadros, tres en concreto, que sólo hablan entre ellos, susurrando.

«Digo yo, que será por el idioma, porque ahora que recuerdo, los compré en una tienda de chinos e igual no entienden bien el español. Parece mentira que estas cosas estén saliendo de mi boca. ¡Anda que no me estoy enterando de cosas escuchando hablar a mis muebles!».

El sofá y el televisor, que parece que llevan la voz cantante, están manteniendo una conversación privada. Resulta que la mesita es sordomuda; un defecto de fábrica, por lo visto, o eso le contó la lámpara un día en petit comité al sofá. Aunque ella piensa que fue una negligencia del distribuidor.

—Y tú, mesa ¿no dices nada?, llevas todo el día muy callada —le pregunta el taburete.

—Ya sabéis que soy algo tímida.

—Ya, bueno, pero tendrás una opinión al respecto —le increpa el televisor.

—Pues sí, claro. Opino que mejor llevarnos bien, ya que, me temo que vamos a estar mucho tiempo juntos, pero cada uno es como es, y debemos respetarnos. Me gustaría haceros una recomendación, ya que veo que sois muy sensibles a lo que os rodea y creo que os vendría muy bien.

—A ver, dispara —dice el sofá.

«Eso, dispara que seguro que a mí me interesa también. Porque, que sepáis que a veces vosotros también me molestáis a mí».

—Pues es algo que practico mucho y me ayuda bastante cuando necesito aislarme.

«¿Y cómo se hace eso?

Silencio absoluto.

«Claro, si es que a mí no me oyen. A ver si se le ocurre a alguno preguntar».

—¿Y cómo se hace eso?

«Gracias taburete».

—Se trata de controlar la respiración e intentar mantener la mente en blanco.

—Pues parece fácil —apostilla la lámpara.

—No es tan sencillo como parece. Se necesita mucha concentración y es un poco complicado conseguirlo cuando estamos rodeados de tanto ruido. Si queréis puedo enseñaros, pero tendréis que tomáoslo con paciencia y tranquilidad, Hay que dedicarle tiempo, ya que no suele conseguirse las primeras veces y puede resultar muy frustrante.

Todos dicen que quieren intentarlo.

Lo están debatiendo y de repente, a mí me ha dado un ataque de risa. Todo queda en silencio por unos segundos y, de alguna manera, siento las miradas de cada uno de ellos, dirigidas hacia mí.

«Oooooh ¿ahora me veis?».

—Y hasta te oímos —corean al unísino.

No puedo dejar de reírme.

«¿De verdad?».

—Que sí, pesada —me dice con desgana el televisor.

—Y yo, estoy hablando con vosotros. Hasta puedo distinguiros las facciones a cada uno. Pellízcame sofá, por favor, a ver si me despierto de este sueño.

«¡Me acaba de tirar un cojín a cabeza! No es un sueño, tengo a mis muebles hablando y diciendo que se van a poner a meditar, ¡me parto! Esto va a ser muy divertido a partir de ahora y ya nunca más me sentiré sola».

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS