A Luis Espinoza – Han matado a mí hermano

A Luis Espinoza – Han matado a mí hermano

Han matado a mí hermano

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A Luis Espinoza, asesinado por la policía de Tucumán

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Tengo un hermano muerto
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A Luis Salinaz, asesinado por la policía de Tucumán
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De Melcho a Simoca quién no preguntaba

donde ha ido el obrero, los párpados tiesos,

la boca inerte sin la pura sonrisa.

Las manos frías sin la condición de amor

que da el trabajo cada vez, cada vez,

todos los días.
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Llegaba la pregunta sin el dulzor de la cañada

donde el sol trovador danzaba en el desfiladero.

Ciertamente esta era la pregunta que a cada instante

quién no la hacía, queriendo respuesta.

Cuánto dolor, cuánto dolor,

en todo corazón humano. La autoridad fría

de muerte y muda, miraba hacia un despeñadero

color de lejos y vacíos. La autoridad siempre

supo y peor callaba.
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Pero la verdad estaba a la mano.
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La pregunta aun viuda de respuesta

se salía de madres por hacer oír

la palabra legítima, en tanto a Luis Salinas

lo desaparecieron y los llantos familiares sonaban el lúgubre

canto de las tristes voces de los que desesperan.
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Donde estaba la congoja brotó un lirio negro.

Hora de llantos. Renovados llantos.

Hora de hambre de Justicia.
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Se supo: a menos de un grito se dijo

solo andaba a caballo con el hermano,

de trote a trote por donde el viento hila la polvareda,

de viernes a viernes sin emoción de sol, atardeciendo,

rumbeando al norte y amuchachados los dos,

como buenos hermanos, al tranco suave.
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A la carrera corta de los caballos

el inminente zumbido de la bala al norte

que ni pregunta, choca desmesurada

contra la vida, finge inocencia. La sangre cesa.

¡A la cabeza! ¡A la espalda! Donde mata de una vez

máquina y muerte, ensangrentado echado al polvo,

el sol huyendo también a la carrera.
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Los policías le dispararon,

máquina de la muerte, por la espalda.

Pólvora amartillada. La mascarada cómplice

oliendo a muerte tramó el olvido.
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Mentira. Mentira.

La tarde muerta,

de Montenegro,

de alevosía.

La tarde muerta

de un tal Morales,

de la González,

del mal Ardiles.

La tarde muerta

del cruel Salinas,

de un tal Romano,

del falso Paz.

La tarde muerta

que se anochece

rudo González,

pérfido Rojas,

Zelaya en burla,

de Santillán

la infamia.

La noche muerta sin fin,

la luna amordazada.
Ebrios de muerte,

andrajos,

la honda sepultura

a la vuelta de cada esquirla matan.

Lánguido sonido del ultraje.

Yo les conozco el sórdido corazón esbirro.
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Mentira, mentira.

Los policías rumiaban sicarios sus mentiras.

Inciertos y trágicos verbos

mal repetidos. Mentira. Mentira.

Hasta Andalgalá se fueron

con el hermano asesinado,

y por el vacío rumbo a la perpetua piedra

dejaron su cuerpo muerto

en el abismo de los funerales.

Así pasa la muerte del pobre sin remedio.
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Ya no estará tu voz

dando la pista de tu destino.

Te asesinaron. Están los nombres.

La verdad al alcance de la mano,

se haga justicia como se clama.
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De Melcho a Simoca, llanto.

Están tus hijos. Está tu esposa.

Lloran de Melcho a Simoca como se llora

al hermano muerto. Y aquí rezamos

como pasa la vida sin espejismos.
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