Fuera de juego

[Cuento – Texto Completo.]

Rafael Medrano

Llegó a su cuarto mojado por el aguacero que caía en Diriamba, se sentó en la vieja butaca de su padre, extendió sus piernas y desamarró los cordones de sus botines. Pensó en el partido que acababa de jugar: 5 oportunidades de gol, ni un tanto anotado. Alcanzó su toalla azul y se secó el rostro con ella. se sentía agotado y el dolor en su rodilla lo agobiaba incesantemente. Marco se había convertido en el goleador con menos goles de la temporada, lo cual lo relegó a la banca, dándole lugar a la nueva promesa: Sebastián David. Marco se levantó y fue al baño; se desvistió lentamente, pues el cansancio era aplastante a sus 40 años. Se metió a la ducha y dejó que el agua se escurriera por su cuerpo, hasta que una lagrima se entrelazó con el agua.

Pronto se cumpliría 23 años del debut de Marco en la primera división del fútbol nicaragüense. Él lo recordaba con mucha nostalgia, lleno de pasión desmedida por todas las alegrías vividas. Aún era el máximo goleador en una temporada, récord que Sebastián David estaba a punto de romper. Los Caciques de Diriangén estaban en la final, gracias a 3 goles de Sebastián frente al Real Estelí. Marco sabía lo importante que era la “nueva perla” para el equipo, y el récord no tenía importancia alguna comparado a las ansias de Marco de ganar su último título. “mientras yo juegue y apoye al muchacho, todo está bien”, se decía para sí mismo.

Los lunes los jugadores del Diriangén se reunían en casa del entrenador para hablar acerca del siguiente partido. Sebastián llegó tarde como era costumbre; se sentó al lado del chiriso, el cual era su mejor amigo en el plantel. Sebastián era un muchacho muy arrogante y pretencioso, pero de muy buen ver para las mujeres; sus ojos verdes, cabellos largos y castaños, eran lo que sobresalía de su físico. Todos los jugadores escucharon la charla técnica y luego pasaron a comer a la sala de la casa. Era una casa espaciosa, decorada con los trofeos de las cuatro temporadas anteriores. Marco se levantó de la mesa y pidió la atención de todos.

-Muchachos, está será mi última final y me alegra mucho que sea con ustedes a mi lado. No saben lo difícil que es pasar 15 partidos si marcar goles, pero Sebastián ha hecho el trabajo y nos ha traído hasta aquí -al fondo de la mesa, donde estaba sentado Sebastián, una risita se dejó escuchar, pero esto no impidió que Marco siguiera hablando-. Gracias por su apoyo. El domingo seremos campeones de nuevo.

Los aplausos sonaron en la mesa y Marco se sentó reconfortado. El almuerzo terminó, cada uno tomó su camino, pero Marco se quedó a conversar con el entrenador.

-Marquito, ya estás ruco -dijo Luis Fernando, el entrenador-, ya no marcas goles, y si no haces uno en la final te vas a retirar con la racha negativa más larga de la historia.

-lo sé, Profe. Eso me anda carcomiento lo sesos. No como bien, no duermo bien, ya ni una buena “paja” puedo hacerme. Todo me ha salido mal.

-Sebastián quiere romper tu marca, si mete dos goles lo hará, pero lo que importa es que vos rompas tu puta mala racha. Marca un gol el domingo con lo que sea; con la picha si es necesario, pero mételo.

– ¿cuánto tiempo me dará? -preguntó Marco.

-30 minutos, la última media hora de tu carrera. Y no te puedes ir sin un gol.

-voy a marcar, ya lo verá.

Marco fue a visitar a Isabel, su amiga, la famosa puta de las cuatro esquinas. Isabel estaba sentada en unas gradas, llevaba puesta una falda color rojo y su camisa era blanca con un escote demasiado pequeño para sus prominentes pechos. Ella fumaba un cigarrillo con su típico deje de alzar el meñique mientras calaba. Un cliente de muy buen porte se acercaba en su auto, pero Isabel al ver a Marco se cruzó rápidamente la calle. Se vieron y abrazaron, cualquiera que los viera pensaría que eran amantes, pero la verdad es que nunca había cogido y ni siquiera se había besado.

-tanto tiempo, “pólvora mojada” -le dijo Isabel-. Ya no puedo decirles a mis honorables compañeras de profesión que mi compadre es el goleador del Diriangén.

-Cállate, jodida, vengo para que me ayudes.

-¡No jodas! Yo no puedo meter goles por vos, esos me los meten a mí. Ja,ja,ja,ja.

-no seas payasa -contestó Marco, arrugando el entrecejo-. Necesito que me ayudes.

-Pero cómo te ayudo.

-llévame donde la bruja Petrona, necesito que me dé algo para sentirme revitalizado.

-Dale pues. Vámonos.

Se fueron en una caponera, pero no a la dirección exacta. Se bajaron unas cuadras antes. Era una zona muy pobre, con casas a medio construir, con manjoles desbordados y basura por todas partes. Llegaron a una casa grande, la cual tenía un porche bastante amplio. Isabel tocó tres veces en la puerta y en un abrir y cerrar de ojos apareció una mujer de cabellera negra. Marco quedó impactado al ver las caderas de aquella mujer y al notar lo delgado que era su abdomen. “Mira, Petrona, éste es mi compadre”, dijo Isabel. “¿y qué quiere? No me digas, no se le para”, dijo la bruja mirando fijamente a Marco. “eso jamás señora…”, dijo Marco. “ajá, qué quieres”, dijo la bruja mientras se sentaba en un sofá. Marco le explicó todo, y al decirle quién era, la bruja Petrona le tomó mucho interés. “te voy a preparar lo que necesitas, venís el lunes que viene y me vas a contar cuentos”, le dijo la bruja ensanchando su pecho con un suspiro.

Isabel y Marco Salieron rápido, pero antes de subirse a una caponera buscaron donde beber una cerveza. Llegaron a un bar de mala muerte que tenía dos mesas viejas y sucias, alrededor de la barra estaba un grupo de hombres con prendas de vestir raídas. Isabel pidió dos cervezas, y el cantinero las envió con una mesera muy joven, aproximadamente de 16 años. Marco la vio y le recordó a su hija, quien había muerto de Cáncer. Combinó la cerveza con el polvo que le dio la bruja Petrona y salió despavoridamente del Bar, y de pronto el grupo de la barra gritó a coro: “’pólvora mojada’, la final es tuya”. Salieron sin ver atrás.

La semana trascurrió velozmente, pero antes de la final visitó en el cementerio a su hija. La lapida estaba sucia producto del lodo que se formaba gracias a las lluvias y el monte había crecido de manera considerable. Se arrodilló y rezó un padre nuestro, levantó sus ojos al cielo y sólo encontró nubes en el firmamento. El cementerio estaba vacío. El viento soplaba fortísimamente, lo que le causaba escalofríos a Marco. Vio por última vez el sepulcro de su hija y se marchó sin haber encontrado consuelo.

La mañana del domingo era fría, el viento soplaba con una fuerza desmedida. Marco salió, afuera lo esperaba Isabel. Las Calles estaban hasta más no poder. Era la final, el partido decisivo. No había mujer, hombre o niño que no vistiera de blanco y negro. Por un día olvidaban que no tenía para la renta, para los útiles escolares, para los zapatos; por 90 minutos, no les faltaban nada.

-Míralos -dijo Isabel -, felices.

-Es fútbol, Chabela -contestó Marco-. Él nos cura de todo.

Marco llegó y lo esperaban reunidos todos. Recibió un reconocimiento por parte de los jugadores, el cuerpo técnico y la directiva. Al salir a calentar la tribuna cantaba su nombre: ¡Marco, Marco, Marco! Era como si él fuera la estrella, se sentía joven de nuevo. Sebastián pasó y lo detuvo con un ademan: “Viejo, hoy es tu día. Cuando entres te voy a buscar para que la metas. Tu último polvito, viejo”. Sebastián se alejó corriendo a los camerinos, el partido iba a dar inicio.

El juego dio inicio. A la media hora el Diriangén ganaba 2-0, ambos goles de Sebastián. El primer tiempo terminó con dos jugabas de peligro que pudieron elevar la ventaja, pero solo fueron susurros a los postes contarios.

En la tribuna era una fiesta total; el Pentacampeonato era de un sabor dulce. Se cantaba, se bailaba y se bebía. Era una fiesta total, y en una de esas gradas estaba Isabel, esperando que Marco rompiera la mala racha.

El segundo tiempo trajo un gol más para los caciques. Y al minuto 69 el momento llegó: Marco entraba con su número 10. No voló ni una mosca, el árbitro parecía detener su torso para que no hiciera una reverencia. Una leyenda se retiraba y buscaba un gol para finalizar su brillante carrera. La tribuna enloqueció: ¡Marco, Marco, Marco!

El partido se tornó pesado, el balón no le llegaba a Sebastián ni a Marco. Ambos estaban perdidos en el campo, y el tiempo seguía su curso mientras se llevaba las esperanzas de Marco. 90+3, ya estaban sobre el final, y un balón le llegó a la banda a Sebastián; la joya alzó su cabeza y vio cómo marco se batía férreamente con los defensas, mandó el balón hacia delante, Marco la bajó de pecho y al caer el esférico lo conectó de pierna zurda. ¡Gol¡ gritó Marco. Sebastián lo abrazó, ambos se fungían en el acto más sincero: Dos hombres que se abrazan y celebran un gol. La tribuna gritaba. Sebastián se levantó, vio hacia al abanderado, fue en busca de Marco, quien estaba de rodillas en el césped, “viejo, lo siento, te pitaron Fuera de Juego”. Marco vio al asistente con la boca abierta, nadie en la tribuna tenía fuerza para hablar, Isabel lloraba. Marco caminó y le dio dos palmadas en la espalda a Sebastián mientras el árbitro central pitaba el final.

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