Gracias a su atractiva voz y cautivadora plática, lo habían contratado para aumentar el número de oyentes de un programa de radio que se emitía después de las once de la noche. Por lo regular, las canciones eran de estilo pop y románticas, pero muchas veces había programas de música de otros estilos como country, rock o folclórica. Al principio, por su buen gusto en la elección de la música, logró que la audiencia aumentara un poco, sin embargo, el director le pidió que buscara algún método para elevar más las cifras. No se le ocurrió nada mejor que inventar historias sobre la creación de las canciones. Así, fueron surgiendo algunos bulos que se hicieron populares entre la gente y llegaron a ser más conocidas que las mismas composiciones. A menudo recibía llamadas en las que le preguntaban más detalles de todo lo que contaba, pero les contestaba que no tenía la autorización para hacerlo porque sus informadores, fiables al cien por ciento, se lo impedían y no quería enemistarse con ellos.

Con sus grandes cualidades de orador describía ese momento mágico en el que un chispazo de ingenio provocaba una reacción en cadena en la creación artística. A las mujeres les gustaba escuchar cómo uno de sus ídolos, después de haber visto a su mujer vestida de rojo en una fiesta, se enamoró de ella. Se reían de lo lindo cuando describía la reacción del artista al descubrir en esa seductora chica, a su esposa. Se las ingeniaba para improvisar anécdotas de todo tipo. Narraba cómo las grandes estrellas soñaban sus canciones y se levantaban a medianoche a escribirlas, o la forma en que las melodías surgían, después de que un famoso volviera de un coma, y se convertían en hits, o la inspiración que arrollaba a los artistas cuando salían ilesos un accidente de tráfico o dejaban para siempre las drogas. Durante dos años llenó el espacio radiofónico con cuentos dignos de un gran escritor. Cumplió con la misión que se le había encomendado y se relajó a tal grado que dejó de esforzarse, repetía todo como un loro, mezclaba las historias y se las atribuía a otros artistas, olvidaba nombres y usaba pistas cuando estaba fastidiado y no quería hablar. Se comunicaba mucho por teléfono con el público, pero tenía sólo dos amigos, no muy íntimos, con los que iba a echarse una copa de vez en cuando.

Muchas personas creían reconocer su voz en la calle o lugares públicos, pero como nunca había mostrado su rostro, nadie se arriesgaba a decirle que él era el gran locutor de los programas de medianoche. Su situación económica no era muy holgada, pero estaba satisfecho con lo que tenía. Recordaba con mucho orgullo la única vez en que había participado en una película. Era una cinta de un director malagueño que lo oyó hablar en una cafetería y le propuso que hiciera un ensayo para darle vida a un personaje que hacía la voz en off. El resultado fue muy bueno y muchos espectadores recordaban ese filme precisamente por esa dicción tan seductora que les había descrito las emociones y pensamientos de los protagonistas. Por lo regular, trataba de hacer historias sobre cantantes desaparecidos o que se encontraban en la recta final de su vida. Su método era muy sencillo. Primero, ponía la canción en su habitación, se recostaba en la cama después de haber bebido unas copas de jerez y cerraba los ojos para sentir cómo las ondas sonoras le llegaban al hipotálamo o sistema límbico y al sentir estrujado su corazón, ponía atención en las imágenes que surgían dentro de su cabeza, luego cogía un bloc de notas y escribía sus visiones.

Un día escuchó una canción que lo impactó como un rayo. No pudo resistir la tentación de inventar una historia en ese momento, nunca lo había hecho allí, cerró la puerta, se tomó de un trago un cuarto de botella de whisky y se recostó en el viejo diván que tenía a su lado. Las imágenes fueron surgiendo suavemente, como si estuvieran siendo reveladas en un estudio de fotografía. Eran de colores muy vivos y más convincentes que la propia realidad. Una mujer apetitosa, la fina arena del mar, el sabor salino de su bikini, el pelo enrollado por el efecto de los fuertes rayos del sol y una estrofa bellísima declarando amor eterno, luego el primer contacto físico y la caída por el túnel del placer hasta culminar con un himno celestial. La historia que inventó era fascinante y aunque algunas palabras o ideas no aparecían en la canción, a él le pareció que encajaban bien. Esa misma noche puso la canción y narró lo que se había inventado. Pronto la gente comenzó a pedirle que repitiera el interesante relato y pusiera una y otra vez la melodía. La estación no era muy famosa y se encontraba en una ciudad muy pequeña, pero gracias a la popularidad del programa nocturno saltó a la fama. Dos meses después llegó a oídos del intérprete la famosa historia. Se la tradujo un productor de Miami que la había escuchado en su viaje al país vecino. Tim Like llamó a su abogado y le preguntó cuál sería la mayor cantidad de cargos que podría presentar a un juez en una demanda por difamación, pues él había compuesto la canción para su hermana y expresaba el gran cariño inocente e infantil que sentía por ella y había surgido en aquel primer viaje al mar cuando era pequeño. El resultado de las cavilaciones del letrado fue una cifra de seis ceros. Pusieron manos a la obra y mandaron una carta a la radiodifusora con la fecha citación al juicio. La primera reacción que tuvo The Voice, al ver la enorme suma de dinero que se le exigía por haber propagado su falsa historia, fue la de suicidarse. Preparó una soga, se despidió de sus admiradores con una carta muy extensa en la que explicaba con detalle su osadía y las mentiras que había contado hasta ese momento y se subió a un banco para ahorcarse. Por un instante, la juiciosa voz de su conciencia lo orilló a golpear con el pie el endeble banquillo, pero una horrorosa imagen lo hizo desistir. Era un pollo que había visto colgado en su infancia. Había ido con su madre al mercado por unas pechugas para la comida y el señor Mauricio les preguntó qué pollo deseaban. Él levantó la vista cuando su madre le propuso que escogiera y al poner atención en las escuálidas aves que, con la lengua salida y los ojos exorbitados lo miraban, decidió que jamás se los comería. Se quitó la cuerda decepcionado y se tumbó en el sofá, pensó que cualquier condena en la cárcel sería mejor que convertirse en pollo de mercado. Pasó la noche pensando en alguna solución, pero fue inútil.

Dos días después, cuando estaba preparando su viaje para enfrentar la acusación en el país anglosajón, pasó por el estudio de grabación y vio a un joven mezclando sonidos con un ordenador. Le preguntó qué hacía y el chico le contestó que estaba haciendo unas mezclas para un pinchadiscos que le había pedido un favor. Le mostró el funcionamiento del programa y quedó impresionado por los resultados. De pronto, se le ocurrió que podría seleccionar las palabras de Tim Like para hacer una grabación con su voz, diciendo que él y, únicamente él, había inventado la historia que ya todos conocían en el mundo entero. Se pusieron a buscar entrevistas de radio, vídeos y canciones, luego quedó una grabación de calidad espectacular en la que Tim describía el origen de su hermosa canción tal y como la contaba The Voice. Esa noche el auditorio hispano recibió sin mucho interés la noticia porque se había habituado a la versión contada en español y deseaban oír una vez más la pegajosa composición, por lo que pasó casi desapercibida la falsa confesión. Quienes sí lo notaron fueron los productores y representantes del famoso intérprete y compositor gringo, que corrieron a avisarle a su cliente. Éste puso el grito en el cielo y prometió vengarse, pero los asesores le aconsejaron que desistiera, que recapacitara un poco y esperara los resultados una vez que se transmitiera en todas las cadenas del país. No se hizo esperar la oleada de fans que le alagó la bella historia a Tim. Frente a su casa llegó un conglomerado de chicas que le pedían que compusiera canciones para ellas, algunas se desmayaban y hubo quien, incluso, amenazó con suicidarse allí mismo si el encantador Tim no se comprometía a hacerlo. Su popularidad creció mucho y el dinero le empezó a caer como en las maquinitas de los casinos cuando se gana. Mandó una carta certificada anulando su demanda y junto con ella un Rolls Royce que dejaron a la puerta de la radiofónica. El programa de The Voice se siguió transmitiéndose, pero sucedió un fenómeno que lo dejó atónito. Era que muchos compositores y cantantes le pedían que usara la misma estratagema, con la que se había salvado de la cárcel, para promover sus obras musicales.

Trabajó día y noche con el muchacho del estudio de grabación, tuvo un desgaste considerable y se retiró pronto. Vivía tratando de aislarse de la gente, pero su anonimato era delatado por los coches que le enviaban los artistas a sus casas, escondrijos y hoteles donde inútilmente se ocultaba. Se volvió huraño, introvertido y dejó por completo su afición a las historias, incluso fue con un psiquiatra para que le ayudara a programar sus sueños. Su imaginación quedó como esos pueblos fantasma que muestran en las películas del lejano Oeste.

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