Un momento de titubeo.

Un momento de titubeo.

Luis Valdés

10/06/2017

UN MOMENTO DE TITUBEO.

Tenía mucha maldad en su alma y corazón, pero su cara, aparentemente de ángel, helaron todas aquellas ilusiones de un pobre diablo que se ganaba la vida como escritor frustrado y soñador confuso.

Su nombre era Rebeca Doriantés, aparentemente inofensiva, esbelta y delicada como una flor, la cual tenía marchita su marcada consciencia por la práctica de la brujería.

De lo que voy a acordarme o quiero recordar es de la vez que la conocí, yo era un vendedor de productos de limpieza y por ende tendía a visitar hogares en los lugares más recónditos de la ciudad y por desgracia me encontré con una morada aparentemente acogedora, rodeada de árboles caducifolios y estilo gótico que le daban un panorama de castillo encantado y una índole económica aristócrata, no era para menos porque la señora Doriantés vestía ropa elegante, joyas y perfume caro. Pero sus ojos profunda y penetrantemente grises era lo más atractivo de su fisionomía, cualquiera pudo caer como gotas gruesas en una noche tormentosa ante su imponente presencia.

Ofrecí mi producto y ella asintió con la mirada y me invitó a pasar a su sala de bienvenida, lúgubre y otoñal, pero lo que más me distrajo fue la incomodidad que la atmósfera irradiaba; una especie de energía absorbente que me puso a sudar y al acto comenzaron escalofríos repulsivos a apoderarse de mi cuerpo. Percibí maldad, de esa maldad potencialmente alta, la cual pone a temblar y a ladrar a los perros por la noche, inclusive en Nochebuena.

Por fin salió de sus aposentos la señora Doriantés, con una chequera para pagar por mis servicios y el producto para limpiar azulejo.

Presentí que habían transcurrido aproximadamente veinte minutos desde mi increíble estancia en su morada, me mantuve absorto todo ese tiempo porque relativamente llegué a las 14:00 horas ofreciendo mis servicios, pero al salir de ese sitio las estrellas rasgaban la noche helada y triste.

No pude dormir adecuadamente durante trece días, algo en ese sitio había disminuido mi energía vital y una especie de posesión se apoderó de mi pensamiento y mi alma de forma paulatina y deliberada.

Una mañana de marzo, me levanté cansado de la cama, pareciera que traía cien kilos de concreto sobre la espalda, la movilidad de mis piernas adormecidas y sofocadas por esa sensación aterradora elevó mis nervios y dificultosamente me concentré en el trabajo durante ese día. Sonó un mensaje de texto, lo leí de inmediato, era Doriantés solicitando detergente para alfombras.

Al llegar a la casa de mi nueva cliente, comenzó una tormenta que se prolongó por tres horas (aparentemente).

Su hospitalidad era cálida, pero instintivamente, la atmosfera que rodeaba aquel sitio resultaba espeluznante por el simple hecho de la presencia de aquella dama que ofrecía té negro con la excusa de disipar las amarguras y esperar a que escampara.

Bella, irradiante, angelical y cabello negro azabache resultaron ser las cualidades atractivas de ella, pero su nivel intelectual desplomó mi corazón aquel día de penurias.

Escampó por fin, me marché, pero de una forma aterradora había oscurecido nuevamente, no obstante, conduje a casa con la intención de buscar alguna explicación para aquellos incidentes ocurridos en aquella residencia elegante pero no obtuve explicación alguna. Inmediatamente recordé a Víctor, aquél psíquico que vivía a tres cuadras de mi morada.

Llegué a donde Víctor y le conté lo ocurrido. Hubiese preferido que no respondiera a mis interrogantes puesto que detectó un mal que se propiciaba en mi organismo y en mi mente.

>>se consumen lentamente<<, dijo al momento de salir de trance, pero no comprendí hasta que me explicó que una especie de virus consumía mi vitalidad.

—Si hubiese tenido explicación alguna para los mareos y vómito eventual, posiblemente lo tacharía de charlatán, pero lo seguiré escuchando—, dije sorprendido.

—No es para menos, pero en lo que tengo de vida no había visto un caso similar, parece que algo le roba la vida, tal cual hace un paracito intestinal—

—¿Hay alguna cura, señor Villaurrutia?—

—No sé, hasta yo estoy aterrado, se siente energía diabólica—

—No va a exorcizarme, supongo—

—Ojalá fuera tan sencillo como ir en busca de un cura, pero resulta ser un episodio grave, no se puede detener al tiempo—.

La incógnita que ocasionó Víctor en mí aplastó mi optimismo, en el acto pensé que estaba enfermo de cáncer o que Rebeca había puesto veneno de acción lenta en el té, pero de inmediato lo descarté por la sencilla razón de que recientemente le había conocido, quizá un lunes o martes, yo, no recordaba y no quería recordar.

De igual forma, quise averiguar todo sobre Rebeca Doriantés o lo que sea que resultara ser y rápidamente me di a la tarea de investigar.

No encontré nada, ni una pista, solamente rumores que circundaban en una parte de la ciudad, supuestamente decían que era una prostituta que atraía con su gran belleza a los hombres, especialmente a ancianos que querían morir en paz, puesto que frecuentemente veían salir a hombres mayores de aquella residencia gótica, otros decían que nunca se le veía salir a la calle, ni hacer el súper, que vivía en absoluta soledad, con mucho dinero y poder, pero irónicamente no tenía ni un mayordomo, ni ama de llaves, ni un perro que le hiciera gracias en el jardín otoñal.

Pasaban los días, las horas , algunas semanas y yo me sentía cada vez peor, trabajaba literalmente por necesidad, escribía cuentos que jamás se publicaron por miedo al fracaso y a mi pésima redacción, no era un hombre malo, nunca hice nada más que trabajar, sin casarme, sin ninguna compañía más que la que me dejaba mi gato Silvestre, el cual ronroneaba cada vez que me veía llegar del trabajo con una lata de atún al aceite que compraba especialmente para él, quizá Dios se había olvidado de mí y había puesto al diablo en mi camino para que me condujera con sus galantes ojos al infierno, quizás estaba pagando por ser un iluso y haberme enamorado en sueños de aquella mujer.

No obstante, soñaba todas las noches con aquellos ojos grises, con la esbelta figura y la impaciente amabilidad. Un sueño que se prolongaba horas y horas, que me dejaba sin aliento, un sueño que se había apoderado de mi mente hasta convertirlo en una obsesión porque era inevitable enamorarme de esa mujer; irónicamente moría de amor.

Una tarde llegué a donde Rebeca, ella abrió la puerta y de nuevo me invitó a entrar; yo estaba dispuesto a develar su misterio, fuese lo que fuese y descubriese lo que descubriese.

Eché un vistazo a la casa para descubrir alguna anomalía, pero solamente apreciaba exquisitas pinturas, esculturas, muebles finos y estética por doquier, ningún vestigio de brujería.

Fui al grano y le dije que estaba cansado de su embrujo, de inmediato arqueó las cejas e intentó eludirme con una charla sobre mi estado financiero.

—Sé que usted utiliza algún tipo de embrujo para quitar la vitalidad al cuerpo—.

—Usted ha perdido el juicio, señor— dijo perpleja

—Yo no he perdido el juicio, he perdido mi maldito tiempo con sus brujerías—

—usted es el primero que ha llegado a la conclusión. ¿Estudia el ocultismo?

Inmediatamente me quedé estupefacto por tal declaración, había dado en el clavo.

En verdad, señora Doriantés, yo no quiero ocasionarle problemas, lo único que quiero es que me deje en paz, que me quite el maleficio y me deje dormir y regresar a mi rutina.

—No señor, es demasiado tarde, su alma fue entregada al diablo a cambio de un simple capricho—

—Usted es una maldita, ya no diga estupideces y déjeme de fastidiar con eso. Lo único que quiero es recuperar mi fortaleza y regresar a trabajar—

—Le digo con honestidad que ya no se puede. ¿Ha tocado un corazón humano con sus propias manos?—

—Sandeces, bruja, Sandeces, vaya al grano—

—Yo si lo he tocado, lo he extraído del cuerpo de un hombre y se lo he ofrecido al demonio de la eterna juventud—

Sucumbió mi adrenalina, sentí como si un rayo que cae en seco se postrara sobre mi cuerpo y empecé a sudar en frío.

—Lo que dice usted son puras estupideces, son sandeces, yo no creo en tal cosa—.

—¿Cómo es que usted está aquí conmigo si no cree en la maldad?— Porque la maldad se presenta de muchas maneras, en un tropiezo, en una mala palabra, en el estrés, en la ira y sobretodo, vendiendo el alma de los ilusos, en especial de los que se enamoran.

—Pues bien, creo que voy a ceder en eso, yo me enamoré de usted, pero no fue de una forma sana, sus ojos de diabla me atrajeron tal cual hace un farol a las moscas—

—Las moscas no saben que van morir calcinadas, mi señor—

No se dijo nada durante los siguientes cinco minutos, únicamente nos lanzábamos miradas furtivas, reticentes y amenazadoras.

Concluyó al fin con la verdad. Y me dijo tajantemente que me iba a revelar la verdad, exclamó de forma escalofriante que no quería morir, que le tenía miedo a la muerte y la única forma de eludirla fue haciendo un pacto con un ente a través de un conjuro que había encontrado en la biblioteca de su padre, transcurriendo el año de 1867, Llevaba en el mundo mucho tiempo y mediante el pacto se mantenía con vida y con juventud. El ocultismo resultaba ser efectivo en una persona llena de maldad y no iba a morir tan fácilmente mientras siguiera atrayendo víctimas a su hogar para transmutar sus años de vida a su alma podrida y carcomida. Se dedujo a continuación que la única condición para lograrlo era aislarse en la casa.

Curiosamente intuí eso desde que miré el extraño objeto con grabados que parecían estar en sánscrito, lo había visto en un libro por aquella época en la cual me encerraba las tardes de invierno en l biblioteca pública buscando temas contundentes para escribir mis narraciones al estilo Poe; una especie de alquimia representada en un extraño objeto fusiforme que tenía incrustado en plata fina un hexagrama.

Titubee un momento para arrojar un libro grueso que yacía en el suelo. Al fin lo hice en el momento en el cual rebeca se distrajo para ver la hora en el reloj que colgaba de la pared.

Rebeca emitió un grito escalofriante en el momento que arrojé el libro al extraño objeto; sus años de energía vital robada desaparecían ante mis ojos. Me asusté y salí corriendo, de reojo miré como se calcinaba y se convertía en polvo, aterrador en mi opinión.

Estando fuera de la residencia, me dirigí a un bar en la avenida La Patria, pedí al encargado un whiskey, pero éste me miro de pies a cabeza y me respondió: no servimos bebidas embriagantes a las personas de edad avanzada, claramente lo dice el letrero de la entrada.

Elaboró: D.L. Valderez (seudónimo de Luis Valdés) nacido en Tlalpujahua de Rayón, Mich. y actual residente de la misma.

Es licenciado en pedagogía por la Universidad Anáhuac y actualmente trabaja como maestro de primaria y escritor filosófico en tiempos libres.

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