Un trabajador ejemplar

Un trabajador ejemplar

Antonio Fernandez

14/05/2017

Alex estaba en el paro desde hace tres años y estaba cansado de la rutina. La inactividad lo asfixiaba. Llevaba en Sevilla más de media vida y estaba agradecido a España porque les había permitido a él y a su familia disfrutar de una calidad de vida que no hubieran podido tener en Colombia. Sin embargo, la losa del desempleo había puesto freno a su mayor sueño: montar un bar con comida de su tierra.

Lo tenía todo pensado: Lo establecería en el barrio en el que vivía, la Macarena, puesto que acogía a una gran cantidad de población latina, tenía la experiencia necesaria en el mundo de la hostelería, sabía tratar al cliente, y los platos que pensaba incluir en la carta le gustaban mucho a la gente y eran exóticos.

Una mañana cualquiera, mientras dormía, sonó su teléfono móvil. Medio consciente todavía atendió la llamada. Era el dueño de una cafetería que necesitaba una persona con experiencia para ayudarles a su mujer y a él con su negocio. Parecía que su suerte había cambiado.

Sin embargo, las condiciones laborales no fueron las que se esperaba: trabajaba más de cuarenta horas a la semana –aunque tenía un contrato de media jornada–, no estaba dado de alta en la seguridad social, y sus jefes no valoraban su trabajo. A pesar de ello, realizaba todas sus tareas con desenvoltura y nunca se quejaba. Además, los clientes estaban muy contentos con su trato alegre y servicial.

Había uno de ellos que lo adoraba: era doña Carmen, una señora viuda que todas las mañanas después de pasear a su yorkshire se paraba a desayunar en la cafetería.

–¡Buenos días, doña Carmen! ¿Cómo está? –le saludó Alex cariñosamente un día.

–¡Buenos días, Alex! Estupendamente –le respondió contenta.

–Me alegro, doña Carmen. ¿Café con mucha leche y media con aceite y tomate?

–Sí, cariño, muchas gracias. Me gusta que me llames “doña”. Aquí la juventud ya no suele hablar así.

–En mi país hablamos así, señora –le contestó Alex restándose importancia.

–Lo sé, Alex. A ver cuándo vienes a mi casa a comer –le dijo doña Carmen, que se sentía muy sola.

–Cuando pueda le aseguro que voy encantado –le contestó Alex, que también sentía un afecto especial hacia ella.

Había comenzado a echar currículos otra vez, cansado de su trabajo. Un día fue a un establecimiento de una importante cadena de supermercados donde necesitaban incorporar empleados. Alex tenía varios años de experiencia y estaba ilusionado con la idea de trabajar allí, ya que le permitiría ahorrar el suficiente dinero para montar su bar.

Cuando llegó al establecimiento estuvo hablando con uno de los empleados. Este, al que le cayó bien Alex por su carácter extrovertido y sus buenos modales, le aconsejó que no dejara su currículum allí porque no conocía a ningún latino que trabajara dentro de su empresa. Alex, decepcionado, le agradeció su recomendación y se marchó cabizbajo a su casa.

El primer domingo que pudo acudió a casa de doña Carmen a almorzar. Se asombró al ver la gran colección de libros que esta tenía.

–Me gusta mucho un escritor que era paisano tuyo, Gabriel García Márquez –le contó doña Carmen.

–Leí un libro suyo cuando estudiaba en Colombia que me fascinó. Se llamaba Crónica de una muerte anunciada.

–Ese es muy bueno. También me gustan mucho Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera.

–No sabía que le gustara tanto leer.

–Sí. Cuando era joven me hubiera gustado tener una librería –le confesó con cierta pena–, pero me conformo con esta pequeña colección –le dijo señalando la estantería.

Desde ese día, doña Carmen comenzó a prestarle libros a Alex, quien se aficionó a la lectura, y su amistad se fue haciendo cada vez más estrecha.

Pasó el tiempo, hasta que una mañana se extrañó de no verla en el bar como de costumbre con su yorkshire. Más tarde, una amiga de doña Carmen le contó que había muerto por la noche de un infarto al corazón. Alex sintió que se le helaba la sangre cuando oyó la noticia. La señora le dijo que el día siguiente era su funeral a las once de la mañana.

Le pidió a su jefe que le diera el próximo día libre por asuntos propios para acudir al entierro. Su jefe le contestó que no podía porque necesitaban ayuda en la hora del desayuno. Alex ansiaba poder despedirse de su amiga, y la falta de sensibilidad de aquel individuo fue la gota que colmó el vaso:

–Ustedes me hacen trabajar más de cuarenta horas, pero solo me pagan veinte, no me tienen dado de alta y tampoco valoran mi trabajo. Nunca les he pedido nada ni me he quejado, ¿y no se dignan a darme un día por asuntos propios? Estoy cansado de sus abusos. Dimito –y se marchó a su casa con la cabeza alta para arreglarse e ir al tanatorio.

Unos días más tarde se lamentaba en su habitación. Pensaba que la vida no era justa. La mejor persona que había conocido había muerto sola en su casa, y él había sido un trabajador diligente y honrado toda su vida y pasada la treintena seguía viviendo con sus padres y no tenía empleo.

Mientras estaba sumergido en estos pensamientos sonó su teléfono. Para su sorpresa era el abogado de doña Carmen. Esta no tenía hijos y había decidido darle en herencia su piso.

No se lo podía creer. Tenía ante sí la oportunidad de cumplir su mayor sueño: podía vender el piso de doña Carmen y con el dinero ganado montar su propio bar. Sin embargo, se le ocurrió una idea mejor.

Unos meses más tarde abrió una librería a la cual llamó “Doña Carmen”. El dinero que ganaba a penas le daba para sobrevivir; hubiera ganado más si hubiera montado su bar, pero esto nunca le importó, y siempre se sintió profundamente agradecido.

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