CUANDO FALLA LA VOLUNTAD

Juan estaba por cobrar su quincena, y la misma tenía un destino ya asignado, la tragaperras del casino donde trabajaban sus dos hijas.

Era un duelo que llevaba años, y, al haber un solo casino en su ciudad, no podía evitar la escena que se repetía en todas sus visitas…Sus hijas se ponían a llorar ni bien él ponía un pie en el salón.

Juan quería dejar de jugar, pero esa máquina se lo impedía, era más fuerte que su voluntad, que el llanto de sus hijas, y que los ruegos de su esposa.

El gerente del casino, que no veía bien que esa situación se diera, ya que era una mala imagen para el establecimiento, y, también, que los jugadores podían ver en Juan, un espejo que adelantaba, porque el juego es progresivo, te atrapa muy despacio, sin que casi lo notes.

Ese casino estaba abierto las 24 horas, y una mañana de domingo, bajó el gerente de su oficina, y lo invitó a desayunar. Juan no quiso, pero el gerente insistió a tal punto, que le dijo que si no aceptaba, no podría seguir jugando. Fue entonces que Juan aceptó.

Juan perdió toda la quincena en esas treinta horas de duelo con la máquina.

A los quince dias se repitió la historia, solo que esta vez sus hijas no lloraron, y tampoco quisieron que las cambiaran de sector. Una de cada lado de su padre, paradas inmóviles, le pedían con su mirada que dejara de jugar…Pero no le ganaron a la máquina, volvió a perder, y el gerente lo invitó a su oficina, llamó al bar, y le dijo;

–Juan, vos sos uno de los mejores clientes de la casa, quiero que sepas que tenes desde ahora consumisiones gratis, lo que quieras, y pensá, que si no tuvieramos clientes como vos, tal vez no podríamos tener de empleadas a tus hija…Un casino tiene muchos gastos…

–Emilio, quiero hacerte una pregunta–dijo Juan mirándolo a los ojos.

–Claro, lo que sea…

–¿Crees que hay una vida mejor después de la muerte?

–Si…Realmente lo creo–dijo Emilio mirándolo extrañado.

–O sea que si alguien te matara te estaría haciendo un favor…

Inquieto por el rumbo que estaba tomando el diálogo, Emilio acercó su mano hacia el botón de emergencia, pero Juan fue más rápido, tomó el abrecartas y se lo clavó en la mano, saltó sobre el escritorio, y lo ahorcó con su propia corbata hasta que dejó de forcejear, acercó a su boca abierta un espejo en el que Emilio solía aspirar un polvo más caro que el oro, generalmente acompañado de una hermosa puta. No se empañó.

Juan logró dejar de jugar. En el penal no instalaron tragaperras.

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